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Cirugía en tierra de marchantas

Desde hace más de cuatro décadas, "M" decidió instalarse en uno de los puntos de mayor identidad en Torreón

ILUSTRACIÓN: ANA SOFÍA MENDOZA

ILUSTRACIÓN: ANA SOFÍA MENDOZA

IVÁN HERNÁNDEZ

El sector Alianza, en el costado poniente del Centro de Torreón, es un sitio ideal para encontrar estilos de vida modestos, gritones de puesto, bajos niveles de formación y una que otra existencia viciada.

Todos los días, no a cualquier hora, en los oídos de la clientela resuenan las voces de rigor: "pásele, marchanta", "llévele, llévele", "golpe avisa".

Fachadas decaídas, servicios básicos mermados, humo de camiones y malos olores forman parte de la cotidianidad. Desde hace décadas, visitantes frecuentes bromean acerca del tamaño de la fauna roedora en ese colorido ecosistema.

Un lamento frecuente denuncia la presencia de facinerosos que, diría Quevedo, introducen el dos de bastos para sacar el dos de oros.

Desde la década pasada, el sector ostenta la denominación de punto conflictivo por excelencia en el mapa de la inseguridad torreonense.

No obstante, la Alianza sigue de pie. Dos razones contribuyen a ello: su carácter de zona comercial tradicional y su calidad de punto de encuentro. En ella confluyen, además de vecinos de colonias aledañas, y de ciudades hermanas, habitantes de comunidades rurales que abordan o descienden de varias rutas suburbanas que hacen central allí.

A pesar de la mala fama, el poniente aliancero recompensa el trabajo honrado.

HISTORIA

Egresado de la Facultad de Odontología de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC) M encontró en los andadores comerciales que colindan con el Cerro de la Cruz el sitio ideal para ganarse la vida con su instrumental médico. Por modestia y seguridad, pide mantener su nombre fuera de estas líneas. La experiencia, apunta no sin razón, es lo importante.

Torreonense de nacimiento, concluyó los estudios superiores en 1976. Comenzó su devenir profesional en la Sierra de Chihuahua. Allá abrió un consultorio en el municipio de Guachochi. Duró un año en esos afanes.

En agosto de 1978 bajó de las alturas serranas y regresó a la patria chica. Al mes siguiente, inició su residencia en el sector Alianza.

La idea de insertarse en el sistema circulatorio del mercado no fue suya. Un amigo de la escuela inauguró el local, pero como se iba a cumplir servicio social en Cuatro Ciénegas, buscó un cómplice. M aceptó la invitación. Se alternaban el mando de la nave. Una semana para cada quien. Su sociedad no duró. El fundador buscó nuevos horizontes y le vendió a M la mitad del negocio.

A casi 42 años de distancia, la rutina no ha variado. El espejo bucal sale a relucir presto a determinar el curso de acción. Limpiezas dentales, extracciones de piezas, reparar o reemplazar dentaduras, atender la necesidad de placas.

CULTURA

Entre los servicios habituales no hay tarea más difícil que retirar la muela del juicio. Las personas, explica, la dejan pudrirse y solo piden asistencia médica cuando ya es demasiado tarde para salvarla. En cuanto escuchan la solución a su malestar "lo que menos quieren es que la quites".

Un día llegó un cliente a solicitar la extracción de un premolar. Estaba muy seguro de que el odontólogo no iba a batallar. "El diente ya está flojo", dijo. No era así. El juego de la pieza se debía a que se había quebrado; la raíz conservaba toda su solidez.

Como buen profesional sanitario, M lamenta la falta de cultura que le da trabajo. "La población no hace por cuidarse", opina.

El dolor, no cualquier dolor sino uno fuerte, lleva al afectado a consulta. Dolencias leves alcanzan a producir un "ya se me pasará". Malestares de consideración, en cambio, preocupan y activan el último recurso.

Conservar las piedras de molino de la boca, dice M con firmeza, debería ser una de las prioridades de todo ser humano.

Una señora llegó con un diente que supuraba. M le preguntó cuánto tiempo llevaba padeciendo aquello. "Un año", respondió ella. El doctor subrayó la importancia de la dentadura, parte fundamental del buen comer y de la correspondiente nutrición.

"¿Y si mejor no como?", dijo, de guasa, la mujer.

"Pues no coma", fue la réplica instantánea.

Perder un molar, un premolar, un colmillo, un incisivo, implica más que un desperfecto estético. Para suplir la baja en la alineación, los otros dientes empiezan a moverse, tratan de ir hacia adelante. A la larga, consiguen crear problemas.

Conservar o no el molino bucal en buena condición depende bastante de la herencia genética.

Algunos niños, afirma, traen los dientes picados, negritos, de origen. Están condenados, debido al alto riesgo cariogénico impreso en su humanidad, a batallar. La sentencia es de por vida.

Los infantes son el grupo que menos se sienta en la silla de M, apenas 10 o 15 de cada 100 pacientes.

¿Cómo evitar las piedras postizas? M recomienda:

a) Reducir el consumo de ácidos, de salsas y aderezos, que incluyen en sus fórmulas químicos con capacidad para deshacer la parte más dura del cuerpo: el esmalte dental.

b) Ajustar la alimentación a lo que podemos masticar, tarea complicada para un pueblo tan aficionado a los chicharrones. Eso no cambia el hecho de que uno de ellos te puede quebrar el diente.

c) No irse a dormir sin cepillar la dentadura, o si se prefiere, desalojar las bacterias con dentífrico para impedir que trabajen toda la noche en un ambiente propicio, a boca cerrada.

Que la salud bucal sea un tema fundamental no modifica una práctica frecuente de la educación hogareña, padres que dicen a sus hijos pequeños "si te portas mal, te llevamos al dentista".

