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MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA

Comencé a andar este 2020 con una gran maleta. Tiene rodillos, aun así, el peso de sus contenidos dificultó mi avance en la parte inicial. Las piedrecillas entorpecían el rodamiento, y al final del primer día vi que había avanzado poco y a base de gran cansancio.

En mi maleta llevaba los sueños que deseaba realizar a lo largo de estos doce meses; las expectativas propias y las que otros conservaban con relación a mi persona y a mi trabajo. Buscaba estar bien conmigo y con los demás, de modo que, en tratar de hacerlo, perdí mucho tiempo y energía.

Pronto noté que los rodillos se iban desgastando; los brazos me dolían cada vez más y la marcha me dejaba exhausta al caer la noche, así que comenzaba la siguiente mañana con un ánimo menor cada día.

Como compañeros de ruta venían varios viajantes. No pocas veces discutíamos acerca de cuál camino era el mejor; llegaron a ser tan apasionadas las discusiones, que yo hacía un alto total, abría la maleta y buscaba entre mis pertenencias aquellos argumentos que apoyaran mi elección. Aun así, conforme fuimos avanzando, algunos tomaron otras rutas y sólo unos cuantos seguimos por el mismo camino.

En un punto del trayecto comprendí que venía cargando muchas cosas que no hacían más que entorpecer mi avance. En una estación saqué argumentos y prejuicios. Mi maleta se sintió de inmediato más ligera. En la siguiente parada me deshice de infinidad de motivos que blandía para tratar de demostrar que yo tenía la razón. A pesar de que los rodillos ya estaban muy desgastados, lo ligero de la maleta me permitió continuar el camino sin mayor problema.

Empecé entonces a entender que ganar en la vida no es tener la razón sobre los otros, puesto que cada cual posee sus personales argumentos y su propia verdad. Supe en ese punto que tratar de imponerme sobre los demás, no haría más que apartarnos unos de los otros, como si cada cual se mudara a una isla, con un océano de por medio. Que todo es relativo y personal, puesto que no hay una horma para medirnos a todos por igual.

Ya para este momento cargaba tan pocas cosas en la maleta, que estuve tentada a abandonarla a un lado del camino, para así aligerar mi paso. Sin embargo, me detuvo un pensamiento: La vida no es el puerto a donde aspiramos a llegar, sino el camino que nos lleva al mismo. Cargar la maleta iba marcando un ritmo a mis pasos, no tan veloces, lo que me permitía continuar disfrutando de manera pausada cada tramo del trayecto.

En ese momento, cuando se adivina que llevamos recorrida más de la mitad de la distancia total, es cuando se van entendiendo las paradojas de la vida: Descubrimos que más es menos, que a mayor contenido nos empeñamos en cargar, menos avanzamos, y que, si más pausamos nuestro andar, disfrutamos de mejor manera el trayecto. Caemos en cuenta que la idea no es ir a la cabeza y solo, sino entre amigos disfrutando el recorrido. Se necesita mucho caminar, mucho atravesar dificultades, para reconocer quiénes son en realidad los amigos auténticos, esos que contamos con los dedos de una mano. Muchos otros que comenzaron el camino a nuestro lado, van tomando rumbos diferentes conforme avanzamos. La melodía de sus palabras se la lleva el viento, hasta que se pierde allende la angostura.

He aprendido a no esperar nada de los demás, y a la vez a poner lo mejor de mí misma. La realización personal no es un asunto de matemáticas, un toma y daca, sino un expandir nuestro ser interno porque así lo deseamos, y nada más. Esforzarnos por compartir lo mejor del propio repertorio, que pudiera ser de utilidad para alguien más, así no recibamos un ápice de agradecimiento, y los vítores fluyan en otras direcciones. El arte de vivir consiste en disfrutar el momento y acumular experiencias, antes que bienes materiales. Es entender que esta vida es un tiempo prestado por única ocasión y que no hay segundas ediciones. Y finalmente consiste en hacer, con lo imperfecto de la condición humana propia, un continuo aprendizaje de vida.

En la recta final de mi propio camino, entiendo que, entre más vivo, descubro cuan poco sé y lo mucho que me falta por descubrir. Una vez que salimos del capullo y extendemos las alas, nos encontramos un mundo por explorar. Pareciera que el tiempo no nos va a alcanzar para conocerlo todo.

La vida es trazarse una trayectoria personal y única, al margen de lo que el mundo pueda opinar. Al final, los logros personales no se miden desde el exterior. La satisfacción de un logro personal representa un íntimo sentimiento dentro del pecho, que hace vibrar el propio espíritu en sintonía con el universo. Disfrute singular que lleva a seguir dando cada día lo mejor de nosotros mismos, como la oportunidad única de trascender en el tiempo.

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