Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Tenemos Presidente monárquico con Gobierno anárquico. La toma de casetas de peaje, el bloqueo de vías ferroviarias, calles y carreteras, se han vuelto parte de los usos y costumbres del pueblo bueno y sabio. La Autoridad no hace nada para frenar esas ilegalidades. Y es que no hay autoridad: en relación con los desmanes que cotidianamente vemos, y que dañan tanto a la población como al mismo Gobierno, el Presidente ha decidido poner en práctica el lema del liberalismo económico: dejar hacer, dejar pasar. Esa omisión puede conducir a males aún mayores. López Obrador está propiciando algo de lo que mucho se ha quejado: la impunidad. La falta de seguridad jurídica es amenaza para todos. Hoy los invasores toman una caseta; mañana podrán tomar tu casa. Decir eso no es exageración: se ha visto ya en otros países. Quienes cometen los ilícitos tienen en AMLO un santo patrono en vez de que la sociedad encuentre en él un protector. El Presidente que juró cumplir la ley la hace a un lado, con lo cual sugiere que él mismo la incumplirá aún más. La recta aplicación de la ley no es represión, ni comete injusticia el gobernante que pone freno a quienes incurren en delito. Ahora el que dice luchar contra la corrupción propicia con su discurso esa forma de corrupción consistente en extorsionar a los ciudadanos al exigirles el pago “voluntario” de una cuota para dejarlos transitar por las carreteras nacionales. Lo dicho: Presidente monárquico con Gobierno anárquico. El señor Wellhung era el socio más popular del campo nudista. Una chica le comentó a otra, recién llegada: “Es el único hombre aquí que puede llevar al mismo tiempo dos vasos de café, uno en cada mano, y una docena de donas”. (No le entendí). Doña Facilisa, esposa de don Cuclillo, le reclamó al arquitecto que les hizo su casa: “El clóset de la recámara es muy bajo”. “Señora -le indicó el profesionista-, tiene la altura estándar”. “Podrá ser -concedió la quejosa-, pero casi todos mis amigos son más altos”. Don Poseidón, ranchero acomodado, fue a Las Vegas. En cierto casino puso una moneda de un peso sobre el tapete de la ruleta. “Lo siento, señor -dijo el crupier-. No acostumbramos jugar esa clase de dinero”. “Está bien, pelao -replicó don Poseidón-. Toma de ahí lo que acostumbren jugar y dame el cambio”. Hacía un calor de casi 40 grados a la sombra, pero doña Panoplia de Altopedo, señora de buena sociedad, llegó a la sesión mensual del Club de Jardinería “Piñanona” luciendo un finísimo abrigo de visón. Su amiga doña Gules le afeó eso, pues era animalista, ecologista, ambientalista y conservacionista. Le preguntó, ceñuda: “¿No te da vergüenza lo que debe haber sufrido el pobre animal para que tú pudieras tener ese abrigo?”. Doña Panoplia se molestó bastante. “¿Te ha dado ahora por compadecer a mi marido?”. Un vendedor puerta por puerta llamó a la de un departamento. Le abrió Pepito, chamaco de 7 años. Estaba fumando, bebía de una lata de cerveza y traía bajo el brazo una revista porno. Le preguntó el vendedor: “¿Están tus papás?”. Respondió el chiquillo al tiempo que le echaba en la cara una bocanada de humo: “¿Tú qué crees?”. El Génesis no lo dice, claro, pero cuando el Señor hizo a Eva le puso tres bubis. Le preguntó: “¿Hay algo de tu cuerpo que no te guste, algo que creas que debo modificar en ti?”. “Señor -respondió la mujer-: tres bubis me parecen demasiadas. Pienso que con dos sería suficiente. ¿Podrías quitarme una?”. El Creador accedió a la petición, y le quitó a Eva la bubis de en medio. Ella le dio las gracias y se retiró. Pensó entonces el Señor: “Ahora tendré que quitarle a Adán una de las tres manos que le puse”. FIN.

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