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El otro López Obrador

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RENÉ DELGADO

Hacía meses no se veía a ese otro López Obrador. El político diestro, pragmático y flexible, dispuesto a asumir costos con tal de salvar su propia posibilidad y, por lo mismo, capaz de lidiar hasta con mequetrefes como Donald Trump.

Resurgió en Washington el político que se crece ante la adversidad. Eso debería llevarlo a reconsiderar -quizá, a invertir- una de sus máximas favoritas. Aquella que dice: la mejor política exterior es la política interior. Por lo sucedido en la capital de Estados Unidos, acaso, le convendría practicar aquí la idea de que la mejor política interior es la exterior.

Lo hecho por el Ejecutivo mexicano ante la obligada visita a Donald Trump fue, simple y llanamente, política. Negoció, cedió, recibió y acordó, sobre esa base supo y pudo sortear una situación difícil. Ojalá el López Obrador ya de vuelta en el país sea el que estuvo allá: el político dispuesto a concertar y, así, reponer el horizonte de su gestión.

Si no adopta la fórmula aplicada allá o, mejor aún, si no empata esas dos políticas, más temprano que tarde volverá a ver cómo se complica el cuadro. Y es que, como ya se ha dicho en el Sobreaviso, así como el tabasqueño se crece ante la adversidad, también se pierde en la victoria. Pasa de la gallardía a la soberbia, de la humildad a la arrogancia.

***

Pese a los negros vaticinios en torno a la comprometida visita a Donald Trump -de los cuales no está exenta esta columna-, el Ejecutivo mexicano consiguió exponer y defender su discurso (con cierto exceso en el elogio del anfitrión), controlar daños y librar de momento la circunstancia. (El resultado de la elección en Estados Unidos marcará, sin duda, otro momento por el agravio cometido a los demócratas).

Ciertamente, en el encuentro con su homólogo estadounidense no se abordaron asuntos fundamentales de la relación bilateral que exigen atención, revisión o, de plano, un replanteamiento, pero el motivo y el diseño de la reunión no daba ni era para ello. Se quería la foto con Andrés Manuel López Obrador y el intercambio amable de palabras, en ese giro electoral insostenible de la actitud de Donald Trump hacia los mexicanos. Tan insostenible que, ayer, ya se le enredó otra vez la lengua en el muro.

Reconocido ese hecho y la asimetría de la relación, como también los compromisos adquiridos con Trump, el mandatario mexicano y su equipo diplomático no tenían de otra. Se vieron obligados a negociar un sinfín de asuntos, menores y mayores. Puede no parecerlo, pero desde el hecho mismo de utilizar cubrebocas en el vuelo y sujetarse a pruebas para demostrar estar libre del virus hasta el uso mesurado de la palabra y la exposición limitada ante los medios de comunicación fueron condiciones que, de seguro, le costó trabajo cumplir y digerir al Ejecutivo mexicano... pero lo hizo.

El saldo de la reunión, pobre en resultados, fue bueno no tanto por lo que se consiguió, como por lo que se evitó. Un desaire o un desencuentro con Donald Trump hubiera vulnerado la posibilidad de López Obrador que, ante la recesión y por la resistencia a adoptar una política contracíclica, sólo cuenta con el tratado comercial trilateral para atemperar el vendaval económico.

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Si en el interior el mandatario aplicara la fórmula empleada en el exterior, que no es otra sino la de hacer política, quizá, no sería otro el cantar de la circunstancia, pero sin duda se ensancharía el margen de maniobra.

Discriminar y sopesar con precisión a sus adversarios, distinguiendo a cuáles debe y puede encarar, a cuáles no y a cuáles debe, incluso, sumar a su propia causa. Hacer uso mesurado de la palabra, descartando la generalización constante, la descalificación gratuita o la sobresimplificación de los problemas. Evitar la sobreexposición mediática que, con frecuencia, homogeneiza temas relevantes y frívolos. Reconocer el horizonte y el límite de su mandato, no sobre la base del número de votos recibido, sino del margen de acción posible. Aplicar esas prácticas aquí y, desde luego, entrar a negociar y acordar, crearía las condiciones para sortear o atemperar, al menos, la circunstancia sanitaria y económica.

Si no empata la política interior con la exterior, antes de imaginarlo verá complicarse aún más la situación.

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En todo esto, la semana que hoy concluye renueva el impulso político del presidente López Obrador.

El retorno negociado del ex prófugo y ex director de Petróleos Mexicanos, Emilio Lozoya, con un equipaje de revelaciones sobre los sobornos de Odebrecht, la recompra con sobreprecio de la planta de Agronitrogenados y los moches dados para aprobar la reforma del sector energético en el sexenio anterior, le dará al gobierno un instrumental político invaluable ante la oposición partidaria. La captura de José Ángel Casarrubias Salgado, El Mochomo, jefe de Guerreros Unidos y actor principal en la desaparición de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa que exhibe la impunidad tolerada durante el sexenio pasado. La superación del encuentro con Donald Trump. Y hasta la extradición de César Duarte, el exgobernador en almíbar que le ofrecieron como postre, renueva el impulso político presidencial.

Si, en esa condición, el mandatario no se empeña en hacer política y rescata la limitada posibilidad de su gestión, en cualquier momento se le irá de las manos la oportunidad.

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Ojalá el político que viajó a Washington y supo crecerse ante la adversidad sea el que regresó antier y no se pierda en la soberbia. Ojalá entienda que el oficio del político es hacer política allá y aquí. Ojalá reconozca que, así como él dice tener otros datos sobre la realidad, dentro de él hay otro López Obrador dispuesto a hacer historia, en vez de repetirla.

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