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Contexto lagunero

No revientes tu burbuja

JUAN MANUEL GONZÁLEZ

Confinamiento obligatorio, distancia social. Las personas conscientes del riesgo de contraer el virus vivimos en una burbuja. La burbuja es el espacio que hemos definido para sobrevivir a la pandemia. ¿De qué depende el tamaño de la burbuja? Del grado de contagio que percibimos a nuestro alrededor y de las reglas sanitarias al respecto en la comunidad en que vivimos.

Este concepto de burbuja lo hizo popular la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, quien ordenó medidas muy estrictas cuando la epidemia recién comenzaba. Obligó a las familias neozelandesas a crear sus propias burbujas y no permitir el ingreso de extraños a ellas. Y las burbujas funcionaron. Nueva Zelanda controló la enfermedad y reporta muy pocos casos.

Las burbujas en Nueva Zelanda se han ido abriendo y extendiendo. Al principio se expandieron un poco para dar acceso a otros miembros de la familia, a gente que vive sola y a cuidadores. Pero la gente cuida que las burbujas no se revienten, por eso prohibieron el ingreso de extranjeros al país.

Las burbujas personales o familiares no aceptan a gente de otras burbujas, son burbujas hasta cierto punto cerradas. Sin embargo, es prácticamente imposible mantener una burbuja sin contacto con el exterior de manera prolongada, durante semanas. Comprar comida, ir a la farmacia, salir a caminar y -los que pueden-, salir a trabajar.

Las burbujas en las que vivimos son imperfectas, en cualquier momento se pueden reventar. Si uno de los miembros de una burbuja sale de ella, crece el peligro de contagio para los que están adentro. Y si, quien salió de la burbuja tiene un encuentro casual con alguien que no trae cubre boca en la calle, en el trabajo o en el medio de transporte, ello puede culminar con la infección de toda la burbuja.

Pero el peligro está incluso en la puerta de la casa: recibir paquetes, comida o personas que tienen que entrar para realizar algún trabajo -técnicos de cable o internet, plomeros, etc.- los amigos de nuestros hijos, que no nos atrevemos a rechazar.

Un artículo publicado en el New York Times describe con mucha claridad las complicadas negociaciones que existen dentro y entre burbujas. “Los habitantes de dos o más burbujas pueden tener exclusividad y acordar verse entre sí, aunque vivan en casas separadas. Y hay razones válidas para hacerlo: quizás ayudan con la escuela virtual de los niños, o los vecinos colaboran para cuidarlos”. El artículo de la periodista Heater Murphy describe que las cosas se complican cuando un novio o novia entra y sale de la burbuja de su pareja.

Conforme más países experimentan restringiendo menos el confinamiento y regresando a algunas actividades económicas, inevitablemente tendremos que abrir un poco más nuestras burbujas. Pero, como dice el alcalde de la ciudad de Los Ángeles, Eric Garcetti, “nos urge crear algunas burbujas nuevas: podemos tener juegos sin audiencias, ver nuestros deportes por televisión, no vamos a ver estadios llenos de gente por mucho tiempo”.

Por ahora, es impensable el concepto de burbujas masivas, aun cuando se usen termómetros en las entradas y cubre bocas. Solo los políticos más temerarios han propuesto burbujas masivas y temporales en las escuelas, incluso existe un vigoroso debate sobre las precauciones que deben tomarse las personas para volar sin infectarse en un avión.

Los negocios y empresas (aerolíneas, casinos, cruceros, conciertos y espectáculos) cuyo modelo de negocio se basa en tener una gran cantidad de gente en un espacio reducido, deberán reinventarse para sobrevivir hasta que haya una vacuna.

Mientras continuamos adaptándonos a una nueva y contagiosa realidad, hay tres cosas muy claras: no podemos vivir permanentemente aislados, tenemos que aprender a manejar los riesgos y, definitivamente, no podemos en este momento reventar nuestra burbuja.

Y, algo adicional: aun bajo estas condiciones de pandemia, debemos “Dar gracias a Dios por los días inútiles, por no tener nada que hacer y no angustiarnos, dar gracias por la lectura de la poesía, de un simple aforismo. Por estar dormido y soñar despierto, por la soledad que no nos acosa, nos acaricia. Por encerrarnos en nuestros pensamientos y sentirnos libres, por este lunes que no va a ninguna parte, pero que es un poema. Dar gracias por la hospitalidad de las palabras” -Cuaderno de los días inútiles, Eduardo Zambrano, Monterrey, 1960-.

Juan Manuel González C. www.degerencia.com Celular: 871 221 4557

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