Acatenango

César Garza
César Garza
Volcán de fuego, Antigua, Guatemala

"La cima es la mitad del camino"

Ed Visteurs

   Llegas al aeropuerto de Guatemala, de ahí tomas un transporte que te lleva a Antigua, una vieja ciudad que la UNESCO ha declarado patrimonio de la humanidad y que respira entre volcanes.

   Te sientes resfriado, has estado moqueando desde que llegaste, buscas una farmacia para recetarte un antigripal.

   Es semana santa, los varones visten túnicas en morado, las mujeres de blanco y negro, es tiempo de procesiones, las hay a todas horas, carros alegóricos con motivos religiosos que cargan las personas al ritmo de una banda musical que encabeza el cortejo, las calles llenas de turistas que pretenden captar con sus teléfonos alguna imagen que se acerque un poco a lo que se vive en esta comunidad.

   Vienes a subir un volcán, Acatenango lo llaman, recuerdas aquella vez cuando tu hijo te contó de este viaje, lo preparó con sus amigos, invítame, no seas gacho, yo quiero ir con ustedes le dijiste. Prometo no molestarlos, solo quiero subir la montaña a tu lado. Claro que puedes venir papá, me dijiste.

   La subida es pasado mañana, tienes un día para recuperarte, te prometes meter los químicos a tu cuerpo cada seis horas, buscando estar lo mejor posible para la excursión.

   Llega el día, te sientes bien, están al pie del volcán, una montaña que respira, le dices a tu hijo y a sus amigos que todas las montañas son lugares, en algunos casos, solo los elegidos podían subirlas, sacerdotes o chamanes, les dices que ahora somos nosotros los elegidos, los afortunados, habremos de pedirle permiso a la montaña para subir, solicitar que nos cuide y nos trate bien y cuando hayamos bajado, de igual manera tendremos que agradecerle el aprendizaje, en un ritual muy personal.

   La expedición consta de 34 personas, todos chavos abajo de 40, mitad varones y mitad mujeres, hay muchas chicas que viajan solas, te da gusto que esta generación esté dispuesta a vivir experiencias a pesar del peso social, tú eres el más viejo.

   Estamos a 2400 metros y si la montaña lo permite, esta tarde habremos de llegar al campamento base que se encuentra a 3600 metros, mañana temprano buscaremos hacer cumbre a los casi 4000.

   Desde que subiste conscientemente tu primera montaña, te enamoraste de ella, te gusta ver como se transforma el camino, decidir que vereda tomar a cada momento, buscar las piedras madre que te servirán de puntos de apoyo, determinar las pasos que impliquen el mayor ahorro de energía para utilizarla en aquellos momentos que realmente la necesites. 

   Sabes que a mayor altura hay menor oxígeno lo cual puede traer algunos inconvenientes, el secreto está en el bien respirar, visualizar como se llenan tus pulmones, como se procesa el oxígeno que finalmente viajará por tu sangre, bañando todos tus órganos, dándote el impulso necesario para seguir avanzando, así, despacio, a tu ritmo, sin prisas, observando el camino y recordando momentos que te habrán de acompañar siempre. El secreto para recordar es observar, sentir y reflexionar.

   Una chica francesa entra en crisis, dice no poder respirar, uno de los guías le quita la mochila, la acuesta y la tranquiliza, le recomienda respiraciones profundas, la veo y sigo mi camino, está siendo atendida, más tarde la encuentras de nuevo ya recuperada, la mente tiene la capacidad de inventar limitaciones. 

   En uno de los descansos tomas el antigripal, hasta ahora te ha funcionado.

   Llegamos al campamento base, está formado por pequeños cuartos con colchonetas, caben hasta cuatro personas, nos instalamos y nos sentamos para disfrutar la vista, estoy cansado, me duelen las piernas y rodillas, nada importa, estoy contento, comemos y charlamos con una vista privilegiada, por un lado tenemos al llamado volcán de agua y por el otro al volcán de fuego, que cada cierto tiempo hace sus exhalaciones, algunas más fuertes que otras, sirviendo como válvula de escape de esa energía que pareciera infinita y que yace bajo tierra.

