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Romo tiró la toalla y viene radicalización

HISTORIAS DE NEGOCEOS EXPRÉS

MARIO MALDONADO

Alfonso Romo llegó al gabinete de Andrés Manuel López Obrador con el pie izquierdo, tras asegurarle a los empresarios que el Aeropuerto de Texcoco no se cancelaría. Nada peor para quien hasta hoy fungía como jefe de la Oficina de la Presidencia y enlace con la Iniciativa Privada que ser desautorizado por su jefe antes de haber arrancado el gobierno.

De ahí en adelante, todo fueron malas noticias. La eliminación de las rondas de hidrocarburos y las subastas eléctricas, la renegociación de los contratos de gasoductos, la refinería de Dos Bocas, la cancelación de una planta cervecera de la estadounidense Constellation Brands, la confiscación de los fideicomisos públicos, las señales erráticas hacia los inversionistas, el manejo de la política económica frente a la crisis sanitaria y la gota que derramó el vaso ayer por la tarde: la radicalización del gobierno frente al tema del outsourcing.

Romo quería irse desde hace varios meses. Por lo menos desde marzo, cuando uno de sus amigos, Adalberto Palma, abandonó la Comisión Nacional Bancaria y de Valores. El problema fueron los enroques. Su otro incondicional, Eduardo Nájera, fue removido de la dirección de Nafin-Bancomext y se refugió en la Oficina de la Presidencia. El lugar de Nájera lo tomó Carlos Noriega, quien venía de la Secretaría de Hacienda, con quien Romo no se lleva bien. Con este movimiento, perdió la influencia que tenía en la banca de desarrollo desde el inicio del gobierno, algo por lo que ya había sido duramente criticado en la carta de renuncia del exsecretario de Hacienda, Carlos Urzúa. Antes de esto, Romo había perdido a otra funcionaria: Margarita Ríos-Farjat, quien dejó el SAT para irse a la Suprema Corte de Justicia.

Con el descrédito generado por las desautorizaciones públicas del Presidente y la pérdida de influencia en la banca de desarrollo y el SAT, Romo se sentía un florero. Por si fuera poco, otros funcionarios del gabinete, como el consejero Jurídico, Julio Scherer, el canciller Marcelo Ebrard, e incluso el hijo de AMLO, Andrés Manuel López Beltrán, y su amigo Carlos Torres, secretario técnico del gabinete, eran mucho más influyentes que Romo.

El 20 de noviembre publicamos aquí que Romo estaba harto de la 4T. Así se lo decía, sin empacho, a sus colaboradores. "Ya no aguanto". Estas tres últimas palabras fueron las que le transmitió al Presidente este martes por la noche, cuando finalmente éste le aceptó su renuncia.

Hacía por lo menos tres meses que el jefe de la Oficina de la Presidencia declaraba, a diestra y siniestra en foros públicos, que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador genera desconfianza a la inversión privada y que la política económica estaba errada.

"El gobierno, del cual formo parte, está manejando el país en materia económica como si tuviéramos un crecimiento de 9%, cuando en realidad tiene un decrecimiento de esa magnitud", dijo el 19 de noviembre en una convención del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas.

El 25 de septiembre, durante una reunión virtual del Consejo Nacional Agropecuario, Romo señaló que el sector privado es la única esperanza para crecer que tiene el país y es prácticamente la única vía eficaz para combatir la pobreza, pues el sector público no tiene recursos suficientes.

A mediados de agosto, durante la Asamblea Nacional de la Cámara de la Industria de la Transformación, criticó la política energética del gobierno y la incertidumbre que genera a la inversión privada la falta de Estado de Derecho. Ahí, recordó que durante la visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Washington, los empresarios estadounidenses le dijeron: "Poncho, solamente queremos recordarte que para que haya un éxito rotundo en la relación comercial y en hacer una América fuerte, hay tres palabras que quiero que se lleven de mensaje: honren los contratos".

Era cuestión de tiempo para que el Presidente le aceptara la renuncia a Alfonso Romo. La gota que derramó el vaso fue la iniciativa radical que mandó el Ejecutivo para cancelar y criminalizar el esquema de subcontratación laboral, conocido como outsourcing, en la que casi nada ha querido ceder el gobierno, pese a las reuniones con los empresarios.

La renuncia de Alfonso Romo es una pésima noticia para la relación de los empresarios con el gobierno y para la reactivación de la economía mexicana. No solo porque era un puente entre el Presidente y la iniciativa privada, sino porque confirma que la radicalización de la administración actual no parará, cueste lo cueste.

Twitter: @MarioMal

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