Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Un individuo de aspecto sospechoso abordó en la calle a don Cucoldo y volviendo la vista a todas partes le dijo en voz baja al tiempo que le mostraba furtivamente unos anteojos: "Cómpreme estos lentes mágicos. Se los doy baratos". Preguntó don Cucoldo, receloso: "¿Qué tienen de mágicos los lentes?". Replicó el tipo: "El que se los pone ve desnuda a la gente. Si no me lo cree póngaselos". Don Cucoldo se puso las gafas y con asombro comprobó que era cierto lo que decía el sujeto: la calle se había convertido en un gran campo nudista. Sin regatear pagó por los extraordinarios lentes el precio que el hombre le pidió. Se prometió horas y horas de deleite: vería sin ropa a la linda vecina del 14, a la curvilínea secretaria de su jefe, a la atractiva empleada de la tabaquería.  Con los anteojos puestos llegó a su departamento. En el sillón de la sala vio desnudos a su esposa y su compadre. Al verlos en esas trazas soltó una carcajada tan fuerte que los lentes se le cayeron. Sin ellos siguió viendo desnudos a su señora y al compadre. Exclamó con enojo: "¡Chin! ¡Ya se descompusieron los anteojos!". Babalucas paseaba por la orilla del río. Desde la orilla opuesta un tipo le gritó: "¡Eh, amigo! ¿Cómo puedo pasar al otro lado?". Con otro grito le contestó el badulaque: "¡Ya estás en el otro lado!". Una señora les contó a sus amigas: "Mi marido cambió radicalmente sus hábitos sexuales". Una de ellas le preguntó, intrigada: "¿En qué consistió el cambio?". Explicó la señora: "Antes hacía el sexo tres veces por semana; ahora lo hace una vez al mes". (Nota. Y se toma vacaciones en abril, junio, agosto y diciembre). Astatrasio Garrajarra llegó a su casa beodo y en horas de la madrugada. Su esposa lo increpó, furiosa: "¡Por esperarte no he dormido en toda la noche!". Contestó Garrajarra, tartajoso: "¿Y acaso crees que yo sí he dormido?". (Cínico el infeliz a más de temulento). Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, llevó a su perrita poodle con el veterinario. La Kunina (así se llamaba la perrita) se había desvanecido, y su dueña no sabía si estaba desmayada o se había ido al Cielo a donde van todos los perros. El médico revisó concienzudamente al animalito y no le encontró signos vitales, pero tampoco pudo determinar a ciencia cierta si se le había ido la vida. Salió del consultorio y regresó poco después con un gato. El minino dio dos vueltas en torno de la perrita y luego se puso a miar junto a ella. Nadie se sobresalte, por favor: miar significa maullar, lo mismo que miañar, miagar y mayar. La perrita siguió exánime. Doña Panoplia dijo con tristeza: "Ahora tengo la seguridad de que la Kunina se ha ido al Cielo. Jamás oyó maullar a un gato sin ladrarle furiosamente". El facultativo le dio el pésame a la dama por tan sensible pérdida y en seguida le pasó la cuenta de sus honorarios: mil 500 pesos. "¿Por qué tanto? -protestó doña Panoplia-. Siempre me ha cobrado usted 500 pesos". "Sí -reconoció el veterinario-. Pero a mí el gato me cobra mil por la consulta". Doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, llegó a su casa al término de un viaje. Su hijito la recibió en la puerta con una pregunta muy extraña: "Mami: ¿verdad que Caperucita Roja no usa negligé transparente, brassiére de media copa, pantaleta de encaje negro, liguero, medias de malla y zapatos de tacón aguja?". "No, hijito -repuso la señora-. Caperucita Roja lleva una capita de ese color y una pequeña caperuza también roja". El niño se dirigió a su papá con acento de triunfo: "¿Lo ves, papi? ¡Te dije que la mujer que está en el clóset de tu recámara no es Caperucita Roja!". FIN.

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