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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Los guerreros de la antigua Grecia, aquellos de las hermosas grebas que dijo el buen Homero, le quitaban la cuerda a su arco algunas veces, y así tenían reposo guerrero, cuerda y arco. En ocasiones el mismo Homero descansaba igualmente de la pesada obligación de ser homérico: Aliquando bonus dormitat Homerus. Eso es lo que haré yo este día: pondré una breve pausa a mi tarea de orientar a la República; dejaré por hoy de hacer la cuenta de los muchos males que cada día salen del Palacio Nacional y me limitaré a decir una vez más que un voto por Morena es un voto contra México. En lugar de hablar hoy de cosas de política transcribiré una bella carta que recibió mi hija adorada, Luz María, y me entregó luego como regalo de la vida, bálsamo para mis tristezas, caricia para mi alma y aliento para mi trabajo. Comparto con mis cuatro lectores el texto de esa misiva, pues gusto de gozar junto con ellos las bendiciones que recibo. He aquí el mensaje: “Estimada Luz María: Primero que nada me disculpo por el atrevimiento. Me llamo Cristy, tengo 27 años y leo todas las mañanas a su papá, don Armando Fuentes Aguirre. Hablaba con mi padre acerca de esto. Gracias a él es que lo leo, y sé de él desde muy joven. Fue mi padre quien me sugirió escribirle a través de usted. Me siento muy agradecida con don Armando, porque con sus columnas puedo reír y llorar cada mañana aquí en Holanda, donde vivo. Me hace recordar a mi México, a mi gente. Además me ha servido de motivación para iniciar una pequeña sección en mi blog virtual que he denominado ‘Transbordo’, basada en el ‘Mirador’ de su papá. Tengo la esperanza de que pueda llegarle a través de usted. Me gusta mucho leer a Catón. En la soledad de mi oficina, a primera hora de la mañana, abro sus columnas que leo con expectativa sorbiendo un poco de café. Catón, o más bien don Armando Fuentes Aguirre, es, a mis ojos y a los de mi padre, un hombre ejemplar. He visto alguna conferencia suya en YouTube; envidio a los asistentes y me lleno de esperanza al sentir algo de la bondad y vivacidad de su alma. ¡Qué facilidad la suya para escribir, y más aún para hablar! Catón escribe de cosas banales como la política, y otras veces de cosas sagradas como la lluvia. Llama ‘inéditas’ a las flores que florecen en la tierra cuando el agua la moja y la tormenta la atormenta. La misma tierra que veo extenderse ante mis ojos cada mañana de camino a la estación. Me despido disculpándome por la molestia una vez más. Le deseo una tarde espléndida y una vida muy feliz. Atenta y agradecidamente, Cristy”. Un generoso corazón ha de tener quien dice de mí cosas tan bellas, que hablan más de la calidad humana de quien las dice que de los méritos de aquel a quien aluden. Ciertamente estoy muy lejos, lejísimos, de ser un hombre ejemplar. Las fallas que a lo largo de mi vida he cometido son tan largas que empedrarían el camino de aquí hasta el fin del mundo, si hasta ese remotísimo lugar hubiera algún camino. La amada eterna conoció mis culpas, pero tenía el don divino del perdón, por eso me permitió estar con ella hasta el final. Doy las gracias a Cristy y a su padre por el bondadoso concepto en que me tienen. Procuraré acercarme lo más posible a tal idea. Para eso me ayudará la vejez, que aparta de las malas tentaciones con mayor eficacia que cualquier sermón. Aligero mis últimas palabras hablando de Pitongo, cuyo talón de Aquiles son las damas. Conoció a una de eminentes prendas físicas, y de inmediato le hizo una proposición salaz. Ella, indignada, rechazó el envite. Le dijo al majadero: “No soy una mujer pública”. “Descuida -repuso el ruin Pitongo-. Lo haremos en privado”. FIN.

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