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Benito Juárez, en la hda. de Santa Rosa

SIGLOS DE HISTORIA

Benito Juárez, llegó a la hacienda de Santa Rosa (Gómez Palacio) en territorio duranguense, el  4 de septiembre de 1864.

Benito Juárez, llegó a la hacienda de Santa Rosa (Gómez Palacio) en territorio duranguense, el 4 de septiembre de 1864.

Domingo Deras Torres

(Primera de Dos Partes)

Hace 150 años -próximos a cumplirse- el 4 de septiembre de 1864, el presidente Benito Juárez arribó al desaparecido casco de la hacienda de Santa Rosa, finca rural que se localizaba hacia el sur de los terrenos que ocupa la actual mancha demográfica de la ciudad de Gómez Palacio. Eran los agitados días de la república trashumante que, a salto de mata, peregrinaba perseguida por el ejército invasor francés a través de los áridos caminos del norte de México, entre un soporífero calor y la silente soledad de sus inmensos desiertos y sabanas, atravesando ríos y cadenas montañosas a la luz del astro rey y los nacarados luceros de la noche. En su recorrido, Juárez ponderó el espíritu republicano de los coahuilenses y duranguenses liberales de La Laguna, a quienes por su férreo patriotismo después recompensó con la dotación de tierras.

LA HACIENDA DE SANTA ROSA

Propiedad del agricultor nativo de Cuencamé, Juan Ignacio Jiménez, la hacienda de Santa Rosa era un latifundio que se localizaba sobre la margen izquierda del río Nazas, en su ruta final hacia la hoy deseca Laguna de Mayrán en Coahuila. Jiménez, en sociedad con Leonardo Zuloaga, compró el 24 de abril 1848 a la familia Sánchez Navarro la hacienda San Lorenzo de la Laguna. Zuloaga, se quedó con las tierras correspondientes del lado de Coahuila, y Jiménez, con las equivalentes del lado de Durango; ambas porciones quedaron divididas por el río Nazas. Dos calles de la colonia Los Ángeles, de Torreón, llevan los nombres de estos pioneros de la Laguna. (Historia de Torreón. Autor: Eduardo Guerra,. Segunda edición, página 32. Ediciones Casán. Torreón, 1957).

La extinta casa grande de la hacienda de Santa Rosa, era una construcción de gruesos muros de adobe con altos techos de teja, como se estilaba en la mayoría de este tipo de edificaciones del campo mexicano de la época. Su aproximada ubicación se fijaba en los terrenos que ocupa, en nuestros días, el club social y deportivo denominado Centro Campestre Lagunero de la ciudad de Gómez Palacio.

La vetusta casona de la hacienda de Santa Rosa, era paso obligado del antiguo y desaparecido camino que llevaba de Saltillo a la Villa de Cinco Señores (hoy Nazas), así como de otro similar que partía hacia el norte para llegar a la población minera de Mapimí. Las caravanas de viajeros tenían que afrontar, frecuentemente, los ataques de los indios bárbaros que abundaban en la región. Las comunidades más cercanas eran la hacienda El Torreón (actualmente ciudad del mismo nombre), propiedad que fue del español Leonardo Zuloaga y la hacienda de San Fernando (Ciudad Lerdo), inmueble que perteneció al imperialista Juan Nepomuceno Flores Alcalde.

Para inicios del siglo XX, del antiguo casco de la hacienda de Santa Rosa solamente quedaban algunas de sus añejas paredes rodeadas de huizaches, mezquites, biznagas y gobernadora. En la víspera del estallido revolucionario de 1910, algunos gomezpalatinos adictos al líder Francisco I. Madero ahí se citaban para deliberar sobre el próximo alzamiento contra el gobierno porfirista, convocado por el Mártir de la Democracia; en este lugar, ocultaron bajo tierra parque y armamento. Y de ahí salieron cerca de cuarenta hombres el 20 de noviembre de 1910, rumbo a Gómez Palacio, a iniciar la revolución. (Ensayo sobre la Fundación y Desarrollo de la ciudad de Gómez Palacio. Autor: Pablo Machuca Macías. Edición de Imprenta Venecia. México. 1977).

JUÁREZ, ARRIBA A SANTA ROSA

Benito Juárez y su comitiva arribaron a la hacienda de Santa Rosa durante las horas de la tarde del 4 de septiembre de 1864. Minutos antes de llegar, habían atravesado el río Nazas de Coahuila a Durango, por el mismo sitio que metros abajo del Cerro de Calabazas transitaron Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Aldama y Jiménez, además de otros insurgentes. El traidor Ignacio Elizondo, anotó el 8 de abril de 1811 como la fecha en que cruzaron el Nazas los líderes de la independencia que, en su calidad de presos, eran conducidos con rumbo a su fatídico final en Chihuahua. (Enciclopedia de México. Director de la publicación: José Rogelio Álvarez. Tomo 12, página 339. Edición de Impresora y Editora Mexicana, S.A. de C.V.)

La carroza negra que lo condujo durante su errabundo peregrinar por los polvorientos y resecos caminos de Coahuila, llegó a suelo duranguense testa de tierra jalada por unos sudorosos equinos que bufaban cansancio, en la misma lo acompañaban sus ministros Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias y Guillermo Prieto, así como la tropa que los custodiaba.

Juárez, descendió del carruaje vistiendo su camisa blanca y su negro traje de levita con corbata, los que siempre usó durante su vida. Fue recibido al lado de su leal comitiva con atónita curiosidad y entusiasmo por los habitantes de la hacienda, quienes les asignaron las mejores habitaciones de la austera edificación, no había elegancias y confort en la única finca inserta en aquel yermo paisaje lagunero. Así vivió casi todo su trayecto la república itinerante que era constantemente hostigada por las carencias, las inclemencias climatológicas, las incomodidades y los angustiantes peligros.

