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Un día de primavera

VIDAS DE SOL | Desde hace 10 años, Édgar Alarcón inyecta vida a la ciudad con su espectáculo de circo callejero

GABRIEL ACOSTA
“A fin de cuentas, todo es un chiste” — Charles Chaplin

Viste un traje verde de una sola pieza y unos tenis converse rosas mientras una multitud lo rodea en pleno atardecer. El sonido ambiental está compuesto de risas, aplausos y los gritos de los niños que jalan a sus padres para observar al tipo que está provocando el alboroto. El Primaveras pide ayuda a un voluntario para subir a su monociclo, que se asemeja a una jirafa con una rueda. Una vez arriba, pedaleando en movimientos semicirculares para adelante y para atrás, pareciera que aprendió a equilibrarse mucho antes de poder a caminar.

Ahí salta, da vueltas y baila en su monociclo. Los asistentes le lanzan bolos y él los utiliza para hacer malabares: con uno, con dos, con tres y hasta con cuatro. Con su barbilla equilibra una sombrilla de 6 metros de altura mientras baila al ritmo de cumbia. Así es un sábado en la noche para Édgar, el ser humano detrás de El Primaveras.

De albercas, violines y bicicletas

Treinta y un años atrás, en la Comarca Lagunera nacía Édgar Alarcón, el segundo de tres hermanos, que tras una vida de violinista, competidor de natación, y biker, encontró su destino en el circo callejero y descubrió en El Primaveras una especie de álter ego que lo motiva a seguir sus impulsos.

“Édgar es una persona muy seria, enojona, intensa y al mismo tiempo alegre; siempre busca el lado positivo de la vida. Le suceden cosas fuertes y no baja bandera, no termina siendo un malilla más, sigue dirigiéndose por su corazón”.

El primer contacto de Édgar con el arte fue mediante la música. Desde los 8 años comenzó con clases de violín, después en clases de piano, violonchelo e incluso de canto.

“Estuve a punto de hacer audiciones para la Camerata (de Coahuila) cuando descubrí el circo y me metí de lleno”. Además de sus inicios en la música, Édgar también practicaba natación. “Estuve viajando en competencias nacionales, según esto era bueno”, afirma con una sonrisa ingenua.

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Venga la primavera

Édgar tenía la firme intención de estudiar música en el conservatorio de Xalapa, Veracruz. Además de la música, también practicaba el BMX y tenía constantes confrontaciones con su padre debido a que quería que continuara con la natación.

En un viaje casual y de ride a Parras de la Fuente, conoció a unos malabaristas que terminarían mostrándole el destino, ése que años después lo llevaría a dar sus propias presentaciones, en las cuales baila con la música de Lenny Kravitz y realiza malabares con fuego, en un acto que hipnotiza a los transeúntes. A sus 21 años, Édgar no sabía que a los 31 seguiría haciendo lo mismo. “Ya llevo diez años, toda una carrera”, comenta orgullosamente.

“Me enseñaron varios trucos y desde ahí dije: ‘esto es lo mío’. Comencé a organizar un colectivo, a organizar eventos, encuentros de circo y de buenas a primeras ya estaba más adentro del circo que de la música y la natación”.

Con el tiempo, la familia aceptó su nuevo estilo de vida e incluso contribuyen con sus espectáculos artísticos. Su madre es modista y lo ayuda a diseñar sus vestuarios; su padre se emocionaba cuando lo vio por primera vez montarse al monociclo.

Cuando uno dedica su vida a realizar acrobacias encima de la gente, hacer malabares con fuego y transportarse en un monociclo, es casi imposible permanecer ileso. En una ocasión, Édgar se rompió el tobillo y tuvo que ser operado en tres ocasiones para recuperarse. “Tuve que volver a aprender a caminar”, lo dice sin ningún dejo de resentimiento en sus palabras, como quien sabe que son gajes del oficio.

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Viaje al Planeta Equilibrio

El personaje que ahora es inherente en su vida es El Primaveras. Su nombre surgió debido a que vestía playeras hawaianas en tiempo de frío. “Miren, ése siempre viene bien Primaveras” comentó alguien sin saber que aquel sobrenombre acompañaría a Édgar durante toda su vida.

