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LEYENDAS DE LA LAGUNA

El curro de San Miguel

Hubo un invierno especialmente crudo para los habitantes del ejido San Miguel, pues no tienen barrera natural alguna que les proteja de los helados vientos

El curro de San Miguel

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EL SIGLO DE TORREÓN

La leyendas son originadas por sucesos extraordinarios, algunos creación de mentes fantasiosas que dan por verdadera la narración. Sin embargo, otras han sido contadas por los propios protagonistas, quienes sufrieron un impacto emocional que, incluso, les ha cambiado su vida. Tales son los casos que vamos a conocer.

Hubo un invierno especialmente crudo para los habitantes del ejido San Miguel, pues no tienen barrera natural alguna que les proteja de los helados vientos. La mayoría de la gente, para calentar el cuerpo por dentro, da grandes sorbos al fuego líquido del sotol. Esa noche de enero fue como cualquier otra, en la que se reúnen los amigos a charlar, acuclillados en torno a un litro del ígneo elixir.

Cuando dieron fin a la botella se despidieron y cada quien se fue para su casa. Rito, uno de los contertulios, había bebido poco. Iba tranquilamente a su domicilio cuando vio salir del despepite a un individuo, que poco después se emparejó con él sin dirigirle una palabra. Rito lo miró sin poder verle la cara, pero sí vio el elegante atuendo negro del que su camisa blanca resaltaba entre la oscuridad nocturna.

-Quihubo, compadre- saludó amistoso Rito, sin obtener respuesta. Incluso el acompañante volteó su cara para no ser visto.

Siguieron caminando juntos en silencio, mientras Rito fue sintiendo cada vez más miedo. Quiso disimularlo y encendió un cigarro, ofreciéndole uno al misterioso acompañante. Con ese pretexto acercó la luz del cerillo, pero no distinguió sino sombras en el rostro. Lo que primero fue nerviosismo se convirtió en terror. Rito aceleró el paso y el extraño convidado se le mantuvo a un lado. Cuando llegó a unos pasos de su casa Rito se armó de valor, se paró y enfrentó al recóndito ser.

-Ultimadamente, ¿por qué me sigues? ¡Ya me tienes harto! Dime qué jijos quieres!-, y terminando la frase le tiró un golpe que con increíble rapidez detuvo aquel hombre, tomando a Rito de la mano con tal fuerza que le causó una herida y una profusa hemorragia.

Rito se zafó y lleno de ira le gritó: -Ora verás, hijo de la...-. Entró apresuradamente a la casa buscando su alfanje. Con el alboroto sus padres despertaron, preguntándole la causa de aquello. Rito a grandes rasgos les platicó, pero ellos le impidieron que saliera. Fue la mamá quien salió a investigar sobre el siniestro personaje, pero al abrir la puerta solo vio un enorme perro negro que, mientras permanecía sentado, mostraba unos ojos muy grandes y rojos como lumbre y unos colmillos enormes dentro del hocico babeante.

La señora quedó inmóvil. El perro se incorporó y se alejó dando horribles aullidos, dejando además un fuerte olor azufrado.

Por su parte, Rito ya no ingiere alcohol ni llega tarde a su casa.

Pero no fue el único caso. Un señor al que todos conocen como Pacharelas regresaba de regar su parcela (no había bebido) cuando a medianoche vio salir del despepite al mismo tipo elegante.

Al igual que Rito, fue seguido durante un buen trecho. Pacharelas quiso entablar plática, pero fueron inútiles sus intentos, cosa que le molestó bastante. Entonces decidió hacerle pleito. Tiró varios golpes al acompañante, pero parecía que el brazo sencillamente pasara por su cuerpo, como si este no existiera. Sin embargo, aquel ente sí lastimó mucho a Pacharelas, quien llegó a su casa todo revolcado, golpeado y con rasguños raros en la cara.

Su familia no creyó la versión, a pesar de tener Pacharelas el pavor reflejado en el rostro. Logró convencer a su esposa y a uno de sus hijos para que lo acompañaran adonde había sido golpeado.

Dirigieron la luz de una linterna al suelo, encontrando huellas de un ave gigante y otras como las de un burro.

-¡Es el Diablo!-, gritaron y pusieron tierra de por medio. Hay quienes aseguran haberlo visto bajar del último autobús que llega de Torreón a San Miguel, y lo ven dirigirse silencioso rumbo al despepite. También aseguran haber mirado las huellas que deja a su paso: una como de un gallo enorme y la otra como la de un burro...

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