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SIGLOS DE HISTORIA

La monja que dio su fortuna (SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE)

Deslumbrante alhaja arquitectónica del barroco mexicano del siglo XVIII es el altar mayor de la Iglesia de la Enseñanza, ubicado en la calle Donceles número 102, en la Ciudad de México.  El templo, junto con el convento contiguo, fueron construídos a expensas de la monja María Ignacia de Azlor y Echeverz, hija del II Marqués de Aguayo y Santa Olaya.

Deslumbrante alhaja arquitectónica del barroco mexicano del siglo XVIII es el altar mayor de la Iglesia de la Enseñanza, ubicado en la calle Donceles número 102, en la Ciudad de México. El templo, junto con el convento contiguo, fueron construídos a expensas de la monja María Ignacia de Azlor y Echeverz, hija del II Marqués de Aguayo y Santa Olaya.

DOMINGO DERAS TORRES

Apesar de las intrigas y presiones que tuvo que afrontar a su llegada a la Ciudad de México, para fundar el Convento de La Enseñanza, sor María Ignacia de Azlor y Echeverz salió avante en su anhelo de establecer un claustro y educar mujeres de todas las clases socioeconómicas. Sorprende e invita a la reflexión, a casi tres siglos de distancia, el temple de hierro que la monja coahuilense demostró y porque no discriminó -no obstante su adinerado y nobiliario origen-, a las niñas y adolescentes pobres a quienes les abrió gratuitamente las puertas de su colegio. Concluida la construcción del monasterio, planificó y ordenó la edificación de un hermoso templo dedicado a la Virgen del Pilar, esplendente alhaja arquitectónica del barroco mexicano del siglo XVIII conocido hasta nuestros días como Iglesia de la Enseñanza; sus magníficas y deslumbrantes galas churriguerescas, para beneplácito de nacionales y extranjeros, las podemos contemplar en la calle de Donceles número 102, en el Centro Histórico del Distrito Federal.

DE SU ORDENACIÓN COMO MONJA

Durante su travesía marítima por el Atlántico rumbo España, María Ignacia conoció a un pasajero que era el Mariscal de Campo Marqués de Villapuente, quien le prestó un libro que narraba la biografía de Juana de Lestonnac (1556-1640), monja de origen francés que fundó la Compañía de María, congregación religiosa dedicada a la educación de niñas; lo leyó con avidez, su espíritu quedó influenciado por el texto, le dejó un mensaje contundente, inmarcesible. Lestonnac era sobrina del sabio humanista galo Montaigne, fue canonizada por el Papa Pío XII en 1949.

El 28 de agosto de 1737 desembarcó en el andaluz Puerto de Santa María, donde permaneció por algunos días para luego dirigirse a la ciudad de Madrid, después viajó a Zaragoza para visitar a la Virgen del Pilar de la que era devota su familia; en la recta final de la ruta, caminó una legua a pie hasta el altar de la patrona del reino español. En la península ibérica le sucedió lo mismo que le aconteció en la Nueva España, le salieron ricos pretendientes del mejor partido, algunos de ellos con blasones nobiliarios del más alcurniado y rancio abolengo. Le hicieron la rueda del cortejo para llevarla al matrimonio, rechazó todas esas insinuaciones de amor, no cejó en su propósito de tomar el hábito y algún día fundar un convento en su tierra natal. María Ignacia recordaba las frases de su madre que pronunció a ella, y a su hermana María Josefa Micaela, de niñas: "Si yo no os tuviera a vosotras, hubiera empleado mi caudal para una formación de monjas marianas", tales palabras la marcaron para lograr su meta.

De Azlor y Echeverz expresó su voluntad de entrar a la congregación mariana de La Enseñanza, hubo quienes trataron de disuadirla alegando que era una organización nueva, de origen francés, sin serios antecedentes de antigüedad y le insinuaron que eligiera otra orden; no hizo caso a las sugerencias. Argumentó que después de su ordenación volvería a la Nueva España, pues sus antepasados allá habían hecho fortuna, invertiría el capital que heredó de sus padres en la construcción de un claustro-colegio. No olvidaba con agradecido orgullo que el primer inmigrante de su genealogía, Francisco De Urdiñola y Larrumbide, había salido del País Vasco rumbo al virreinato novohispano "a hacer las Indias", en el actual territorio de Coahuila; así se lo dictaban su fe católica y su espíritu filantrópico.

El 24 de septiembre de 1742, ingresó al Convento de la Compañía de María en Tudela, Navarra. Sus compañeras la motejaron como "La Indiana", así fue conocida durante su estancia en dicha institución, fue el 2 de febrero de 1745 cuando tomó el hábito y el velo en solemne ceremonia a la que asistieron las personalidades más relevantes de la localidad. En esta ciudad vivió entre la atmósfera de sus calles sinuosas, estrechas, apeñuscadas entre las piedras y la cantera tallada de sus señoriales fincas delatoras de pretéritos siglos donde musulmanes, judíos, visigodos e hidalgos medievales dejaron los almíbares del mito y la leyenda.

