Pablo O’Higgins, quien predicó con su obra la función social del arte como sustancia primordial, es recordado este lunes, a 117 años de su llegada al mundo.
O’Higgins nació el 1 de marzo de 1904 en la cuidad de Salt Lake City, Utah, en Estados Unidos.
Tras estudiar en la Academia de Artes de Rusia, en 1924 viajó a México y, como muchos de los artistas extranjeros llegados en los años 20, heredó la postura e ideología revolucionaria de carácter socialista que se planteaba en el arte, principalmente, en el muralismo mexicano.
De acuerdo con su perfil biográfico publicado por el Museo Soumaya, su visita a tierra azteca estuvo motivada por el mural La creación, de Diego Rivera (1886-1957), el cual conoció mediante una fotografía.
Tiempo después colaboró con Rivera en la realización de los murales de la Secretaria de Educación Pública (SEP) y la Escuela de Agricultura de Chapingo, lo que significó su entrada a la llamada segunda generación de muralistas mexicanos.
Entre 1928 y 1929 participó como maestro en las misiones culturales llevadas a cabo por el escritor, educador y filósofo mexicano José Vasconcelos (1882-1959).
Entre otras acciones, O’Higgins fundó, junto con al pintor Leopoldo Méndez (1902-1969) y escritor Juan de la Cabada (1899-1986), la liga intelectual proletaria, y el periódico Llamada, que tuvo el diseño de David Alfaro Siqueiros (1896-1974).
Como presidente de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, creó la sección de Artes Plásticas. Paralelo a sus funciones, se convirtió en uno de los fundadores del Taller de Gráfica Popular.
O’Higgins fue mexicano desde su llegada a este país, sin embargo, de manera formal lo fue hasta 1961, cuando el gobierno mexicano le otorgó dicha nacionalidad con carácter honorífico.
De su producción, en la que es común ubicar retratos de indígenas, campesinos y obreros de la sociedad mexicana, resaltan Boda indígena, Paisaje tarahumara y Dios del Fuego.
Para la artista plástica Fanny Rabel, la obra de O’Higgins, fallecido el 16 de julio de 1983, es el claro ejemplo de que “una voz de lucha puede y debe ser una voz de arte”.
