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Desapareció una noche

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

La ética es la encargada de dibujar la línea entre el ‘correcto’ y el ‘incorrecto’; pero el bien, el mal, la moral y los valores son también parte del contexto que entra en juego en las decisiones que forman a la sociedad, en las relaciones que se establecen para vivir, convivir y sobrevivir. Actuar con rectitud, o ser una buena persona, o seguir siempre las normas sociales, no es algo que se mida en el blanco y el negro.

¿Qué tal si lo correcto no siempre es lo mejor para alguien en particular?, ¿o para un cierto grupo social?, ¿o para el conjunto de la sociedad? ¿Qué tal si hacer el bien hacia los demás, requiere romper ciertas reglas? ¿Qué pasa cuando parece que se actúa correctamente, pero en realidad aquello perjudica a los otros? ¿O cuando los lineamientos de comportamiento que dicta la sociedad, resultan equivocados? Sobre estas ideas reflexiona Desapareció una noche (EUA, 2007), cinta dirigida por Ben Affleck, quien coescribe junto a Aaron Stockard, un guión que se basa en la novela Gone, Baby, Gone, de Dennis Lehane.

Protagonizada por Casey Affleck, Michelle Monaghan, Ed Harris, Morgan Freeman, Titus Welliver y Amy Ryan (quien ganó una nominación al Oscar a mejor actriz de reparto), la película se centra en la historia de la desaparición de una niña de 4 años, los detectives privados contratados por la hermana de la madre para encontrarla, además de la investigación misma de parte de la policía.

Todo se vuelve rápidamente un circo mediático luego de que la hermana de la madre decide avisar a los vecinos, a la policía y a los medios de comunicación sobre lo sucedido, como forma de presión (social) para que el caso sea priorizado. Las autoridades sin embargo, no parecen avanzar mucho en su labor, y es por ello que esta señora busca la ayuda de una joven pareja, miembros de la localidad, que trabajan como detectives privados.

Inexpertos en este tipo de casos, lo que pueden traer a la mesa son sus conexiones con la comunidad. Viven ahí y siempre lo han hecho, así que saben quién es quién, conocen los vicios del vecindario y tienen una idea de sobre dónde o a quién presionar, pero además, están seguros que la gente estará más dispuesta a hablar más abiertamente con ellos, precisamente porque no son policías, sino ‘vecinos’ de la zona, como todos.

La atención que otorga la prensa, y de los habitantes del mismo barrio, que aprovechan la oportunidad para criticar el papel de la policía, hacen que el caso crezca más en sensacionalismo y morbosidad, en lugar de centrarse en la preocupación real por resolverlo. No obstante, Patrick y Angie, los detectives privados, no lo ven así y se deciden aceptar el caso, sabiendo incluso de su carácter crítico, por la pena que sienten por la realidad de fondo y lo que representa, una menor de edad en peligro, cuya esperanza de vida se desvanece a cada minuto que pasa.

La policía a su vez ve en Angie y Patrick un inconveniente, una traba, una variante con la que no esperaban toparse. Aceptan su participación pero, les aclaran, como ‘observadores’. Parece que no confían en ellos por su inexperiencia, pero además porque la dinámica crea una cierta desconfianza, en ambas partes. Pronto, a pesar de ello, su poder de acceso para con ciertos testigos clave, a quienes se les aproximan como amigos y no como figura de autoridad interrogando a un sospechoso, ofrece una serie de datos reveladores e importantes para la investigación.

En primer lugar, Helene, la madre de Amanda, la niña desaparecida, no ha contado toda la verdad de lo que hizo la noche de la desaparición (dijo a la policía que tuvo que dejar a su hija media hora en casa, cuando en realidad se fue dos horas, a un bar, a drogarse). Por otra parte, este acto de negligencia no es el único que existe en su historial, pues ya con anterioridad su irresponsabilidad para con su hija había afectado el bienestar de la niña.

Es entonces que cada pieza de información cobra más relevancia. El secuestro de Amanda es una tragedia pero, ¿qué le espera a la niña al regresar a casa?, se preguntan Angie y Patrick, quienes desesperados porque el tiempo corre y las posibilidades de encontrarla se minimizan, siguen las pistas hasta que les apuntan hacia un narcotraficante a quien Helene robó dinero. Después de hablar con él, acusarlo del secuestro, que él lo niegue y luego lo acepte, y prometa intercambiar a la niña por lo robado, el encuentro no sale como los detectives privados esperaban y todos deducen que Amanda cayó a un lago, tan profundo y peligroso que no hay forma de que se hubiera salvado.

El tiempo pasa, la niña es dada por muerta y tanto la policía como los detectives privados son tachados como incompetentes. Un caso como muchos otros, pero con la suficiente atención de la lupa del ojo público para que su fracaso pueda potencialmente destruir carreras.