Los moradores de Santa Rosa sabían como todos los habitantes del país que eran gobernados por un hombre al que llamaban "Presidente de México", pero era impensable que a tal personaje lo tuvieran frente a sus ojos algún día, como sorpresivamente les sucedió aquel histórico 4 de septiembre de 1864. También estaban enterados que su presidente trabajaba y vivía en la capital mexicana, junto con su familia, en un antiguo y gran edificio rico en historia y anécdotas conocido hasta nuestros días como "el Palacio Nacional", en el corazón de la ciudad de México; inmueble en el que, despachaba, los asuntos de la nación rodeado de funcionarios y militares de alto rango.

Para la mayoría de los mexicanos residentes en los remotos lugares de la provincia mexicana de aquellos años, el presidente de la república era como un ser sobrenatural o extraterrestre, sabían que existía pero nunca lo verían y ni lo vieron jamás de cerca o de lejos; equivalía a la figura fantasmal de una leyenda. Si acaso, contemplarían su efigie en la hoja de algún libro, óleo o retrato que se colgaba en la pared de un recinto oficial. Por eso, los habitantes de la Comarca Lagunera que conocieron de carne y hueso al Benito Juárez pétreo, inescrutable y peregrino a quien se le han levantado centenares de estatuas dentro y fuera de México, tuvieron una inolvidable experiencia única en su vida.

La falange republicana venía procedente de Matamoros, en Coahuila, población a la que Juárez días después elevaría a la categoría de villa. En este sitio, sus habitantes, le denunciaron el déspota y humillante maltrato que recibían del latifundista de origen vasco Leonardo Zuloaga, propietario de esas tierras.

En la hacienda de Santa Rosa, el defensor de las Leyes de Reforma se entrevistaría con los generales Jesús González Ortega, José María Patoni y Alcalde, para deliberar sobre las maniobras militares que seguiría el ejército republicano ante la invasión francesa.

EL CARRUAJE Y EL CHOFER DE BENITO JUÁREZ

La negra carroza que Juárez usó en su mandato presidencial y durante su viaje de la ciudad de México a Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez) y viceversa, fue fabricada en París, Francia. El vehículo, en la actualidad, forma parte del inventario de objetos históricos que se exhiben en Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec de la ciudad de México.

La histórica carroza se encuentra en el Salón de Carruajes, frente a ella está la que a su vez utilizó Maximiliano durante el llamado Segundo Imperio Mexicano, elegante vehículo de color dorado que denota el lujo y la ostentosa pompa tan característicos de la realeza europea. Comparados -entre sí- el landó republicano denota la austeridad en la que siempre vivió, tanto en su vida pública y privada, el Benemérito de las Américas.

El carruaje está compuesto por dos puertas de madera con manijas de bronce y vidrios biselados, sobre ellas aparece el escudo republicano y también contiene un abatible (asiento o mesa que se puede mover de manera horizontal o vertical), así como los sillones que se encuentran finamente tapizados al igual que las paredes interiores de las puertas. El sillón del chofer está forrado con cojines de piel y exhibe en sus flancos candiles de latón y bronce; las ruedas son de madera.

Este carruaje fue el Palacio Nacional sobre ruedas donde Benito Juárez platicaba con sus ministros y asesores militares, dentro de él escribió cartas y firmó documentación oficial, caviló estrategias, trazó planes y tomó decisiones en los críticos días de la invasión francesa a nuestro país. Le sirvió más que un medio de transporte, cumplió las funciones de su oficina presidencial, fue su residencia móvil. Por sus ventanillas, saludó y escuchó peticiones de sus gobernados en su largo peregrinar por el norte de la geografía nacional; a donde llegaba, era observado con asombrosa curiosidad por los lugareños, sobre todo por los niños.

Juárez y su carroza, fueron los símbolos republicanos perseguidos con encono por las tropas francesas a los que nunca les dieron alcance, emblemas defendidos con celo por las guerrillas que siempre tuvieron a su favor el conocimiento del terreno, además del espíritu patriota de sus partidarios a lo largo de la ruta. Y así lo expresó el patricio en uno de sus escritos: "¿Qué pueden esperar (los invasores) cuando les opongamos por ejército nuestro pueblo todo, y por campo de batalla nuestro dilatado país". (Las Herencias Ocultas. Autor: Carlos Monsiváis. Página 62. Impreso por Litográfica Ingramex, S.A. de C.V. México. 2006)

Figura poco comentada por la historia oficial ha sido la de Juan Idueta, su fidelísimo chofer, a quien se lo recomendaron durante su estancia en Monterrey. Idueta, era empleado del Palacio de Gobierno en la capital regiomontana, tenía destreza como jinete y conductor de vehículos de tracción animal; gracias a él, Benito Juárez escapó de sus enemigos cuando estuvieron a punto de capturarlo en Monterrey en 1864 y en Zacatecas en 1867. Trabajó para el héroe de la Reforma hasta el final de su vida. Condujo la carroza fúnebre que llevó el cadáver de Juárez el día de su sepelio, del Palacio Nacional al Panteón de San Fernando en la ciudad de México, el 20 de julio de 1872.

Juan Idueta, también conducía el carruaje de Benito Juárez cuando llegó a la hacienda de Santa Rosa (Gómez Palacio) en suelo duranguense, el 4 de septiembre de 1864.

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El carruaje de Juárez, transitó por los caminos de brecha de Coahuila y Durango, en su trayecto a Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez).
El carruaje de Juárez, transitó por los caminos de brecha de Coahuila y Durango, en su trayecto a Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez).

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