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Juan Ramón de la Fuente

Cambio climático: mayores riesgos que la pandemia

Resolverlo requiere de una colaboración y una coordinación global de gran escala

JUAN RAMÓN DE LA FUENTE

Sir David Attenborough, uno de los naturalistas más conocidos y respetados por sus documentales científicos sobre la vida en la tierra, se refiere al cambio climático como la principal amenaza existencial de nuestro tiempo. Razones no le faltan. Lo que está en riesgo es la vida de la especie global a la que pertenecemos todos. Ni más ni menos. La única solución posible, nos dice Sir David, requiere de la aplicación de una serie de medidas globalmente concertadas, de la cooperación internacional comprometida y solidaria. Es decir, justo lo contrario de la forma en la que hemos reaccionado frente a la pandemia por Covid-19.

La nueva normalidad ambiental que hemos creado es patética: los ciclones, las inundaciones, las sequías, los incendios y hasta las nevadas (fuera de lugar y de temporalidad) son parte de esa nueva normalidad. Es el calentamiento global, el cambio climático, las emisiones humanas. La crisis ambiental es ya una crisis social, y pronto lo será también económica y política.

La ciencia, al igual que con el virus SARS-CoV-2 y sus variantes, nos provee información bastante clara sobre las relaciones entre el mundo y quienes lo habitamos. Depende de nosotros lo que hacemos con esa información. Para el caso que nos ocupa, hay un objetivo preciso: limitar el aumento de la temperatura global a 1.5 grados centígrados para finales de este siglo. Puede parecer lejos, pero está muy cerca. Es el problema con la línea de tiempo. El tiempo de la tierra es uno que no hemos sido capaces de escuchar. El inmediatismo al que nos ha acostumbrado la tecnología digital, distorsiona los plazos.

Cada vez es mayor la presión al interior de las Naciones Unidas, para que el Consejo de Seguridad asuma al cambio climático como un problema de seguridad internacional. Todavía hay resistencia de algunos países con poder de veto, pero el cambio radical en la política de los Estados Unidos, su regreso al Acuerdo de París, abren nuevamente la posibilidad. La argumentación es contundente.

Se trata de una crisis multidimensional y multiplicadora. La crisis ambiental aumenta los riegos de la inestabilidad y el conflicto, desplaza poblaciones, erosiona la infraestructura, atasca el desarrollo. Sus efectos son más visibles en las comunidades que dependen de los recursos naturales para su subsistencia. Donde hay insuficiencia alimentaria, hay crisis ambiental. También aquí, las mujeres y las niñas cargan con el mayor daño. Se estima que representan el 80% de todas las personas desplazadas por razones ambientales.

La relación entre violencia y crisis ambiental es estrecha. Sea por tierras cultivables, zonas pesqueras, pastizales para la crianza de ganado, o simplemente para tener acceso al agua potable, todo ello es motivo de conflictos violentos, de menor a mayor escala. Muchos de estos, a su vez, se asocian a otros tales como, el tráfico de armas, el aumento de refugiados (siempre en condiciones precarias), la violencia sexual y la violación de los derechos humanos. ¿Cómo que no es un tema que afecta la paz y la seguridad internacionales? Los conflictos en Afganistán, Yemen, África Occidental, Darfur o el Sahel, por mencionar algunas regiones, guardan relación estrecha con la crisis ambiental.

También hay una relación innegable entre desigualdad y medio ambiente. Los más pobres son los que sufren las mayores consecuencias del deterioro ambiental, de la contaminación, el acumulamiento insalubre de la basura, la falta de alimento o de agua potable. Los más pobres, se van quedando cada vez más rezagados, al margen de los beneficios de los servicios básicos, la salud o la educación.

En algunas pequeñas islas del Pacífico y en otras regiones, el riesgo es total: pueden desaparecer. Comunidades enteras han tenido ya que ser reubicadas. El lugar en el que vivían ha quedado bajo el agua. Cada año aumenta, milímetro a milímetro, el nivel del mar. Hay que escuchar sus testimonios para entender su realidad: Kiribati, Maldivas, Seychelles, Micronesia. Más angustiosa, imposible.

El Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, ha sido el más enfático al insistir –no deja pasar ocasión para hacerlo– en la urgente necesidad de actuar de inmediato, para evitar la catástrofe climática. Bill Gates, cuya voz se ha vuelto medio profética a raíz de su acertado pronóstico sobre la pandemia, también insiste: se trata del mayor de todos los riesgos que enfrenta la humanidad.

La solución propuesta es ambiciosa, pero no inalcanzable: formar una coalición global con la promesa de llegar a cero emisiones netas a la mitad del siglo, es decir, en el año 2050. El compromiso es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para que no causen ningún impacto neto en el clima, y asumirlo como indicador global. Será sin duda el gran tema de la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26) a celebrarse en Glasgow a principios del mes de noviembre, si el virus que nos tiene paralizados no dispone otra cosa.

Una línea de investigación científica que ha cobrado gran interés, a la luz de todo lo que estamos viviendo y que nos afecta gravemente, se centra en conocer mejor la relación que existe entre cambio climático y zoonosis. Se trata de las enfermedades que son propias de los animales pero que, incidentalmente, pueden transmitirse a las personas. ¿Le suena familiar el tema? Pues no lo pierda de vista.

Pienso que, en el contexto del multilateralismo, lo que debe actualizarse es el concepto de seguridad internacional. La pandemia lo hizo evidente. El mundo es muy diferente al de la posguerra, hace 75 años, cuando se fundó la ONU. No puede haber sociedades estables si no se contiene la crisis climática. Es un tema de inclusión y de diversidad, de derechos humanos y de desplazados. Impacta a todas las áreas de la actividad humana. Es el mayor reto que enfrenta el multilateralismo

Resolver el problema requiere de una colaboración y una coordinación global de gran escala, como nunca antes. Construir alianzas (de esas que cuestan tanto trabajo) entre gobiernos, sectores privados, organismos financieros, sociedad civil, academia, y organizaciones regionales y globales. Se requiere para ello de liderazgos muy fuertes, capaces de conducir procesos participativos y plurales, en medio de poderosos intereses encontrados entre sí. El reto es enorme.

Embajador de México ante la ONU

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