Es el doceavo y último round, me dirijo tambaleante hasta mi esquina e inmediatamente me desplomo sobre el banco. Llevo mis dedos índices hasta mis sienes, intentando (sin resultado) mitigar el dolor.
Todo parece transcurrir a una velocidad menor al tiempo real, y el sonido es contrario al bullicio que acontece a mi alrededor, pues es tan bajo que resulta casi inaudible.
- Bebe – Ordena un tono demandante. - Pega muy fuerte – intento explicar mientras el chorro de agua escurre a través de mis palabras.
Vuelvo a beber un pequeño sorbo, y siento el dolor del último trago que surca mi garganta. Si sigues sangrando, detendremos la pelea – escucho decir a una voz no muy segura de sí misma.
El réferi ha hecho la señal de salida, y retengo lo último que alcanzo a escuchar.
- ¡No bajes la guardia! Siento cómo la sangre sube a mi cabeza como un balde de agua fría.
Lo último que recuerdo es verme a mí mismo recostado en la cama de hospital, escuchando el llanto de mi esposa cuando el médico le dio la noticia.
Aquella noche, todos sabían que mi padre moriría en esa pelea, incluso yo mismo. Pero nadie hizo nada para detenerlo.
Wendy Arellano
