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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

De la torre de la iglesia al suelo hay 15 metros.

De esa altura cayó el niño. Travieso, jugaba en el campanario en el momento en que el sacristán saludaba con repiques al Santísimo, que salía del atrio en procesión. La campana empujó el chamaco, y éste se precipitó al vacío.

No se mató.

Cayó sobre el palio que sostenían cuatro seminaristas para cubrir al obispo y a la sagrada forma. Buen batacazo se dio el muchachillo, pero ahí paró todo. Se levantó diciendo: "¡Uta!", palabra que no era para ser dicha ante el Sacramento, y luego les pidió a los atónitos seminaristas y al asustado obispo: "No le vayan a decir nada a mi papá".

El papá se enteró, claro: todo el pueblo hablaba del milagro. Cuando el niño llegó a su casa el señor le propinó una santa -santísima- azotaina. Ahí no hubo milagro.

Pasó el tiempo, y el niño aquel se convirtió en adulto. Sólo entonces se dio cuenta de la magnitud del suceso en que había participado. A partir de entonces manda decir una misa cada año en la fecha de su milagrosa salvación, el día de Corpus.

La historia me la contó cierto señor en uno de mis viajes. Como me la contó él así te la he contado yo.

¡Hasta mañana!...

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