Columnas Social

Ensayo sobre la cultura

Educación y lectura

José Luis Herrera Arce

Cada vez estoy más convencido que nuestro sistema educativo es impotente. No sólo porque el sindicato de maestros ha logrado imponerse oponiéndose a todo intento de reforma. Lo importante es que no se pierdan los ingresos de los profesores, aunque sean malos. El alumno nunca va a exigir que le enseñen. Ya casi todo mundo sabe que los tienen que pasar, aunque no sepan nada. Faltan las verdaderas vocaciones; abundan los que saben que teniendo la plaza, pueden permanecer, percibiendo un sueldo.

Ni el joven o el adulto van a leer si no lo siente necesario. Parto de mi experiencia personal. Trabajé un tiempo en la UAM Azcapotzalco. Tomaba viaje con dos compañeros, uno de ellos tenía doctorado. No era difícil que salieran a relucir pláticas sobre literatura. Poco conocía de libros. Podía relacionarlos con sus autores, pero muchos no los había leído. Me prometí no volver a quedar en ridículo y desde entonces me aboqué a leer lo que desconocía, sobre todo los clásicos. Puse un orden en mis lecturas: por épocas, por países. Un año me la pasé con los franceses y hasta hoy no he dejado de leer. Cuando comienzas nunca acabas porque los horizontes se te abren. Si buscas, encontrarás. Al agotarse un tema, se te abren otros. Yo leía de historia de México. Aún tengo muchas etapas que no logro consolidar, como es el caso de la colonia. Pero la historia me ha llevado a la antropología. De repente me he visto lleno de bibliografía de esa área del conocimiento.

Dejas de buscar información cuando te conformas con tu pequeño mundito y no necesitas más puesto que nadie te lo exige. En mi paso por la televisión, no leía, porque no tenía razón para hacerlo. Mi trabajo fue mecánico, de hacer más que de pensar. La vida del mundo cotidiano se nos vuelve eso, una dinámica de consumir porque siempre nos sentimos vacíos. Pensamos que somos modernos por hablar de las películas que antes sólo eran para niños, como la del guasón, o las de Marvel. De eso si hay que conocer. Es tema de plática. Los libros no. Aunque los bomberos no quemen libros, como en Farenheith, la lectura no hace madurar conciencias, vivimos la cultura audiovisual que se digiere con la emoción.

Taibo edita cuentitos de veinte páginas. Un considerable atraso si lo comparamos con los libros verdes que publicaba Vasconcelos. Como que somos temerosos de ser contundentes para lograr objetivos, como que no tenemos una idea de cómo resolver el problema de que el mexicano no lee, porque eso lo debería de resolver el sistema educativo.

¿Cuántos maestros, en sus casas, tienen bibliotecas que vayan más allá de los libros de textos? Me imagino que no son muchos. Debería de ser el principal consumidor de libros, como el escritor o el profesionista. Pero si nuestras bibliotecas son cada vez más raquíticas es porque le faltan clientes que consuman y exijan ciertas bibliografías. No todo es literatura, historia, filosofía. Todas las especialidades del conocimiento del nombre necesitan bibliografía. Si no existe, es porque nadie la pide. La oferta de libros de pintura ha bajado y siempre se ofrece lo mismo, lo que ya tiene el que los consume.

La educación también por otro motivo, es decadente. Les tenemos lástima a los alumnos. Nos vencen cuando nos dicen que no tienen dinero ni para el camión; pero nadie carece de celular. Dejamos de exigir y entonces, hacemos muy malos profesionistas.

Nada más hay que referirse al Calmécac y Telpochcalli, la escuelas de los aztecas para guerreros y sacerdotes. El principio de cualquier sistema educativo es la disciplina. Sin esta no se logra nada. Hemos acabado con la disciplina. Si no cumples, no pasa nada. Aprendes, muy joven, a ser corrupto. Inventas cuentos para evitar cumplir con tus obligaciones.

El sistema educativo te debería de hacer importante el que leyeras. En otras partes del mundo inventan concursos regionales y nacionales para entusiasmar a los chicos. Un ejemplo, en nuestro propio país, sería, la robótica. El adulto debe de mantener el entusiasmo en el joven que para eso se inventaron las instituciones.

El abogado puede saber derecho romano pero no historia de Roma y de ese tema es de lo que más hay. El maestro debería de fomentar el orgullo nacional pero si desconoce que hizo Tezozomoc o quien fue Acamapichtli, dudo que lo pueda hacer. Ya ni en eso creemos, en la nación. En la globalización somos los patitos feos que desea alimentarse con comida chatarra en lugar de unos buenos tamales, o chiles en nogadas, o todos los moles que produce el país. Somos la cultura del maíz pero pocos saben por qué. Esos son los cuentos que nos deberían de contar en la escuela.

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