Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Valetu di Nario, señor de muchos calendarios, contrajo matrimonio con Rosa Gante, frondosa dama en flor de edad. La noche de las bodas se necesitaron cuatro hombres para subir al veterano al tálamo nupcial. Al día siguiente fueron necesarios ocho para bajarlo de él. El inspector escolar quiso reír a costa de Pepito. Le dijo: “Te voy a hacer una pregunta. ¿Cuántos pelos tiene un gato?”. Al punto respondió el chiquillo: “Un millón 357 mil 409”. Inquirió, amoscado, el inspector: “¿Cómo lo sabes?”. Replicó Pepito: “Usted me dijo que me iba a hacer una pregunta. Con ésa ya serían dos”. El ajustador de la compañía de seguros le informó a la clienta: “No podemos darle dinero por su coche, que sufrió pérdida total, Sin embargo podemos proporcionarle otro auto igual”. “Está bien aceptó ella-. Pero hoy mismo cancelen el seguro de vida de mi esposo”. Durante ocho años, unos de los más bellos entre todos los bellos años que he vivido, tuve el privilegio de ser director del Ateneo Fuente, la institución educativa más antigua del estado de Coahuila. Siempre que se habla de ese insigne Colegio se le antepone el calificativo de glorioso. Por sus aulas pasaron grandes coahuilenses: Venustiano Carranza, Julio Torri, Artemio de Valle Arizpe, Carlos Pereyra, entre otros. Fue un honor para mí haber sido alumno del Ateneo, después maestro y finalmente director. En estos días he recordado algo que aconteció ahí. Hubo elección de presidente de la Sociedad de Alumnos. Acudieron a votar prácticamente todos los estudiantes -más de mil preparatorianos-, y sucedió que uno de los dos candidatos ganó la elección ¡por un voto! El representante del otro contendiente pidió un segundo recuento de los sufragios emitidos. Se contabilizaron cuidadosamente, y el resultado fue el mismo: un voto de diferencia. Ya iba el representante a demandar un tercer escrutinio cuando se presentó el candidato perdedor y dijo: “No es necesario. Reconozco el triunfo de mi compañero y le ofrezco mi apoyo y el de los integrantes de mi planilla para trabajar juntos en bien del Ateneo”. Siempre aprendí de los muchachos ateneístas más de lo que ellos aprendieron de mí. Alguien que no aprende ni aprenderá jamás es el cabrón de Trump. (El adjetivo no lo aprendí en el Ateneo: ya me lo sabía cuando ingresé al plantel). Ese torpe magnate se ha resistido tercamente -y estúpidamente- a conceder, o sea a aceptar su derrota. Pero eso no es lo malo: ya conocemos el incivil talante del sujeto. Lo peor es que sus adláteres -no “aláteres”, como escribí yo mal y me corrigieron bien mis editores de Reforma, lo cual les agradezco- se niegan igualmente a reconocer la victoria de Joe Biden, aunque el demócrata ha sido proclamado ya en forma oficial Presidente electo. La deplorable actitud del Partido Republicano contradice todos los principios democráticos en que se basa la vida política de la nación vecina desde su fundación. Por este medio les hago a los republicanos una severa llamada de atención y los exhorto enérgicamente a portarse con conducta, como dice la gente del Potrero para pedirle a alguien que se porte bien. Aprendan de los colegiales ateneístas. Don Tilico se detuvo frente al anuncio del gimnasio, que mostraba a un musculoso atleta. Decía el cartel: “Por mil pesos podrás tener un cuerpo como el mío”. En eso se le acercó una exuberante sexoservidora y le dijo: “No hagas caso de eso, guapo. Por la mitad podrás tener un cuerpo muchísimo mejor”. Un tipo le comentó a su amigo: “Leí que el Departamento de Policía acaba de adquirir una máquina detectora de mentiras”. “¿Y qué? -repuso el otro con desdén-. Todos los hombres casados tenemos una en casa”. FIN.

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