Hay un cuarto en la casa al que nadie entra. Fue el de Luz de la Peña, hija mayor de don Ignacio, señor de Ábrego.
Lucita -así le decían todos- se iba a casar. Ya estaba pedida y dada, como antes se decía. Una semana antes de la boda llegó al Potrero una mujer que buscaba a la señorita De la Peña. Le preguntó:
-¿Usted es la que se va a casar con Fulano?
-Así es -sonrió Lucita.
-Yo soy su esposa -dijo la mujer.
Y le presentó las constancias del matrimonio civil y religioso celebrado en la Villa de Santiago.
Lucita jamás volvió a ver a su novio. En el relato escribí "Fulano" porque ahora nadie sabe su nombre: don Ignacio prohibió que se pronunciara. Quien lo dijera tendría que irse del rancho. La muchacha languideció, y un año después se la llevaron unas fiebres perniciosas. Su padre hizo cerrar la puerta de su alcoba. Cuando tomamos posesión de la casona forzamos la cerradura y entramos en el aposento. Abrimos la castaña -el baúl- de Lucita y percibimos un vago aroma a espliego. Ahí estaba su vestido de novia con las ropas nupciales de la infeliz muchacha.
Dejamos todo como estaba y cerramos otra vez el cuarto. Nadie lo ha vuelto a abrir.
¡Hasta mañana!...