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Charlas político-electorales

RAÚL MUÑOZ DE LEÓN

Son tiempos de elecciones; los mexicanos nos preparamos para acudir a las urnas y elegir a 500 diputados federales. 300 de mayoría relativa y 200 de representación proporcional, también llamados plurinominales. A propósito, un buen número de ciudadanos y de organizaciones sociales, han venido pugnando desde hace algún tiempo, por una reforma constitucional que propicie la desaparición de los “pluris”, aduciendo dos razones principales: 1.- Que en realidad no representan a nadie ni adquieren compromisos de ningún tipo, pues no hacen campaña política, sólo esperan que los votos que obtenga su partido les ayude a llegar a la Cámara; y 2.- Lo oneroso que le resulta al erario el pago de la dieta y demás prestaciones a estos “legisladores”.

Pero decíamos que se viven tiempos de campañas políticas para intentar ganar el voto ciudadano. Y el evento da tema para platicar algunas de las muchas anécdotas que han vivido los mexicanos a propósito de las elecciones.

El voto es secreto

Como el caso de don Potencio, un personaje célebre, vecino del ejido San Esteban, municipio de Gómez Laguna. Célebre porque se desempeñaba al mismo tiempo en su poblado como el encargado del servicio postal, operaba el teléfono público que daba servicio a la comunidad, jefe de cuartel y delegado del Registro Civil. Era, pues, un personaje con mucha influencia y poder en el ejido.

En cierto proceso electoral le tocó ser presidente de casilla, la que instaló en su casa. La ley electoral dispone que las casillas abran a las 8 de la mañana y cierren las 6 de la tarde; pero podrán cerrar antes si ya votaron todos los ciudadanos de la lista nominal, o cerrar después de la hora señalada, si aún faltan ciudadanos por emitir su voto. Estas disposiciones eran minucias que no le importaron a don Potencio, y por sus “pistolas” cerró la casilla a las 4.30 del día de la jornada, pues ya se sentía cansado. A las 5.45 se presentó don Herradio, vecino del lugar, con su esposa y dos hijos a ejercer su derecho al voto: 

- Llegó usted tarde, ya cerramos la casilla-, le dice don Potencio.

-¿Por qué?, pregunta asombrado y molesto, don Herradio.

-Porque ya votaron todos, -contesta nuestro personaje.

-¿Y nosotros, también ya votamos?- 

-También ustedes, dice irónico el jefe de casilla.

-¿Y por quién votamos?, todavía se atreve a preguntar don Herradio.

-Pero, hombre, ¿qué no sabe usted que el voto es libre y secreto?, respondió socarronamente el jefe de cuartel, ante el enojo de los votantes frustrados.

Caída en desgracia

Fregonia era lideresa de una colonia popular, cuyos habitantes la apreciaban porque gracias a ella contaban con red de agua potable, líneas de conducción eléctrica que llevó la luz a sus casas; hizo gestiones para introducir en la colonia el servicio de transporte público; gestionó escuela y maestros; ante la presidencia municipal presionó para que pavimentara las principales calles de aquel sector urbano.

En fin, era una auténtica gestora social que la convirtió en lideresa, de ahí su nombre, doña Fregonia. Ello le derivó en poder político y en el control de los colonos que la veían con respeto, unos; otros con envidia y algunos más con desdén, esperando a que cayera para ocupar su lugar.

De tal suerte que debido a esa influencia y poder, en todo proceso electoral, su partido le confiaba la coordinación de varias casillas ubicadas en su colonia y en otras aledañas, con la seguridad de que obtendría buenos resultados. 

Tenía, sin embargo, un marido, don Perdicio; opaco, tímido, ingenuo, de muy bajo perfil y para colmo en las garras del alcoholismo. No tenía oficio ni desempeñaba actividad alguna que le produjera ganancias; por lo tanto, no aportaba para el gasto familiar, lo cual era motivo de constantes discusiones y enfrentamientos con la fregona de la casa.

En cierto proceso comicial, el mero día de la jornada electoral, don Perdicio y doña Fregonia tuvieron un nuevo desencuentro, muy subido de tono; haciendo honor a su nombre, salió derrotado el marido, quien para desquitarse de tal fracaso, urdió una maniobra que tendría como consecuencia, no sólo que los candidatos que apoyaba y promovía su esposa perdieran en todas las casillas de la colonia, sino que incluso él mismo terminara en la cárcel por cometer un delito electoral.

¿Qué hizo don Perdicio? Buscando entre los papeles particulares de la esposa, encontró documentación que consideró “oro molido”. Sacó copias de cierta papelería y distribuyó entre los sufragistas volantes que contenían extensa relación de nombres, domicilios, datos de la credencial de elector y cantidades de dinero que doña Fregonia recibió del partido, a nombre de los colonos y que nunca les entregó, hecho que molestó a los potenciales beneficiarios que decidieron votar por otros candidatos, pero no por el que les había recomendado la lideresa popular. 

Esta derrota política, originó que la organización retirara la confianza a la lideresa “gandalla” y consecuentemente dejó de tener la influencia y poder que explotaba a su conveniencia. Había caído en desgracia; dejó de ser doña Fregonia para ser ahora doña Fresgracia.

Por haber inducido el voto mediante los volantes distribuidos, la autoridad electoral consideró que Perdicio había cometido un delito; lo denunció penalmente y lo envió a prisión; cuando cumplida su condena logró la libertad, promovió y obtuvo el divorcio de doña Fregonia, a quien la Fiscalía le abrió un expediente de investigación, como responsable del delito de fraude; todavía trata de recuperar su poder. ¡Sorpresas que da la vida!

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