Los apellidos que en el Potrero privan son los mismos que han sido siempre en la montaña: Gáuna -por Gaona-, Yervides -Oyervides-, Peña, Cepeda, Flores, Dávila, Valdés.
Hay uno, sin embargo, que no parece del Potrero, y ni siquiera de Arteaga, de Coahuila o México. Ese apellido es Goseco. Lo llevan Pedro el albañil, Antonio el de la tienda, Bernardino el pastor.
Yo sé la historia de ese apelativo. En la guerra contra el francés el coronel Ignacio de la Peña, del Potrero, lazó cerca de Puebla a uno de los capitanes de Bazaine, lo derribó del caballo y arrastrándolo con el suyo lo llevó a su campamento. El joven capitán se llamaba Charles Gossec.
Lo iban a fusilar. Don Ignacio le pidió su vida a Escobedo, y su casi paisano se la concedió. El coronel hizo que su prisionero jurara no volver a tomar las armas contra México. Se volvieron amigos. Cuando cayó el Imperio lo invitó a ir con él al Potrero, y ahí el militar francés se casó con una joven del lugar. Al paso de los años el Gossec se convirtió en Goseco.
Los Gosecos son más altos que el común de la gente de por aquí. Algunos de ellos salen con los ojos azules aunque tengan piel morena, pues con el tiempo las familias se han mezclado. Del capitán Gossec no quedó ni memoria en el Potrero. Pero quedó su sangre. Qué bueno. De no haber sido por don Ignacio esa sangre habría quedado derramada en Puebla.
¡Hasta mañana!...