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Los grandes del haikú

LITERATURA

Los grandes del haikú

Los grandes del haikú

Antonio Álvarez Mesta

Entre las formas poéticas tradicionales hay una que sobresale por su brevedad y contundencia: el haikú. Nacida en Japón pero trasladada al resto del mundo, esta composición cuenta con grandes exponentes tanto en Oriente como en Occidente. Vale la pena acercarse a los más emblemáticos.

Hay quien dice que el mundo cabe en un grano de arena. Los alquimistas medievales repetían convencidos la frase “como arriba abajo” porque estaban seguros de que el macrocosmos podía comprenderse analizando el microcosmos. Entender el todo enfocándose en el fragmento, la diversidad partiendo de la unidad, es ciertamente una aspiración común a científicos, filósofos y místicos. El aleph que aparece en el deslumbrante cuento de Borges es un sueño tentador. Lograr genuinos enfoques holísticos y coherentes teorías del campo unificado son tareas en las que se esfuerzan nuestras mentes de mayor prestigio. Por otra parte, los artistas tratan también de expresar condiciones universales a partir del procesamiento estético de experiencias particulares. El haikú es quizá una de las mejores maneras de hacerlo.

El haikú es un poema breve cultivado originalmente en Japón y que en su forma clásica consta de 17 sílabas distribuidas en tres versos (5-7-5). Por lo general carece de rima y de título. El haijin (así se llama a la persona que los escribe) puede encontrar inspiración en cualquier cosa. B. H. Chamberlain, destacado haijin inglés, definió a esta composición poética como “tragaluz abierto un instante sobre un pequeño hecho natural, resplandor súbito, sonrisa formada a medias, suspiro interrumpido antes de ser oído”. Bien considerado, el haikú constituye una invitación a perdernos en lo cotidiano para encontrarnos en lo maravilloso.

GIGANTES EN EL ARTE DE LO PEQUEÑO

Dos mexicanos a principios del siglo XX cultivaron el haikú y contribuyeron a su pronta difusión en el mundo hispano: Efrén Rebolledo (1877-1929) y José Juan Tablada (1871-1945).

Ambos vivieron en Japón. El primero durante varios años y el segundo unos meses. Los dos descubrieron en la poesía japonesa elementos como la economía verbal, el lenguaje coloquial, la visión trascendente, el amor por imágenes a un tiempo precisas e insólitas. Tablada, sobre todo, se dio cuenta de que el haikú impecablemente unifica realidades en unas cuantas palabras. He aquí dos ejemplos de su autoría:

Juntos en su tarde tranquila

vuelan notas de Angelus,

murciélagos y golondrinas.

Es mar la noche negra;

La nube es una concha,

La luna es una perla.

Posteriormente grandes escritores de lengua española han aportado notables haikús. He aquí unos cuantos.

De Antonio Machado

(1875-1939, español)

Encuentro lo que no busco:

las hojas del toronjil

huelen a limón maduro.

De José Rubén Romero

(1890-1952, mexicano)

Sesión permanente,

los viejos del pueblo discuten

la honra de toda la gente.

De Jorge Luis Borges

(1899-1986, argentino)

Lejos un trino.

El ruiseñor no sabe

que te consuela.

De Elías Nandino

(1900-1993, mexicano)

Una gota de rocío

y dos pétalos de rosa

¡hacen una mariposa!

De Mario Benedetti

(1920-2009, uruguayo)

Una campana

tan sólo una campana

se opone al viento.

De Octavio Paz

(1914-1998, mexicano)

El mundo cabe

en diecisiete sílabas:

tú en esta choza.

Ya que citamos a Octavio Paz, recordemos que éste aseguró que la práctica del haikú es una escuela de concentración, ya que en él se logra una correspondencia plena entre lo que dicen las palabras y lo que miran los ojos. Para el Nobel mexicano la claridad de la imagen, la brevedad y una condensación que parece mágica, son los ingredientes esenciales de este exquisito regalo de Japón al mundo.

