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Contra la balsa y el foro

JESÚS SILVA-HERZOG

El gran fracaso de la democracia mexicana ha sido el fracaso de la convivencia. No saber discrepar ni cuidar lo indispensable. Doble fracaso: no hemos sabido defender la tabla común ni perfilamos, con razón y apertura, el sentido de nuestras divergencias. México violento y enconado. Confundimos lo común, es decir, aquello de lo que depende la vida de todos, con lo parcial, esa opinión que es naturalmente debatible. No sabemos tampoco argumentar escuchando el otro argumento. Por eso nos carcomen los dos fuegos: el crimen y odio. La democracia, es en efecto, una forma de diálogo y no solamente una aritmética de papeles. No se reduce al juego de los poderes ni a la elección de los representantes. Es una manera de vivir juntos. Un delicado equilibrio entre la balsa de todos y los deseos de cada quien. No tenemos por qué estar todos de acuerdo en el rumbo, ni en el reparto de las cargas. Pero nos corresponde a todos cuidar que la tabla no se hunda.

El atentado de hace unos días contra el jefe de la policía de la capital no es un mensaje de intimidación al Gobierno de la Ciudad de México ni una amenaza al Gobierno federal. Es una amenaza a todos. En la capital diplomática de la capital política del país, una escena de guerra. La ostentación de la fuerza destructiva de los criminales, el alarde de su arsenal y de sus recursos de inteligencia, son una intimidación al país entero. Este no es un asunto del lopezobradorismo. No es una amenaza que puedan ver con indiferencia o hasta con cierta complacencia los adversarios del nuevo régimen. Se trata de un desafío de Estado. ¿Podríamos finalmente verlo en esos términos y dejar la politiquería para asuntos en los que no nos va la vida en ello? Este no es asunto ideológico, sino existencial. No es un frente más de la batalla entre el nuevo régimen y lo que había antes. Es la tabla de la sobrevivencia. Despolitizar la lucha contra los criminales es el primer paso. El reto tiene que unir a los partidos y a los gobiernos, aún en estos tiempos de extrema polarización. Para enfrentar a los delincuentes la política de estado debe elevarse por encima del encono de los últimos lustros. La unidad del país frente a los criminales no puede ser una simple sucesión de mensajes solidarios a quien sobrevivió la atrocidad. Debe ser la puesta en práctica de un pacto de Estado que el país no se ha atrevido a cumplir.

El atentado de hace unos días, la violencia que parece dispararse en muchas regiones del país, la provocación que escala aquí y allá deberían también motivar una reflexión sobre la seguridad del presidente de la república, su familia, su equipo. Fue un error haber desintegrado el estado mayor presidencial. Tal vez requería una reforma sustancial. Seguramente podría haberse reducido de manera importante. No lo sé. Lo que parece evidente es que el ejecutivo necesita de un equipo profesional que lo cuide. La seguridad del presidente no es un lujo ni una fantochería, como le gusta decir a él. La seguridad del presidente de la república no puede dejarse a la demagogia de la conciencia limpia y del pueblo que lo protege.

Además de cuidar lo común, respetar la parcialidad. Es inaceptable la criminalización de la crítica. Hace unos días, la secretaria de la función pública respondió a una denuncia periodística llamando sicarios mediáticos a sus críticos. Eso fue lo dijo una integrante del gabinete presidencial. ¡Sicarios! Gatilleros. Asesinos a sueldo. Usar esa metáfora en el México de hoy no es solamente grotesco, es peligroso. Es llamar matones a los periodistas. En ese mismo tono han escrito propagandistas del régimen en las últimas horas para hacer el paralelo entre los críticos del gobierno y los criminales que matan por encargo. Como si escribir un reportaje equivaliera a un atentado. Quienes ejercen la crítica son, en realidad, golpistas. Debemos reconocer que la secretaria es buena alumna de su jefe. No hay duda de que el tono de intolerancia lo ha marcado el propio presidente de la república cuando describe una y otra vez a sus críticos como golpistas que anhelan el regreso de la corrupción. El presidente se deleita al recordar el martirio de Madero para describir a sus opositores como zopilotes y para trazar, con poca sutileza, el paralelo entre la crítica y el magnicidio.

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