Llegó y me dijo de buenas a primeras:
-Soy el número uno.
Lo oí como quien oye llover: a muchos he oído decir que son el número uno. Le pregunté:
-¿En qué puedo servirle?
-Número uno -respondió el número uno-: reconozca que soy el número uno. Número dos: haga que todos también lo reconozcan.
Le contesté:
-Ningún inconveniente tengo en reconocer que es usted el número uno, pero a nadie puedo hacer que lo reconozca como tal. Cada quien es dueño de sus reconocimientos.
El número uno se encalabrinó. Cuando alguno se siente el número uno y alguien no se somete por completo a él se exaspera y dice que el modito no le gusta. Me dijo:
-Número uno: soy el número uno. Número dos: jamás seré el número dos.
Lo oí como quien oye llover. La vida me ha enseñado que aquél que ha sido el número uno alguna vez será el número dos. O el tres. O el cuatro.
¡Hasta mañana!...