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Cínicos, idiotas y fanáticos

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

En tiempos de confusión, convulsión y demagogia, la dignificación de la política es vital para superar la crisis multidimensional que golpea al sistema global y sus estados nacionales. La fragmentación del espacio público, la subjetivación del concepto de bienestar, la mercantilización del sufragio y la fetichización del ejercicio electoral son consecuencias de la preeminencia de los valores del materialismo capitalista y el consumismo en la sociedad. En la medida en que las instituciones públicas se achican y no resuelven los problemas y necesidades colectivas, surgen fenómenos que degradan aún más la actividad política, la hunden en procesos de aparente irrelevancia o la convierten en campo de batalla de peligrosos extremismos. En una democracia consolidada o aspiracional, la política no debe ser un fin en sí mismo, sino una herramienta para alcanzar el desarrollo equilibrado del corpus ciudadano a través de la construcción de consensos sobre la base de que, para que ello ocurra, debe haber disensos, espacios para el debate de ideas que lleven a encuentros y soluciones. Lo peor que nos puede pasar como sociedad es dejar la política en manos de los tres "ismos" que hoy la dominan: el cinismo, el idiotismo y el fanatismo. ¿Qué son estos cánceres que están haciendo metástasis?

El cinismo fue una escuela filosófica de la Atenas clásica que promovía la renuncia a las convenciones sociales y el distanciamiento de los valores de la civilización basada en la polis para seguir una vida austera, de mínimas necesidades, en consonancia con la naturaleza y apegada a la autarquía individual. La radicalidad de sus postulados le granjearon la animadversión, crítica y burla de otras escuelas y del sistema político en general. Con el paso de los siglos, el concepto se transformó para referir la actitud de personas que proceden de forma desvergonzada o que practican o defienden acciones y doctrinas deleznables. El cinismo político es, pues, aquella forma de conducirse en la vida pública sin apego a la verdad objetiva, sin compromiso con la ética ni adhesión a la búsqueda del beneficio colectivo. El cínico político tiende a justificar los vicios en el ámbito público (robo, abuso, opacidad, saqueo), las decisiones perniciosas y los actos contrarios al bien común bajo la lógica de que el sistema es lo que es, sin posibilidad de corrección o mejora, y que lo más inteligente que se puede hacer es aprovecharse de él para conseguir beneficios particulares. El cínico político es un oportunista, mercenario y sinvergüenza para el cual el fin justifica los medios en un mundo que considera "el mejor de los posibles", una declaración que, contrario a lo que se cree, no refleja optimismo, sino un derrotismo ético. Un vistazo a nuestra realidad política reciente nos permite ver que esta actitud cínica es mucho más común de lo que creemos. Un ejemplo: justificar la muerte de miles de personas por guerras, delitos, linchamientos o epidemias, y defender descaradamente la "inevitabilidad" de la tragedia sin asumir responsabilidad alguna por la misma.

Los antiguos griegos llamaban idiota a aquel que sólo se ocupaba de sus propios asuntos. Un idiota era una persona que no se interesaba en lo colectivo. Como tal, la palabra tenía una connotación negativa, pero no al grado que posee hoy. En nuestro tiempo, un idiota es una persona de corto entendimiento, escasa inteligencia o nula instrucción. Incluso puede aplicarse a quien, en una actitud engreída, vive ensimismado en su orgullo y no se da cuenta del daño que le causa a terceros. Ambos significados, antiguo y moderno, nos sirven para definir al idiotismo político como la actitud de quien piensa que basta con hacerse cargo de sus asuntos privados, desdeñando toda posibilidad de participación en la política, o, en todo caso, creer que sus valores, ideas y opiniones son las únicas válidas. El idiota político casi siempre parte de la ignorancia de la realidad objetiva, por lo que es propenso a conducirse con prejuicios y a no colaborar para mejorar las condiciones de vida de la sociedad. Se parece al cínico en que no cree que una sociedad pueda cambiar para ser mejor, pero, a diferencia de éste, el idiota se encierra en su vida, sus creencias y sus sentimientos; se aísla y sólo comparte lo trivial. Es la actitud de muchos ciudadanos que renuncian a su derecho de exigir y participar porque piensan que la política no tiene que ver con ellos o que no les afecta. En este sentido, el idiota tiende a la apatía sin saber que ésta allana el camino a los cínicos que quieren aprovecharse de las "inevitables e insuperables" fallas del sistema.

El oportunismo del cínico y la inacción del idiota contribuyen a la gestación del fanático. En una sociedad en la que el engaño, la corrupción y la incoherencia proliferan en política, frente a la apatía generalizada, de vez en vez surgen movimientos que, desde posiciones extremistas, supremacistas (morales o raciales), sectarias y carentes de autocrítica, aglutinan a un sector de la sociedad en torno a un ideal abstracto y una sesgada concepción del mundo en el que sólo existen buenos y malos. En la Roma antigua, un fanático era una persona que servía en un templo (fanum). Con el paso de los años, la palabra definió al que sólo es adepto a un santuario o divinidad, lo cual, en una sociedad politeísta, adquiría valores negativos. El fanatismo político es, pues, la postura que asume un ciudadano de seguir, defender y justificar de forma irreflexiva y acrítica los planteamientos y acciones de un líder, facción o partido. El fanático político cree que el movimiento al que pertenece o el "dios" terrenal que es su modelo nunca se equivoca, siempre tiene la razón, lo cual es un atentado contra el sentido común y la inteligencia misma. Lo más peligroso del fanatismo es que, en aras de cualquier supuesta causa justa, se puede terminar permitiendo y avalando cualquier cantidad de estupideces y atrocidades cometidas desde el poder, y que socavan los principios democráticos y equilibrios institucionales. Porque, al igual que el cínico, para el fanático también sus fines justifican cualquier medio… y a ambos les conviene la apatía del idiota. Es momento de mantener la mente abierta y los ojos y oídos atentos para evitar que terminemos convertidos en una sociedad de cínicos, idiotas y fanáticos.

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