Sintiendo la culpa en un nivel personal, emocional, Patrick no puede sacudirse de encima lo sucedido y así analiza de nuevo la información con una renovada perspectiva de acercamiento y reflexión. En tanto, otro niño desaparece en una ciudad cercana y los sospechosos que la policía tenía en la mira en el caso de Amanda podrían tenerlo secuestrado. En una búsqueda por la redención, para expiar culpas e intentar limpiar su conciencia, Patrick persigue la pista y encuentra al niño, sólo que muerto.

El nuevo caso abre más preguntas que respuestas, pues la resolución deja al detective privado en una buena posición para con la sociedad, pero no así a la policía, que se precipitó en su actuar (irracional y sospechosamente), cuyo resultado fue uno de sus agentes muerto. Pero más importante, el caso no arroja ninguna evidencia respecto a Amanda.

¿Cuál es la pieza que falta? ¿Qué dicta la conciencia en la mente de los implicados, cuando todos se equivocaron? La madre, por su negligencia y desinterés hacia su hija, la policía, los detectives y hasta los tíos que presionaron y pusieron el caso en el ojo del huracán, y que quizá por eso dificultaron el proceso de investigación.

Finalmente Patrick se da cuenta de las contradicciones, los huecos sin llenar, la parte ilógica dentro de lo lógico, los otros sospechosos, convenientemente señalados, las pistas que él y Angie descubrieron pero que nunca fueron investigadas, ni perseguidas, ni siquiera pensadas, a pesar de parecer evidentes, o fáciles de deducir, que unidos en un mismo plano, señalan que en el fondo hay algo oculto o alguien que no está diciendo toda la verdad.

Patrick presiona en el único punto débil que encuentra, el esposo de la hermana de Helene, tío de Amanda; el eslabón débil en un plan del que finalmente era sólo un peón. Sabiendo del maltrato de Helene hacia Amanda, entendiendo que la niña podría estar destinada a una vida de sufrimiento, o peor, una vida de abusos emocionales y tal vez hasta físicos, dado el constante abuso de Helene de las drogas y alcohol, este hombre confiesa y justifica su participación en el secuestro, cuando decide contarle lo sucedido a un viejo conocido, Remy, el policía que después se hace cargo de la investigación de la menor desparecida.

Él, su compañero y el jefe de la policía (cuya hija murió siendo una niña), orquestaron el secuestro pues pensaron que con un historial como el de Helene, más la puesta en escena del intercambio de la niña por el dinero, que lograron engañando al traficante, a quien luego mataron, la situación se resolvería ‘fácilmente’ para ellos, ya que ellos serían los que estarían contando la historia, o plantando las pistas a seguir. No contaban con la reacción de la tía de Amanda, y por tanto, con que ella contratara a dos detectives privados locales, cuya astucia para investigar y husmear en los rincones a los que ellos no podían llegar, puso el plan en entredicho.

Amanda ahora está viviendo con el jefe de la policía, el que perdió a su hija, en lo que él cree un acto correcto y humanitario de la situación, porque, a sus ojos, no fue un secuestro, sino un rescate, o un secuestro falso orquestado para dar una mejor vida a una niña que estaba viviendo en un círculo familiar inestable y de ambiente tóxico.

¿El fin justifica los medios? No para Patrick, quien se debate entre denunciar a los culpables y hacer que paguen por sus acciones, ilegales e incorrectas en varios niveles éticos, o quedarse callado sabiendo que, en perspectiva, la vida de la niña puede potencialmente mejorar en un nicho familiar que tiene un sólo objetivo en mente (y cuyo autor planeó toda una serie de actos criminales rompiendo varias leyes y cruzando muchas líneas legales para asegurarse de ello): su bienestar.

Angie le pide que no denuncie, que guarde silencio, que deje un ‘incorrecto’ pasar, en la búsqueda por hacer un ‘correcto’; pero la conciencia de Patrick no lo deja romper las reglas, insiste que podrá sentirse bien tras una aparente buena acción, dejar que Amanda crezca en un más estable círculo de familia, pero teme que en un futuro la niña pueda reclamarle por dejar impune a las personas que la sacaron de su hogar y que él permitió que se salieran con la suya. Teme que esa niña, cuando sea adulta, le reclame no haber hecho entonces lo correcto.

¿Quiénes tienen la razón? ¿Cómo interpretar lo hechos? ¿Cómo juzgar? ¿Qué y quién sacrifica más? ¿Buenas intenciones, malas acciones? ¿Personas que utilizan su poder de autoridad para facilitar y después cubrir sus delitos, que en cualquier otro contexto serían castigados? Los dilemas que se presentan no son fáciles, las respuestas tampoco, no están ahí en lo evidente, incluso en muchos casos no existen siquiera. Cada partícipe (como cada espectador) analiza la situación y decide según su propia percepción, conforme a los valores que integran su espectro moral; pero nadie tiene toda la razón, como nadie tampoco está totalmente equivocado. Ese es el ambiguo, difícil, complejo, incierto y complicado del devenir de la vida misma.

Ficha técnica: Desapareció una noche - Gone Baby Gone

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