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De 12 a 16 respiraciones

ANGÉLICA LÓPEZ GÁNDARA

Ahora más que nunca, la idea de muerte asiste a nuestro pensamiento. Las reflexiones sobre ésta se hacen desde la ciencia, el drama y la comedia. Sin embargo, todo está manchado por la política. La pérdida de la vida por asfixia es un número sobre el que se pelea cotidianamente. Los números escondidos emanan un olor fétido, pero también los números exagerados se pudren. Saltan los tres actores a escena: Lobo, cordero y cazador. Los verdaderos motivos del lobo son políticos. El lobo devora al cordero y pelea contra el cazador. Bajar las estadísticas o elevarlas atiende a enredos del poder. El pensamiento estrecho no ve que nadie tiene la razón porque nadie sabe la verdad. Una enfermedad nueva necesita de humildad de parte de sus víctimas para su expresión real. Pero no, todos creen conocer al nuevo coronavirus y lo atacan de mil formas fuera de los hospitales, sin darse cuenta de que la experiencia individual nunca será ciencia. La experiencia individual siempre será una verdad maltrecha. De esa manera los incautos se confunden y desafían al misterio sin tomar precauciones.

Vivimos los días sellados por la asfixia. La normalidad en los signos vitales dice que la presión arterial debe ser de 120/80 mm de Hg, la temperatura menor a 37 °C, el pulso de 60 a 100 latidos y las respiraciones de 12 a 16 por minuto. Pero los pulmones ya no obedecen a esa regla, por más que el yoga enseñe a respirar, algo que al nacer el instinto nos da. "No me enseñes a respirar que yo nací sabiendo". Sin embargo, inhalo, cuento y exhalo. Todo parece provenir del artificio. Quisiéramos renunciar al reporte diario, a las horas oyendo ambulancias una y otra vez. El SarsCov-2 no para. Lo peor de la pandemia aún no llega, dicen algunos. Otros, que han gastado su tiempo desinformándose, aseguran que el virus no existe. Qué todo es un complot para desaparecer a los más débiles. La ignorancia sobrevalorada está costando un sinfín de paros cardiorrespiratorios.

Algunas ciudades están en semáforo naranja y el virus aprovecha para reproducirse más. Las predicciones cambian a cada momento y no sólo los políticos se equivocan sino los científicos también; la verdadera naturaleza del nuevo coronavirus la conoceremos hasta dentro de unos meses, o tal vez años. La asfixia está presente en todos los discursos: "Estábamos asfixiando el planeta por eso la Covid-19 mata quitándonos la respiración", dicen. Se asfixia la economía, los servicios médicos; a George Floyd, un policía gringo le disminuye las respiraciones a cero por minuto y así aparece la legión que protesta también por Giovanni, López de Jalisco. "No puedo respirar" se escribe en una pared que reitera la frase de la época. Porque en el encierro o con el cubrebocas la inhalación y la exhalación son una dificultad. Igual en las redes sociales que, de tanto que asfixian, provocan el desnudo y la confesión del más introvertido. Los pulmones sofocados por el desempleo y por quien asegura que el virus vino en naves espaciales. Así, la angustia altera la respiración. "No puedo respirar". Cada momento nuevo asfixia al anterior. Los días son inútiles. A pesar de que aseguran que el tiempo terminará con el virus; las semanas pasan y la virulencia sigue. El tiempo no nos está curando. Una vacuna inexistente, se pierde en monólogos furiosos de personas que juran no aplicársela. Las mañanas soleadas tampoco curan, enferman a los encerrados y a los que deambulan libres por las calles, por necesidad, por necedad o por neurosis.

Caminamos en el círculo de la ansiedad. Medio vivos, medio muertos; medio vacíos, ¿escaparemos al yugo de la naturaleza? ¿Quién lo sabe? Los pacientes llegan con el médico y respiran rápido y el doctor también acelera el aliento. El temor del contagio es permanente. Cuenta hasta 12, o hasta 16, para frenar la rabia por la negligencia de los que no se cuidan y que como Sto. Tomás no creen porque no ven. Así que, si no somos mejores durante la pandemia, tampoco lo seremos después de ella: Queremos resolver la disnea perdiendo la calma y la sensación de ahogo aumenta.

La arritmia pulmonar rompe todos los ritmos. Los males se han vuelto hacia el oxígeno que no llega a la sangre y en la paranoia todos los síntomas son Covid-19. Suspira, cuenta tus respiraciones y comprueba que sean de 12 a 16 por minuto. Qué el corazón no renuncie para que el cerebro no se nuble: aún podemos ser mejores frente a la catástrofe.

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