   Llega la tarde y caminamos hacia un punto que se le conoce como “el mirador”, se trata de eso, de ver como se oculta el sol, a medida que oscurece, el frío de la montaña nos acaricia presagiando una fría noche, la ausencia de luz hace que las fumarolas que de día parecieran nubes grises que expele el volcán, se vuelvan rojas, la vista es maravillosa.

   Cae la noche, enciendes tu lámpara e inicias el retorno al campamento, ya no se han presentado las molestias de la gripe, lo cual agradeces, pero sientes una puntada de dolor naciente en tu rodilla derecha, te tomas un desinflamatorio y pones en duda hacer cumbre, son otros 400 metros en una pendiente exigente, resbalosa y de poco agarre que dificulta la subida según te cuentan. Hace frío, cenas y te despides del grupo, quieres dormir.

   Un pequeño temblor de tierra te despierta, tu y tu hijo se incorporan y alcanzan a observar una enorme fumarola mientras piedras ígneas se elevan varios cientos de metros, si, toda esa energía en movimiento con las vibraciones de la tierra como preludio del espectáculo.

   Son las 4 de la mañana, anuncian la salida a la cumbre, te tocas la rodilla y te preguntas una vez más si lo harás, decides que no mientras tu hijo se prepara, él y sus amigos van, le sonríes, aunque no pueda verte.

   Las 5, te levantas, vas a esperar la salida del sol, hace frío, esperas algunos minutos, la claridad comienza a hacerse presente y ahí está, la estrella más importante para la humanidad te saluda, los chicos sacan sus fotos, en vertical, en horizontal, selfies individuales, en grupo, tú te animas a intentar una panorámica, el paisaje es impresionante, seleccionas el modo de la fotografía, pones tu teléfono en vertical, oprimes inicio y lentamente comienzas a hacer el paneo, capturas el nacimiento en el horizonte, el movimiento te lleva al volcán de agua, posteriormente la cama de nubes por debajo de tu referencia y las últimas luces de los pueblos de esta tierra, posteriormente llegas al volcán de fuego que te regala una fumarola más, sigues con el movimiento y llegas a nuestra luna, arriba a tu derecha, oprimes de nuevo el botón cuando alcanzas los 180 grados.

   Ahora guardas tu teléfono, sabes que ninguna tecnología podrá reproducir lo que tus sentidos te permiten capturar, practicas la respiración abdominal, profunda, abrazas el árbol y te pones en modo contemplación, centras tu atención en detalles particulares primero y con una visión holística después, el aire frío llena tus pulmones, te sientes tan bien, tan vivo, te descubres sonriendo, registras este momento, lo que ves, lo que escuchas, lo que sientes para recobrarlo después, cuando necesites paz.

   Comienzas a bajar, en los primeros 500 metros sientes el piquete en la rodilla, mala noticia, fue una buena decisión no hacer cumbre, piensas, la bajada tiene sus complicaciones, te resbalas en dos ocasiones. 

   Tu hijo está preocupado, te cuida cuando parece que vas a caer, como cuando tu lo hacías en sus primeros pasos, le dices que se adelante, estas cosas se sortean a manera personal, le pides que viva su experiencia, que tu estarás bien, uno de los guías que ya te detectó, te acompaña.

   Mientras el dolor taladra tu rodilla intentas pensar en otras cosas para no caer en el círculo vicioso, el esfuerzo mental ayuda, pero las limitaciones físicas están ahí, reclamando su prioridad. Mientras caminas piensas en otro proyecto que tienes en mente para el año entrante, no te puede pasar esto, habrás de ocuparte.

   Faltan cinco minutos para llegar, te dice el guía, tu paso desde hace mucho se ha ralentizado, intentas múltiples posiciones para minimizar el dolor, aunque eso genera desequilibrios que también te habrán de costar, te ve tan mal que se ofrece a cargar tu mochila, si hace una hora te lo hubiera ofrecido, lo habrías considerado, pero ahora ya casi llegas, decides terminar solo y buscar a tu hijo.

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