¿Cuántas veces fuimos juntos por la vereda, Terry, amado perro mío? ¿Cuántas veces subimos por esa senda a la montaña para ver desde lo alto al caserío, para vernos a nosotros mismos en la soledad?
Cuando eras todavía un perro niño gustabas de asustar a las pequeñas criaturas del bosque. Irrumpías entre las codornices y las hacías volar; corrías tras el conejillo sin ganas de alcanzarlo; le gruñías quedamente al ciervo que nos miraba con curiosidad, y te ponías entre él y yo, presto a defenderme de un peligro inexistente.
Ya no estás tú, mi Terry, y la vereda por la que ya no subo se ha borrado casi, según me cuentan los que van allá. Pero siguen estando las codornices, el conejo y el venado. Quiero decir que la vida sigue estando. La vida estará siempre, perro mío.
Ahora miro el monte, tan arriba, y me miro yo, tan abajo.
Tú me hacías sentir grande, Terry, con tu amor.
Ahora, con mis dudas, me siento muy pequeño, y ya no estás tú para defenderme de ellas.
¡Hasta mañana!...