Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

“Vengo a que me saque un diente” -le dijo al doctor la hermosa chica-. “Perdóneme -contestó el facultativo-. Debe usted ver a un odontólogo. Yo ejerzo la ginecología”. Replicó la muchacha: “A usted precisamente es al que necesito”. (No le entendí). La esposa de don Algón, ejecutivo de empresa, lo visitó en su oficina. En la pared del fondo, atrás del escritorio, había una gráfica sobre el estado del negocio, la cual mostraba una evidente línea de caída. “¡Mira! -exclamó la señora-. ¡Deberías poner una igual en la cabecera de tu cama!”. A fuer de narrador veraz debo decirlo so riesgo de faltar a la caridad cristiana: Uglicio era muy feo. Tenía, sin embargo una alta idea de sí mismo, hasta el punto en que se consideraba hombre guapo y con gran poder de atracción sobre las damas. Cierto día se estaba viendo en el espejo, orgulloso y satisfecho, y le preguntó a su esposa: “¿Qué harías si te enteraras de que yo tenía una amante?”. Respondió al punto la señora: “Acudiría a la Sociedad de Invidentes a reportar la conducta inmoral de una de sus asociadas”. Kid Groggo, veterano púgil que había visto pasar ya sus mejores días, se desplomó sobre el banquillo de su esquina en el ring y con voz débil le preguntó a su manager: “¿En qué round vamos?”. Le contestó el manejador: “Cuando suene la campana empezará el primero”. Don Chinguetas fue al muelle a tomar el ferry. Mientras llegaba la hora de salida decidió tomar una copa en el bar del malecón. No fue una: fueron dos, y quizá tres o cuatro. En eso se escuchó el silbato de la embarcación. ¡Era el ferry! Arrojó unos billetes sobre la mesa, salió a todo correr y vio a la embarcación a unos metros del muelle. Pegó un salto colosal y cayó de bruces sobre el piso del barco. ¡No había perdido el viaje! Se puso en pie, maltrecho y dolorido, y le preguntó al marinero que ahí estaba: “¿Qué te pareció mi salto?”. “Formidable, señor -respondió el tripulante-. Pero hubiera esperado a que atracáramos para subir. Ya estábamos llegando”. El gerente de la fábrica le preguntó al jefe de relaciones públicas: “¿Por qué escogió usted a la señorita Estevadina como reina de los trabajadores? Tiene las piernas sumamente delgadas, y zambas además”. “Lo sé, señor -reconoció el empleado-. Pero es la única en todo el personal con busto suficiente para lucir la banda que dice: ‘Señorita Compañía Nacional Manufacturera de Artículos Eléctricos, Similares y Conexos, S.A. de C. V.- Semana de calidad total’”. En el sistema de sonido de la gran tienda departamental se oyó un anuncio: “Empleado Babalucas, suba a la planta alta”. Poco después volvió a escucharse un segundo anuncio: “Empleado Babalucas, baje de la palmera”. El autobús iba atestado. Incluso había pasajeros de pie. Subió una hermosa chica y volvió la vista a su alrededor a ver si había un asiento disponible. Claro que no había ninguno, y ningún hombre se levantó para ofrecerle el suyo. La cortesía y buena educación, según se ve, son cosas del pasado. Así, la linda muchacha se resignó a hacer el largo trayecto sin sentarse. Un añoso caballero que iba ahí le dijo: “Señorita: soy demasiado viejo para levantarme, pero me apena que vaya usted de pie. Le ofrezco que se siente en mi regazo. Soy un anciano; mi edad le garantiza absoluta seguridad”. La chica, que venía muy cansada después de una larga jornada de trabajo, agradeció el ofrecimiento y se sentó en el regazo del señor. En tal postura iban los dos entre las vueltas y meneos del vehículo. No pasó mucho tiempo, y el provecto caballero le dijo muy apenado a la muchacha “Disculpe, señorita. Tendrá usted que levantarse. No soy tan viejo como creí”. FIN.

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