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Don Florencio Orrante Salado

Adiós a una memoria de Jabonera La Unión

Don Florencio Orrante Salado fue empleado en la antigua fábrica de aceites y jabones

Patrimonio. Don Florencio solía pasar las tardes en una mesedora ante el recuerdo de su querida fábrica.

Patrimonio. Don Florencio solía pasar las tardes en una mesedora ante el recuerdo de su querida fábrica.

SAÚL RODRÍGUEZ

Era el año 2009 y ante la negligencia de autoridades municipales y estatales, la antigua Fábrica de Aceites y Jabones La Unión, ubicada en el poniente de Torreón y fundada en 1900, sufrió un saqueo por parte de miembros de la delincuencia organizada y algunos ciudadanos. 

Durante meses se hurtó maquinaria y mueblería antigua, toneladas de lejía, papelería, libros. Se desmontaron techos de lámina, vigas de madera y los tinacos instalados en el cerro que dotaban de agua a la fábrica y, cuando aparentemente ya no quedaba nada, los saqueadores se abalanzaron sobre las construcciones que agonizaban de pie para extraerles las varillas a golpe de marro. Así desaparecieron más de 100 años de historia.

Las pocas piezas que sobrevivieron a la barbarie están exhibidas en el Museo del Algodón. Ahora, una barda blanca y algunas ruinas es todo lo que queda de la desaparecida fábrica. En su terreno se levanta un complejo cultural y deportivo, funcional, pero sin ningún nexo arquitectónico con su pasado fabril. Recientemente, también se edificó una preparatoria y una 'biblioteca digital' que alberga oficinas estatales.

UNA MEMORIA

Justo detrás de esa barda, en el flanco izquierdo, está la colonia Primera Rinconada de La Unión, la cual fue fincada para los trabajadores de la fábrica. En un domicilio de la avenida Tercera, un pequeño altar alberga a cinco figuras de San Judas Tadeo que rodean a un Divino Niño, mientras don Florencio Orrante Salado, quién laboró 40 años en La Unión, ve pasar el día al vaivén de su mesedora.

Son las últimas horas de la tarde, de un día de mayo de 2018, y una sombra, como si tratara de apasiguar el agobiante calor, cubre el hogar de don Florencio. Enfrente, el aferrado sol impacta sus últimos rayos sobre la Sierra de las Noas. El octogenario contempla el espectáculo, al tiempo que da vuelo a sus recuerdos; se adentra, viaja a través de su vida y se detiene en un año: 1955, cuando todo inició.

"Yo era jefe de mantenimiento. Arreglaba las máquinas en la fábrica de aceites. En realidad eran dos fábricas en una. Era fábrica de jabón y fábrica de aceite".

Don Florencio era uno de los tres jefes de mantenimiento que tenía el área, un "mayordomo de turno", como se especificaba en su contrato de trabajo.

El abolengo de La Unión se debía a la exportación de jabones de "pastilla" (barra), forraje para ganado y aceite elaborado con semilla de algodón. De ahí que se le conociera popularmente como "La Jabonera". Sus productos abandonaban la fábrica en vagones de ferrocarril.

"El ferrocarril traía semilla de algodón, nomás. De aquí para allá, de la fábrica para afuera, salían los carros cargados con pacas de borra, harinolina para las vacas, con cascarilla también y con jabón de lavandería".

Antes de obtener su planta, don Florencio trabajó como empleado eventual elaborando jabón, por lo que conoció a raíz el procedimiento.

"Al jabón se le agregaba silicato, cebo, sal, carbonato y agua. Cuando ya estaba revolviéndose se le echaba colorante, de acuerdo a si lo querían rosa o azul, al que no se le echaba nada salía blanco".

Don Florencio conoció a los dueños de la fábrica: José Valdés Villarreal y José Valdés Gómez, quienes tenían sus hogares dentro de la finca. Uno de ellos vivía en una casona centenaria, cuyas ruinas desaparecieron tras la construcción del nuevo complejo.

También recuerda que en 1968, residentes de la colonia Moderna se resguardaron en la fábrica tras el desbordamiento del Río Nazas. Tampoco olvida los gloriosos juegos de béisbol en el Parque de La Unión, donde el equipo Jabón Trébol hacía vibrar el diamante.

Tras la incursión del detergente en polvo en el mercado, el área de jabones cerró entre 1990 y 1991, y a sus empleados se les entregó liquidación por ser trabajadores de planta. La de aceites cerró hasta 1993, pero la empresa no liquidó a quienes trabajaban ahí por tener contratos temporales. Sólo los tres jefes de mantenimiento, entre ellos don Florencio, pudieron salir airosos de las pugnas legales.

La finca poco a poco entró en olvido, hasta el grado de convertirse en cementerio, pues el crimen organizado llegó a sepultar víctimas en ese lugar que, con la ficha I-0010800846, es una de las 83 edificaciones torreonenses registradas el Catálogo Nacional de Monumentos Históricos del INAH, aunque de ella casi no quede nada.

Con la voz entrecortada, mientras la mano con la que sostiene el micrófono tiembla de emoción y sus ojos se humedecen con recuerdos, don Florencio concluye: "La Unión significa una satisfacción muy grande, porque casi toda mi vida ahí la trabajé, casi 40 años".

La anterior entrevista se realizó en mayo de 2018, durante un proyecto sobre el patrimonio fabril de Torreón. Don Florencio falleció el pasado 9 de enero, en la misma mesedora donde regaló estas palabras. Hoy por la tarde se emitirán los últimos rezos de su novenario.

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