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John F. Brittingham, el banquero (1859-1940)

SIGLOS DE HISTORIA

John F. Brittingham.

John F. Brittingham.

Mario Cerutti

Industrial y algo más. Las limitadas referencias historiográficas que se detectan sobre John F. Brittingham - muchas de ellas en obras que hablan de la misma Comarca Lagunera - coinciden en un dato central: lo consideran un industrial. Parece notorio que ese perfil quedó definido por la prominente participación que tuvo en la fundación y organización de la Compañía Jabonera y, sobre todo, porque dirigió la empresa durante un cuarto de siglo.

La revisión sistemática del muy rico archivo conservado por sus descendientes, empero, permitió incorporar una segunda arista a su relevante historia empresarial: la bancaria. En este caso, también, la trayectoria de Brittingham remató con la articulación de una sociedad anónima sumamente representativa de las transformaciones y desarrollo que, a principios del XX, mostraba la comarca del algodón: el Banco de La Laguna, fundado en 1907.

Como Jabonera, el Banco de la Laguna supuso: a) un alto nivel de relaciones con los propietarios, agricultores y capitalistas de la región; b) un nudo local que afianzó el eje de intereses que bajaba desde Chihuahua y se estiraba hacia Monterrey, con una afirmación complementaria de sus conexiones con ciudades como Saltillo y Durango; c) una evidencia más del dinamismo que mostraron los capitales de origen regional, durante el porfiriato, en el norte de México.

II. La banca en el México porfiriano

Aunque en 1864 se fundó el primer banco privado en México, la estructuración en el país de un sistema bancario no se definió hasta finales de siglo. Regulada por disposiciones incluidas en los códigos de Comercio de 1884 y 1889, la actividad financiera quedaría sólidamente enmarcada en términos legales a partir de 1897, al ser promulgada la Ley General de Instituciones de Crédito.

Con los significativos antecedentes de la precoz Chihuahua (donde los bancos comenzaron a establecerse ya en la década de los 70, y no dejaron de proliferar en los 80) y de la gestación del poderoso Banco Nacional de México (1884), fueron los años 90 los que vieron emerger, de manera generalizada, las instituciones de crédito provinciales.

Dentro de este movimiento global, el norte de México mostró una dinámica especial: reflejó, con seguridad, las profundas transformaciones económicas que transitaba esta enorme área situada debajo de Estados Unidos. Un veloz recuento de la aparición de instituciones de crédito norteñas en la última década del siglo debe incluir el Banco de Durango (1890), el de Zacatecas (1891), el de Nuevo León (1892), el de San Luis Potosí (1897), el de Coahuila (1897), el Occidental de México (en Sinaloa, 1897), el de Sonora (1897) y el Mercantil de Monterrey, en 1899 (Batiz, 1986).

Una diferencia sustancial de la banca del interior fue que se apoyó, en líneas generales, en capitales de origen regional. Estudios recientes han mostrado que los bancos locales no fueron sino la prolongación de una actividad crediticia que desempeñaban, desde tiempo atrás, prominente casas mercantiles. Si Chihuahua fue un caso temprano de ese comportamiento, lo repetirían más tarde Monterrey, Durango, Saltillo, Mérida, Puebla y otras ciudades del México interior (Cerutti, 1992).

Ese entrelazamiento entre banca regional y su entorno más inmediato se vio favorecido por el régimen de sociedades anónimas, perfilado por el código de Comercio de 1889. Por medio de la asociación, capitales provenientes del comercio y de actividades como la ganadería, la agricultura, la minería, los servicios, los transportes y la industria fabril lograron conjuntarse para organizar instituciones especializadas en la emisión y el crédito.

Enrique C. Creel resultó quizás -desde Chihuahua- la más moderna expresión individual de un movimiento que brotaba, con fuerza, en las entrañas del norte. Y el Banco de la Laguna -ideado y organizado por John Brittingham- podría adoptarse como un transparente ejemplo sobre los mecanismos que hicieron nacer tales instituciones en el México porfiriano.

III.- Enrique Creel y la banca en Chihuahua

Si la experiencia industrial de Brittingham nace de sus relaciones con el chihuahuense Juan Terrazas, la financiera se nutrió, en sus inicios y por mucho tiempo, del contacto con el más destacado hombre de negocios del Chihuahua finisecular: Enrique C. Creel.

Yerno de Luis Terrazas -jefe militar de raíces liberales, múltiple gobernador, propietario casi omnipotente-, y cuñado del más antiguo socio de Brittingham, Creel se convirtió desde los años 80 en el cerebro de un imperio económico que, en los bancos locales, tuvo uno de sus apoyos vertebrales. La todopoderosa familia norteña fue apropiándose, una a una, de las instituciones bancarias que en el casi despoblado estado de Chihuahua florecieron desde los 70.

Uno de ellas fue el Banco Comercial, surgida como prolongación de la primera institución bancaria que tuvo Chihuahua (y la segunda en México): el Banco de Santa Eulalia, que comenzó a trabajar en 1875. Al aparecer el Comercial, en 1889, contaba entre sus asociados más destacados a Enrique Creel. En 1900 se fusionó, a su vez, con el más sólido banco ubicado fuera del Distrito Federal: el Minero de Chihuahua. El Minero, por su lado, había emergido en 1882. Desde el principio, en su caso, contó con la participación de Creel y del general Terrazas.

Las incursiones inaugurales de Brittingham en este segmento de su actividad empresarial las realizó, justamente, con la sucursal que instaló en 1898, en La Laguna, el Comercial. Pero su más remota aproximación a la actividad bancaria parece haber sido su integración como accionista en el próspero y ascendente Minero de Chihuahua. Según León (1992), Brittingham era en 1896 el más fuerte accionista del más destacado banco de la familia Terrazas. Ese año, los quince principales accionistas del Minero --concentraban alrededor del 50% paquete accionario, con Brittingam a la cabeza-- eran los que se señalan en el cuadro de abajo. El cuadro sugiere, de paso, que el Banco Minero era hacia mediados de los 90, y como sucedería poco después con Jabonera, un sólido eslabón del eje empresarial Chihuahua/ La Laguna/ Monterrey.

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