“Yo admiro a El Primaveras. Rescató a Édgar Alarcón, el cual era un poco depresivo. Lo cambió, lo hizo más maduro, más pensante, más consciente de su propia hija. Para mí es vida, es un personaje que llena de vida y paz a esta ciudad”.

El espectáculo de este personaje comenzó en tiempos de violencia, mientras el expresidente Felipe Calderón le declaraba abiertamente la guerra al narcotráfico. “Empecé a hacer este show como un rescate de espacios públicos a través del arte”. Mientras el país perdía miles y miles de vidas, El Primaveras le inyectaba vida a las vidas que se quedaban.

Durante sus presentaciones, El Primaveras interactúa de manera espontánea con niños y adultos, los invita a participar con él, realiza malabares con fuego y para culminar, salta en su bicicleta a cinco confundidos voluntarios y a un pollo (de juguete), los cuales permanecen inertes, aterrados y emocionados, todo al mismo tiempo. Los invita a que se despidan de sus familiares antes de realizar el peligroso salto que culmina con un pollo atropellado.

En alguna ocasión, relata Édgar que un señor se acercó a él al término de una presentación, diciéndole: “Me acabas de hacer el hombre más feliz del mundo”, debido a que había llevado a su hija sordomuda a verlo y no paraba de reír con las ocurrencias de El Primaveras. “A ella no le gustaba salir y nunca la había visto sonreír tanto”.

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“Is this love, is this love what I’m feeling? — Bob Marley

Detrás de la entrevista y acompañándolo a donde va, se encuentra Marley —de siete años de edad— quien aguarda impacientemente el momento en que su padre termine de hablar para volver a jugar con él.

“Marley representa todo para mí. Desde que nació me comprometí de corazón con ella a que no le iba a fallar. A mi hija siempre le he dado todo mi tiempo. Ella misma sabe que cuando nos separamos, no nos extrañamos, de tanto que nos queremos. Sabe que la escucho. Confía mucho en mí porque sabe que si no hay con quién jugar, voltea a verme y le hago caras o alguna mensada”, platica Édgar mientras Marley, quien dejó de correr, se sienta a su lado contemplándolo, emocionada.

“Ella se ve contenta en el alma”, sentencia Édgar para definir la felicidad de su hija.

Un día en la vida

Édgar se levanta a las 6 de la mañana y sale a recolectar dinero a las 7, cuando nace el inclemente sol de Torreón. “Pa’ que no se me quite lo pelirrojo, me voy al semáforo”, sonríe. Ahora, en tiempos de vacaciones lleva a su hija a clases de natación y durante las tardes entrena acrobacias y los trucos que realizará en sus presentaciones. Para intentar uno nuevo se prepara alrededor de 6 meses, para poder controlarlo a la perfección. Cualquier desliz y perdería credibilidad en el público, ése que se acerca con él al final del show para pedirle fotos con sus hijos.

El nuevo reto de El Primaveras es el de montar un performance en donde pretende tocar el violín encima de su fiel monociclo, equilibrándolo sobre la cuerda floja. Fuera de sus planes como artista, Édgar disfruta el presente y se ríe del futuro. “El otro día pensaba en que igual y en 200 o 300 años va a existir la leyenda urbana sobre si existió El Primaveras. A ver qué va a pasar”.

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“Estoy tan orgulloso de lo que llegué a ser, sin conocer del circo, sin competir. Yo no sabía qué tan bueno podía ser y ahora soy muy renombrado en todo el país. Me hice muy popular dentro del mundo del circo y me da mucho orgullo que reconozcan mi trabajo y el tiempo que he metido en todo esto”.

Después de concluir su show, El Primaveras agradece al público y pone un sombrero en medio de la calle. Comienza con la cuenta regresiva y decenas de niños salen corriendo a poner sus monedas y billetes sobre él; luego toca el turno a los adultos. Termina el espectáculo y la multitud se disuelve, todos regresan a sus vidas de sábado por la noche.

El Primaveras durante una de sus presentaciones en el Corredor cultural Morelos. (MICHEL RUIZ)

El Primaveras durante una de sus presentaciones en el Corredor cultural Morelos. (MICHEL RUIZ)

Édgar afirmó que El Primaveras lo ha ayudado en su vida. (MICHEL RUIZ)
Édgar afirmó que El Primaveras lo ha ayudado en su vida. (MICHEL RUIZ)

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