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Artesanos latinoamericanos se reinventan ante pandemia

Para sobrevivir a un letal enemigo invisible

Creaciones. Integrante de la Asociación Mujeres Tejiendo Sueños y Sabores de Mampuján, mientras luce un tapabocas elaborado por las tejedoras para prevenir el contagio de la covid-19, en Mampuján (Colombia).

Creaciones. Integrante de la Asociación Mujeres Tejiendo Sueños y Sabores de Mampuján, mientras luce un tapabocas elaborado por las tejedoras para prevenir el contagio de la covid-19, en Mampuján (Colombia).

EFE

Las hábiles manos de los artesanos que en remotos lugares de América Latina bordan, pintan o tallan obras que son muestra de su inmensa diversidad cultural, hoy reinventan su quehacer para sobrevivir a un letal enemigo invisible que llegó de tierras lejanas y amenaza con poner en peligro sus ancestrales oficios: el coronavirus.

La pandemia, que en esta parte del mundo comenzó el pasado 26 de febrero con la confirmación del primer caso de COVID-19 en Brasil, obligó a cerrar las fronteras.

Los aviones quedaron en tierra, los cruceros sin un puerto al cual llegar, los autobuses vacíos y los turistas ávidos de conocer nuevos lugares terminaron, resignados, con las maletas hechas pero guardadas para otra ocasión.

Todo se detuvo menos la necesidad de cada quien, incluidos los artesanos, de conseguir lo básico para vivir y de utilizar, en su caso, herramientas que antes les eran ajenas, como la tecnología, para llegar a un público ahora esquivo por cuenta del virus, pero que desde el distanciamiento social todavía quiere comprar.

TEJIENDO DESDE EL SUR

Así lo entendió la chilena Magdalena Navarrete, quien en la sureña Panguipulli, en la región de Los Ríos, puso en marcha su telar mapuche para elaborar ponchos y capas con lana de las ovejas que ella misma cría y esquila.

Allí, en la terraza de su casa, que queda a la orilla del lago Panguipulli, hilvanó al estilo tradicional, sin costuras y en una sola pieza, para el proyecto Volver a tejer, que la ayuda a mantener vivo ese patrimonio cultural.

Este año, con la llegada del frío propio del invierno austral, Navarrete tuvo que recogerse en su vivienda y usar aplicaciones de mensajería instantánea y videollamadas para conectarse con otras artesanas que, como ella, echaron de menos cuando se reunían antes de que el coronavirus golpeara a Chile.

"El tejer este año en un mes fue agotador como nunca. No salí de ahí. Agarraba el telar y a coser. Cuando nos reuníamos yo llevaba el telar y mientras cosíamos conversábamos y era más entretenido", recordó Navarrete.

En total, 70 chilenas vencieron las dificultades que les impuso no solo el virus sino el tener entre sí casi mil kilómetros de distancia que separan a las que viven en la región de Valparaíso (centro) con aquellas que habitan en Los Ríos (sur).

Todas, con esmero, confeccionaron mil 200 ponchos y chalecos de lana que serán comercializados por una marca de retail y gracias a la colaboración del Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap).

De ese grupo hizo parte Violeta Osses, quien se encargó de la confección con palillos de 18 chalecos para niños.

En su casa en La Ligua (Valparaíso) y junto a su marido, lidió como pudo con el aprendizaje de las nuevas tecnologías para comunicarse con sus colegas.

"Ha sido algo nuevo para mí porque tuve que aprender de tecnología y una no está acostumbrada a eso", explicó Osses, para quien el proceso de "desarmar, medir y hablar con la diseñadora" mediante una aplicación fue "bien complicado".

MASCARILLAS

Otras que le han puesto el pecho a la crisis son las Tejedoras de Mampuján, un grupo de mujeres que, a través del tejido de tapices, buscan sanar el dolor que les dejó el conflicto armado en Colombia.

En el nuevo Mampuján o Mampujancito, como algunos le dicen, Juana Ruiz y unas 40 tejedoras más tiene hoy como único ingreso hacer tapabocas que venden a través de las redes sociales.

Desde este poblado, que refundaron luego de haber sido desplazadas violentamente en el 2000 por los grupos paramilitares que delinquían en la subregión de los Montes de María, en el caribe colombiano, empezaron a exhibir en Facebook y Whatsapp su propuesta.

Aunque la poca conectividad a internet de la zona amenazó con dejarlas una vez más sin nada, la suerte de las tejedoras mejoró.

Según relató Ruiz, la materia prima para hacer los primeros tapabocas la obtuvieron de una donación que hizo la empresa Empatía y el diseñador Hernán Zajar les regaló "los sobrantes de las finas telas que usa en sus trajes" para poder trabajar.

"A nosotras nos han servido mucho las redes sociales porque un amigo o conocido le dice a otro y así hemos podido seguir vendiendo los tapices, las faldas y ahora los tapabocas que nos piden para protegerse del coronavirus", comentó.

Animadas, se apresuran ahora a ajustar los últimos detalles para poder enviar las mascarillas a Bogotá y abrir ese mercado que les garantizará una producción más estable y seguir bordando historias.

De eso saben Ana Alicia Layme y su familia que en Bolivia, ante la exigencia del uso de los barbijos, en la provincia de Ayata, ubicada a unos 145 kilómetros de La Paz, crearon unos que cuentan el día a día de la comunidad.

Las mascarillas están hechas de "bayeta de la tierra", un tejido del Altiplano a base de lana de oveja que bordan con figuras alusivas a las familias, el trabajo en el campo, la madre que carga en la espalda a su hijo y hasta llamas y cóndores.

A la iniciativa se unieron 500 mujeres de la provincia cuyo arte "se está visibilizando en las artesanías" que fabrican desde cuando eran niñas y aprendieron "a bordar" y a tener "la capacidad de tejer", indicó Layme.

A pesar de la pandemia, la emprendedora pidió ayuda al Gobierno para exportar a Estados Unidos, España y Alemania, en donde ya se han interesado en sus tejidos, y para crear una escuela para enseñar a bordar y con ello preservar este saber ancestral que poco a poco se pierde en Bolivia.

Menos afortunados se sienten en Ciudad de México los artesanos indígenas que debieron reactivar el añejo intercambio de bienes conocido como trueque debido a la crisis económica que provocó la COVID-19.

Sin clientes y apremiados por la falta de sustento, dejaron el aislamiento social y salieron "a buscar una forma de ayudarnos y ayudar a los demás", indicó a Susana, que recibe alimentos, víveres o despensa a cambio de sus artesanías en palma natural tejida, típicas de la Mixteca, una región montañosa del sur de México.

Esta carencia de recursos la enfrenta asimismo el 49 por ciento de los 33 mil artesanos que, según el sistema de información estadístico de Artesanías de Colombia, ha reconocido su "condición de vulnerabilidad" durante la pandemia.

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