Aprobación de la Compañía Paulo III.
Desde 1594, los jesuitas comenzaron a explorar y a trabajar en lo que habrían de ser sus misiones de la Nueva Vizcaya: Sinaloa, Topia, Tepehuanes y La Laguna. Tanto el General de la Compañía de Jesús, Claudio Acquaviva (1581-1615) como el Virrey de Nueva España, se encontraban profundamente interesados en la aculturación de los indios de esas regiones. En la Comarca Lagunera, Santa María de las Parras, la primera reducción jesuita surgió en 1598, once años antes que la primera misión de Paraguay.
Posteriormente, en 1608, la Corona apoyó la
creación de una escuela que con el tiempo
fue llamada “Colegio de San Ignacio” o “Colegio
de la Compañía” en Parras, que vino a
ser la primera que existió en La Laguna. No
es nada raro, ya que prácticamente desde
que comenzó a existir, la Compañía de Jesús
consideró la educación como un terreno privilegiado
para el cumplimiento de su misión.
La vocación magisterial de los jesuitas
abarcaba no solamente la educación formal
o institucional, sino que comprendía la activa
enseñanza de la manera de ser y de pensarse
como occidental (cultura, mentalidad).
Y aunque los indios aborígenes de la comarca
(genéricamente conocidos como “indios
laguneros”) eran el objeto primordial de sus
esfuerzos misioneros, la presencia jesuita
también impactó a la población no aborigen,
como fueron los españoles e indios mesoamericanos
de Parras y La Laguna, particularmente
a los tlaxcaltecas.
A finales del Siglo XVI, apenas terminada
la cruenta Guerra Chichimeca, la Corona,
el obispado de Guadalajara (en la Nueva
Galicia) y los jesuitas novohispanos
ponían su mirada en el norte, y
particularmente en el relativamente
recién configurado
Reino de la
Nueva Vizcaya. Lo
que este reino, gobernación
o provincia
abarcaría
en la actualidad
serían los estados
de Durango,
Sur de Coahuila,
Chihuahua,
Sonora y
Sinaloa. La Nueva
Vizcaya era la
“puerta” del virreinato,
justo al
norte de las riquísimas
minas de Zacatecas
y Mazapil. Este reino
estaba habitado por innumerables
indígenas nómadas
o seminómadas que
requerían de la obra civilizadora
de los misioneros. El
virrey Luis de Velasco II —tomado el consejo
del obispo de Guadalajara, Fr. Domingo de
Alzola— había ideado una estrategia para
aculturar poco a poco a los indios belicosos
del septentrión. Se trataba de transformarlos
por medio de la agricultura, de indios nómadas
en indios sedentarios. Las misiones,
con sus labores de reducción y enseñanza religiosa
y secular, los incorporaría poco a poco
a la cultura occidental. Esta estrategia incluía
la presencia de indios tlaxcaltecas como
agentes de cambio.
A finales del Siglo XVI, los provinciales
jesuitas de la Nueva España hacían eco del
interés de las autoridades virreinales, episcopales
y de su General, Claudio Acquaviva,
por establecer misiones permanentes. En
1593, los jesuitas, que ya tenían una residencia
en Guadiana (capital del Reino de la Nueva
Vizcaya, actualmente ciudad de Durango)
solicitaron formal permiso a Felipe II para
que los autorizara a establecer una obra misionera
permanente en la NuevaVizcaya. En
1594, Felipe II les permitió establecer misiones
en dicho reino, en los términos siguientes:
“Mis Presidentes y Jueces oficiales de la
casa de la contratación de Sevilla: por ésta
mi cédula, he dado licencia a Pedro de Morales,
de la Compañía de Jesús, para pasar a las
Provincias de Topia, Sinaloa y La Laguna,
que son en la Nueva España, y llevar diez y
ocho religiosos de la dicha Compañía”.
Finalmente, en el año de 1598, la Compañía
de Jesús dio formal principio a la tarea
de occidentalizar a los indígenas de la región,
al comenzar los trabajos de reducción
de los indios que habitaban la “Provincia de
La Laguna” o Comarca Lagunera. Uno de
los objetivos de la llamada “reducción” sería
que los indios fueran “reducidos” a pueblos
y no vivieran divididos y separados por
sierras y montes. El término era usado pues,
con el sentido de contractio, es decir, contracción
de los espacios demográficos, la
concentración de la población de una comarca
o región en pequeños espacios urbanos,
pueblos, con el objeto de que no viviera dispersa.
Una vez concentrados en espacios urbanos
nuevos, los indios podrían ser instruidos
en la fe católica y olvidarían sus viejas
creencias y ritos (conversio) a la vez que
aprendían a vivir en concierto y policía, es
decir, en comunidad y en armonía, ocupados
de los asuntos de la “polis”.
Tanto de la versión documental del padre
Arista como de la de la Real Junta se
desprende que el fundador de Parras —lo
cual es bien sabido— fue el criollo
misionero jesuita Juan Agustín
de Espinoza, sj.; que la
fundación se llevó a cabo
durante los últimos
meses del reinado
de Felipe II,
el 18 de febrero
de 1598, en concurso
con las
autoridades civiles.
El padre
Espinoza fue
pues el promotor
y superior
inicial de la
primera reducción
jesuita de la
Provincia de La
Laguna. Como es
natural, la certificación
del padre Arista
atribuye la iniciativa y
crédito al padre Espinoza,
mientras que la versión civil
acredita la iniciativa y
el mérito al alcalde o justicia
mayor. Como vimos desde el principio,
se trataba en realidad de una acción conjunta
entre las autoridades civiles y eclesiásticas
de la Nueva España.
El padre Juan Agustín de Espinoza sj,
era criollo, natural de Zacatecas, y es considerado
el fundador de Parras y de su jurisdicción,
la cual abarcaba la Comarca Lagunera
de Coahuila y Durango. Todavía a
mediados del Siglo XIX este ámbito comprendía
las tierras que ocuparía Torreón.
Al padre Espinoza se le considera el introductor
del cristianismo y del culto católico,
el fundador espiritual de la Comarca Lagunera
(entonces descrita como la Alcaldía
Mayor de Parras, Laguna y Río de las Nazas,
es decir, de los municipios de Parras,
San Pedro de La Laguna y San Juan de Casta,
en cuya jurisdicción estaba Mapimí)
fundador del primer colegio lagunero (San
Ignacio), primer superior de la Casa de los
jesuitas en Parras. Misionero incansable.
Mártir (testigo) de Cristo hasta el desprecio
de su propia vida por el servicio del
Evangelio. Efectivamente, murió joven (34
años) en el cumplimiento de su ministerio.
Su tumba se encuentra bajo el altar mayor
del Colegio de los jesuitas en Parras. Sin
duda practicó las virtudes cristianas en
grado heroico, hasta sellar su testimonio
con la muerte. Seguramente sería un excelente
candidato a la beatificación.