VIDA

La violencia mató al Centro, aseguran comerciantes de céntricas calles de Torreón. El sector Alianza no fue incluido en la esquela. Para comprobarlo, dice M, basta con echar una mirada fuera del local: "Hay gente, nunca ha dejado de haberla".

Seis personas copan la sala contigua. Todas aguardan por el médico. M considera que están ahí porque ofrece un tratamiento indoloro. Trabaja pensando en no causar dolor físico y cobra lo justo, esto último alivia el bolsillo.

Una conversación ocurrida en la sala contigua confirma la aseveración del doctor. Tres mujeres hablaban sobre la conveniencia de atenderse en la facultad de la que egresó M. "Allá cobran más barato", decía una luego de relatar la experiencia de algún familiar. El auditorio asentía. Ninguna se movió de su lugar. Todas esperaron.

Al escuchar el eco de esos comentarios, M opina que ponerse en manos de los muchachos (estudiantes) entraña un riesgo. "Ellos lo que hacen son prácticas", remata.

Enseguida, rememora a compañeros de generación que se graduaron y no tuvieron suerte, o no trabajaron bien, o no le echaron ganas. Cualquiera que fuera el caso, acabaron dedicándose a otra cosa.

En esta profesión, explica, suelen fallar quienes no ven seres humanos metidos aprietos sino dinero.

Semanas atrás, un individuo solicitó una endodoncia, terapia para salvar dientes enfermos que consiste en limpiar el interior de una pieza afectada, rellenarla y sellarla. La óptica de un colega había planteado la necesidad inexorable del procedimiento. M glosó las características del trabajo y el precio. El consumidor prefirió extirpar la pieza.

VIOLENCIA

Desde su consultorio enclavado en la dinámica del sector aliancero, M atestiguó, casi siempre de oído, eventos cargados de plomo. Nunca cerró. Comparte, con humor, una ocasión en la que no fue a trabajar. Era sábado y no había pendientes en la agenda. Decidió quedarse en el hogar. Al lunes siguiente, vecinos le llevaron una noticia del tipo que no sale en los periódicos. Comisionistas del desorden habían visitado todos los locales de la zona. Cobraron parejo. Los vecinos le preguntaron si alguien le había dado el pitazo. M respondió: "Sí, San Judas Tadeo".

También tiene presente el caso de dos conocidos del sector que fueron levantados. Los confundieron. Uno sobrevivió al error, el otro no.

La Alianza sigue viva, pero bajo estrictas normas de autoprotección. Una del dominio público dicta concluir la jornada y marcharse a casa a las cinco en punto de la tarde.

¿Toque de queda? No oficialmente, más bien, se trata de una recomendación que puesteros, trabajadores, marchantes y profesionistas del poniente aliancero procuran seguir a rajatabla: no andar por ahí después de las diecinueve horas.

LEGADO

Del consultorio salieron las carreras de sus seis hijos. Uno de ellos siguió el mismo camino de la encía anestesiada y los fórceps.

Por el contexto, puede parecer que la consulta de M se especializa en bolsillos de bajos recursos. No es así. También atiende, desde hace décadas en varios casos, a pacientes acomodados.

El tema de la clientela fiel despierta la mención de una familia de Monterreycillo, localidad de Lerdo, Durango.

"A ellos los he atendido toda la vida. Al abuelo, al papá, a los hijos y ahora a nietos y bisnietos", dice, no sin asombro.

M tiene clara la fórmula: "Si eres derecho, la clientela te respeta, de otro modo, empieza a dudar".

A veces sucede que un individuo solicita algún producto, deja un anticipo y vuelve meses después, incluso años, a recuperar el dinero. El cirujano dentista muestra la placa o la pieza de repuesto manufacturada con el adelanto. "Quien hizo el encargo se molesta porque ya no la quiere", dice mientras abre un cajón que guarda diversos trabajos pendientes de entrega. "Varios de ellos los tiro, no le sirven a nadie más", expone.

El trato fácil, cordial y cálido le viene de cuna. Su padre "era muy social". A esa formación cabe agregar las lecciones de psicología recibidas en la facultad.

La intervención paterna fue definitiva en la singladura de M. A principios de los setenta, indica, el plan era ser ingeniero eléctrico. Estudiaba en el Tecnológico de la Laguna. Buen atleta, se apuntó al equipo de natación de la escuela. En la disciplina de piscina le fue bien. Representó a la institución en juegos intertecnológicos. Sin embargo, el mérito deportivo mermó el rendimiento académico. Las calificaciones naufragaron hasta echarlo del Tec.

Su padre entró al rescate. Aconsejó al vástago, le dijo que aprovechara su habilidad manual, incluso le sugirió la carrera dental.

"Así lo hice, y amo mi profesión", las palabras brotan desde una sonrisa.

Los conocimientos de ingeniería adquiridos aún le resultan útiles. "Yo hice toda la instalación eléctrica de aquí", dice mientras señala los cables que cruzan el consultorio.

La influencia del progenitor todavía norma parte de la rutina en este consultorio con casi 42 años de labor. "Mi papá ayudaba a todo mundo, a veces hasta pagaba cosas que no le correspondía", dice, como quien repite una enseñanza de sobra machacada.

El contexto difícil que rodea a esta consulta odontológica no impide, acaso hasta motiva, que el hijo incurra en el mismo cálculo solidario. Muchos clientes salen tranquilos, complacidos, incluso felices, porque o han aliviado su dolor pagando una tarifa mínima o bien el cirujano de las dentaduras solo les ha pedido cubrir el costo de los materiales que resuelven el problema.

Con ejemplos así, no es de extrañar que la Alianza siga viva.

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