BREVEDAD ORIENTAL

Sin duda, el exponente más célebre en la historia del haikú es Matsuo Basho (1644-1694), quien imprimió a esta forma poética una sublime espiritualidad. Basho recorrió a pie Japón y en sus andanzas encontró infinidad de motivos de inspiración. Él vivió en el siglo XVII y practicó asiduamente la meditación propia del budismo Zen. Predicó que el haikú consiste en descubrir lo que sucede verdaderamente en este momento y lugar. Para dicho meditador trashumante la poesía se reveló como una senda que lleva a la beatitud instantánea. Esa beatitud está basada en la aceptación de la realidad, tanto de sus aspectos excelsos como de los deplorables. Hay que aclarar que Basho nunca rechazó la tradición, más bien la prosiguió de una manera muy original e impetuosa. Así lo expresó: “Yo no busco el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron”.

Para Basho y sus seguidores las palabras se resuelven en silenciosa contemplación. En el país del Sol naciente abundan los monumentos a Basho y múltiples haikús aparecen en ellos. El siguiente es quizá su haikú más citado:

Un viejo estanque,

una rana se salta

el sonido del agua.

En Japón además de Basho se menciona como grandes maestros del haikú a Yosa Buson, Issa Kobayashi, Masaoka Shiki, y ya en pleno siglo XX a Kyoshi Takahama. Veamos un haikú de cada uno de ellos.

De Yosa Buson

(1716-1784)

Cuando nada, la rana

está en un estado

de completa entrega.

De Issa Kobayashi

(1763-1827)

De no estar tú,

demasiado enorme

sería el bosque.

De Masaoka Shiki

(1867-1902)

Que distinto el otoño

para mí que voy

para ti que quedas.

De Kyoshi Takahama

(1874-1959)

El sonido que hace

la mariposa cuando come.

¡Es el puro silencio!

UN MUNDO EN TRES VERSOS

¿Qué propósito primordial tiene el haikú?, ¿la perfección, el funcionamiento del cosmos o dar relevancia a hechos sencillos? No hay una respuesta unánime, al menos en su expresión inmediata. Para Basho era la iluminación. Yosa Buson afirmaba que era la belleza. Isa Kobayashi decía que era la compasión por todos los seres.

Lo que distingue al haikú de otro tipo de poemas es una gama de contenidos que revelan la precariedad de la existencia y la conciencia de la fragilidad. El haikú describe estéticamente el aquí y el ahora. Usando términos occidentales podría decirse que el haikú es la expresión poética de la intuición, entendiendo por intuición la captación súbita del ser.

En el haikú en un momento se trasciende el ego y el apego, se deshace la ilusión, se capta la realidad. El budismo Zen busca ante todo la percepción pura. A la principal variante nipona del budismo le importa muy poco el dogma y el estudio de textos canónicos. La meditación y la experiencia fresca, la conexión vivencial y sin prejuicios son mucho más relevantes. Sólo así se vence la ilusión de la separación. Y paradójicamente se descubre que el silencio es sumamente elocuente y que en las ausencias se vislumbran las presencias substanciales. La estética implícita en esta forma superior de discernimiento es alusiva e incluso elusiva. Resulta mejor la insinuación que la declaración tajante. Lo explícito atenta contra el misterio. El esclarecimiento exhaustivo constituye un empobrecimiento. Las grandes experiencias son inefables. El misterio nos lleva a callar o decir apenas lo esencial. Ya en el ámbito occidental siglos atrás el jesuita Baltasar Gracián lo sintetizó cabalmente: “Más valen quintas esencias que fárragos” y “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Y en el siglo XX Octavio Paz escribiría imbuido por aquella sensibilidad propia de un hajín: (La poesía) dice lo que callo, calla lo que digo, sueña lo que olvido. No es un decir es un hacer. Es un hacer que es un decir. La poesía se dice y se oye: es real. Y apenas digo es real se disipa. ¿Así es más real?

El haikú saca eternidad del instante fugaz, nos conecta con lo trascendente a partir de lo inmanente y transforma los sucesos ordinarios en extraordinarios. Con esta exquisita forma poética proveniente del lejano Oriente se honra a cabalidad la etimología de la palabra poesía, que significa creación. El haikú al enriquecer nuestra percepción crea y recrea una realidad superior. En sus tres cortos versos, asombrosamente cabe un mundo.

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