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MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA

CARTA A MARIO MOLINA

Apreciable Doctor: Sumo mi voz a la de muchos mexicanos que lamentamos su partida: temprana, absurda, irreemplazable. La de un científico que destacó a nivel mundial por su trabajo, logrando poner muy en alto el quehacer de los investigadores nacionales, y que -para orgullo de todos nosotros-fue galardonado con el premio Nobel de Química.

Tanto usted como yo hemos pertenecido a una generación maniquea, que gracias a sus cánones nos permitió saber siempre dónde estábamos parados. Las cosas eran o no eran; se cumplían o dejaban de cumplirse; no había intenciones ocultas ni contaminación de corte político, tal y como sucede ahora. Usted decidió estudiar ciencias y lo hizo en la UNAM; más delante fue avanzando en sus estudios de especialización en el extranjero, en diversos países, conformando una experiencia multidimensional que lo llevó a ser lo que fue. Paradójico, Don Mario, se le ocurre morirse el mismo día en que México vive la atroz cancelación de muchos fideicomisos vitales, entre ellos los que tienen que ver con ciencia y tecnología.

Mi hijo es científico como usted. Salió de la provincia chica a estudiar su licenciatura en la UANL, en la ciudad de Monterrey. Más delante, mediante una beca CONACYT partió al extranjero a hacer su maestría. Ha migrado de nueva cuenta fuera del país para su doctorado, esta vez con apoyo de la universidad que lo aceptó. Cuando estuvo barajando opciones, Don Mario, y a la luz de los cambios que se veían venir, reconozco que le aconsejé que tratara de conseguir una beca extranjera. No dejé por ello de sentirme una mala mexicana, pero jamás me hubiera perdonado ver su proyecto de vida cancelado. Venturosamente, gracias a la beca de otro país, está haciendo su doctorado.

La carrera de mi hijo y la que usted desempeñó de forma tan extraordinaria, comparten elementos en común. De un modo lamentable, los regímenes gubernamentales que hemos tenido, no conceden la debida importancia a la ciencia. En el mejor de los casos, se apoyan las necesidades de la atención directa a la salud, pero no se toma en cuenta la base en que se sustenta dicha atención médica: El área de investigación en salud; vacunas; nuevos tratamientos. En México existe un gran potencial humano que mucho se desperdicia, o es aprovechado allende las fronteras, al no ser valorado por los propios. Créame que para mi hijo usted ha sido un arquetipo fundacional; más de una vez me pareció adivinar sus pensamientos en el sentido de que, si usted pudo desarrollar su proyecto de vida a plenitud, él también podría hacerlo. Y si en México no valoraban su trabajo, habría que buscar entonces una institución extranjera que lo hiciera.

Don Mario: Usted colocó a la ciencia mexicana en el mapa. Nos enseñó que intercambiar opiniones y proyectos con científicos bien calificados alrededor del mundo sí es posible. Y claro, que para ello habría que trabajar. Nada iba a caer del cielo, como a veces parece sugerir la corriente política en curso. Para conseguir habría que trabajar con visión, con denuedo, de manera consistente. Hacer las cosas de este modo eleva las posibilidades de lograr resultados, además de que provee la enorme satisfacción de experimentar el placer del deber cumplido.

En 125 años que tienen de existencia los Premios Nobel, ha habido tres mexicanos que recibieron este importante galardón. Nobel de la Paz en 1982 a Alfonso García Robles por su labor diplomática a favor de la paz y la fundación de la ONU. Literatura en 1990 para Octavio Paz, el maestro de la lengua castellana que mostró al mundo de qué estamos hechos los mexicanos. En 1995 el de Química para usted, por sus investigaciones con relación al agujero de ozono. Tres mexicanos que han puesto muy en alto el nombre de nuestro amado México, y que son, para nuestros jóvenes, muestra de que la piedra angular en la construcción de un mundo mejor radica en la voluntad del ser humano, en la capacidad de creer en su trabajo, apuntalado éste por una firme solidez institucional.

Don Mario, hasta me atrevo a pensar que usted eligió la fecha de su muerte para lanzarnos un último mensaje. Un mensaje que nos lleve a demandar por todos los conductos, esos necesarios apoyos financieros que la ciencia requiere. Que, amén de las circunstancias, pugnemos por desarrollar y poner en alto los propósitos que nos conducen a ser una mejor nación. Hacerlo desde la voluntad, desde el esfuerzo y la fe en nosotros mismos. Que nos convenzamos de que somos capaces de colocar al país en el concierto mundial. Ruego a mi hijo que jamás pierda el entusiasmo por investigar, por descubrir cosas nuevas, por sentar, desde el sagrado recogimiento del laboratorio, los cimientos de ese mejor mundo que habrán de merecer sus hijos.

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