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La creciente del Nazas

JULIO CÉSAR RAMÍREZ

Corría el año 1909. -¿Ya acarrearon todo el algodón que quedaba en las galeras? Se me hace que el agua no nos va a dar tiempo.

-Don Lorenzo, se hizo todo lo que usted mandó. Ya tenemos dos galeras llenas en el despepitador. La bodega de la primera flor ya la maquilaron. Don Epifanio apuntó el número de las pacas.

-Ya lo sé, ¿dónde anda por ahí Fabián?

-A la orden, patrón. Qué diablo de rancho tiene usted, don Lorenzo. Fíjese, ya vamos en la tercera pizca y todavía queda bastante algodón en las matas, especialmente en La Laguneta, en la Tabla del Ocho y por el lado de la huerta.

-Pues carga las pesadas mañana y si te falta gente te conseguiré pizcadores en San Pedro. Hace ocho días que está el relámpago muy sostenido por el rumbo de la Sierra de San Lorenzo y eso quiere decir que este año tendremos una creciente de las grandes.

-Descuide, don Lorenzo, que mañana echaré a todos a la labor y no solo a los hombres, sino también a las viejas y a la chapulinada. La cuestión es que no quede ni un capullo a la hora en que venga el agua.

-¿Y qué tal de mano tuvo don Ponciano con su danza?

-¡Muy buena, ya vio que nos llovió a tiempo en mayo y junio!

-Engánchame el "boguecito", porque tengo que regresar a San Pedro. Voy a conseguir suficientes linternas con don Emilio Paul para los regadores. Y cárgale la mano a La Laguneta, Fabián.

-Así lo haré, don Lorenzo.

En las calles de San Pedro de las Colonias resonaba el vozarrón de Lolo el cargador: "Se necesitan doscientos paleros para que vayan a reforzar el bordo del Tajo de Guadalupe. Se pagan cinco pesos diarios y la comida. Que todos vayan bien despiertos, bien ajuareados, bien comidos y bien ca...lzoneados".

Los agricultores del lugar mitigaban el fuerte calor en la cantina del Hotel "México", que, como contraste, era propiedad de los hermanos don Ángel, don José y don Manuel López, españoles con larga residencia en el lugar.

-Sírvame un par de medias "Dos Equis" bien frías.

-Enseguida, don Lorenzo. ¿Cómo le va, don Amancio?

-Así, hombre, así. ¿Qué noticias hay del agua?

-Que sigue subiendo. Dice el mozo del ingeniero que está en la presa de la Trasquila que el Coyote sigue brincando y anoche estaba por perderse la escala.

-Así que va cerca de los dos metros en el vertedor.

-Viene un mundo de agua. Ya todos los canales de la Región Alta y de la Baja están tomando dotación completa y aún así, la creciente sigue en aumento.

Entra apresuradamente un sirviente buscando a don Tomás.

-¿Qué te pasa, Toño?

-Que se cayó el canal de Bilbao y Rubio y también el de Santa Teresa y todo aquello está inundándose. Dicen que ya apenas se mira la vía del tren más adelante de Concordia. Por lo pronto, ya no llegará el tren Ranchero. ¿No anda por aquí don Tomás?

-No, hombre, ve a buscarlo por el Casino.

Parado encima del bordo por donde pasaba la vía decauville, don Lorenzo y Fabián contemplaban el desastre.

-Este Río Nazas, así como dá quita. Mira nomás esas labores.

-Ni las puntas de las matas se ven. Obra de Dios que pizcamos a tiempo. Y lo que nos "valentió" el bordo de defensa en el Tajo de la Trasquila. Si no, anduviéramos como los pobres de El Venado.

-No todo es pérdida, Fabián. El año entrante, con ese limo podremos sembrar más trigo, algodón y mucho maíz y sandías. Hubieras visto cómo bramaba el río en la presa de la Trasquila.

-Dicen que el agua llevaba ramas, troncos, casas y animales.

-A mucha gente la cogió desprevenida. Ahora lo importante será desaguar La Laguneta y la Tabla del Ocho, para algodón. Echaremos trigo y la huerta.

Esa era La Laguna, tierra de triunfos y de fracasos. Cuando las aguas achocolatadas bajaban en turbión, no había modo de controlarlas y pasaban arrasando todo y llevándose con ellas el fruto de muchos esfuerzos.

Las crecientes eran temibles y perjudiciales. Pero ¿y las sequías? Sol ardiente y sofocante calor, sin nubes en el cielo ni agua en la tierra.

El algodón languidecía por falta de humedad y el horno gigantesco parecía reverberar y tragarse la vida vegetal, calcinando las esperanzas.

La Laguna, así, lo mismo daba fortunas que hundía en la pobreza. Esa era su historia, su corta pero destacada historia. Porque su fama había llegado a todos los rincones del país y del extranjero y Torreón había dejado de ser la rústica ranchería para convertirse en una de las poblaciones de más prometedor futuro.

Por la mente de Lorenzo cruzaba como visión el enjambre de alambres y chimeneas, los blancos destellos del vapor, las nubes negras de las locomotoras y el humo azulado de los primeros automóviles que cruzaban raudos y que por vez primera admirara en Torreón.

[Encontré este relato de la vieja Laguna en el libro "Y llegó el ocaso", 295 páginas, del escritor Emigdio R. Gallardo, corresponsal del diario "El Demócrata" de San Pedro de las Colonias allá en el lejano 1918 y a lo largo de seis décadas. Un hallazgo en "Otelo", librería de viejo en Torreón, el 8 de abril de este 2024, horas después del eclipse de sol]

-Esa era La Laguna.

@kardenche

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