Columnas la Laguna

MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

San Virila hacía milagros, eso es cierto.

Sus milagros, sin embargo, eran pequeñitos, no como los milagros de Nuestro Señor. Él no resucitaba muertos, ni sosegaba la tempestad del mar, ni multiplicaba los panes y los peces.

A lo más que llegaba San Virila era a abrir la nublazón en el cielo de invierno para que un rayito de sol bajara sobre el perro callejero que tenía frío, o a detener en el aire la caída del travieso chiquillo que se precipitó de lo alto del campanario de la iglesia.

Los milagros de San Virila, ya se ve, eran tan humildes como él. No obstante eso un día el frailecito obró un gran milagro: hizo que todos los ruidos callaran en el pueblo para que se escuchara el canto de un gorrión que desgranaba sus trinos en la rama de un árbol.

-Los hombres ya no saben oír -explicó después el santo-. A veces se necesita un milagro para que oigan.

Y añadió:

-La verdad es que el canto del gorrión era el mayor milagro.

¡Hasta mañana!...

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