DE LA AUTORIZACIÓN PARA FUNDAR EL CONVENTO Y SU RETORNO A MÉXICO.

Ya ordenada monja, la hija menor del II Marqués de San Miguel de Aguayo y Santa Olaya, canalizó sus energías para obtener la autorización de fundar un convento en la Nueva España. Lo había solicitado con antelación al rey Felipe V -amigo de su cuñado José Francisco De Valdivieso-, quien manifestó su agrado al proyecto, pero como reza el viejo refrán de que "las cosas de Palacio van despacio", los trámites tuvieron que esperar largos años para su conclusión. Tocó a la testa coronada de Fernando VI, quien prohibiera en su reino la masonería y persiguiera a los gitanos, expedir el anhelado permiso con fecha 21 de febrero de 1752.

El 12 de octubre de ese mismo año -día de la Virgen del Pilar- luego de escuchar misa y tomar la comunión, la pateña (gentilicio de los nacidos en La Hacienda de Patos, Coahuila) Sor María Ignacia salió de Tudela acompañada de otras 12 religiosas de La Enseñanza, rumbo a la Nueva España. El cortejo monjil viajó desde las Provincias Vascongadas hasta las costas andaluzas, atravesó entre bosques y matorrales la Sierra Morena, fue un largo trajín de caminos con tramos accidentados y con destino final al Puerto de Cádiz; ahí esperaría algunos meses a que se reuniera una flota mercante para navegar con destino a Veracruz.

La carismática y culta reina consorte de España, la portuguesa María Bárbara de Braganza, políglota, alumna del genial músico Domenico Scarlatti y mecenas de las artes, dio un donativo de 3,000 pesos al proyecto monástico de la monja coahuilense De Azlor. El 12 de junio de 1753, ella y sus hermanas congregantes, subieron a bordo del buque Nuestra Señora del Carmen para emprender la travesía marítima desde Cádiz a las costas jarochas. El rey Fernando VI dictó órdenes para que el galeón de guerra Dragón, escoltara con seguridad a tan importante súbdita y sus colegas hasta las Islas Canarias; María Ignacia llevaba consigo valores de su herencia que traía de Navarra. Abundaban en los mares los desalmados piratas ingleses y holandeses, asaltaban con frecuencia y de modo sanguinario a los galeones hispanos, sobre todo a los procedentes de México y Perú que iban cargados de oro y plata a los puertos ibéricos. Finalmente, el 4 de agosto de aquel año, fondearon en el Puerto de Veracruz.

DE SU LLEGADA A MÉXICO Y LA EDIFICACIÓN DEL CONVENTO

Las religiosas de La Enseñanza, antes de llegar a la capital novohispana, fueron recibidas con honores en Puebla. A la ciudad de México arribaron el 30 de agosto de 1753, donde se les dio un ceremonioso recibimiento por parte de las autoridades y el pueblo, entre el repique campanil de todos los templos; fueron hospedadas en el Convento de Regina Coeli. Para cristalizar su proyecto de erigir un monasterio femenino, la monja De Azlor invirtió 72,204 pesos, joyas de oro y plata, piedras preciosas, valiosas obras de arte y más de 6 mil ovejas que poseía en los pastizales de Coahuila, todo derivado de su patrimonio hereditario. (La Cántiga de las Piedras. Autor: Alfonso Toro. Segunda Edición. Editorial Patria, S.A. México, 1961).

Sor María Ignacia se dedicó a recorrer las principales calles del México colonial para decidir en qué sitio edificaría el convento, le agradaron dos casonas ubicadas sobre una de las aceras de la calle de Cordobanes (hoy Donceles) cercanas a la catedral, las compró de riguroso contado y las mandó demoler. Para la construcción contrató los servicios del creativo criollo Ignacio Castera, arquitecto preferido del virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas, Segundo Conde de Revillagigedo; el inmueble se diseñó con 50 celdas, capilla, patios, enfermería, salones de clase y labores.

Las obras de su edificación se iniciaron el 23 de junio de 1754, para concluir antes de finalizar el año, ahí fueron educadas niñas pobres y ricas a las que se les instruía en la lectura y la escritura, además de labores domésticas propias de su sexo. Sus alumnas destacaron en el quehacer de bordados, el servicio de internado se ofrecía mediante pago a las de clase acomodada, las de escasos recursos recibían la enseñanza gratuitamente; la primera discípula que ingresó fue María Josefa Moreno y Azpilcueta, originaria y procedente de la ciudad de Durango.

Octavio Paz narró en uno de sus ensayos la vida conventual del virreinato, donde "cada monja vivía en su celda y en ella cocinaba, comía, laboraba, rezaba y recibía la visita de otras monjas". Anotó que en esas instituciones existieron importantes bibliotecas y archivos que las guerras civiles del siglo XIX y las Leyes de Reforma provocaron su desaparición, muchos de sus libros y documentos se dispersaron, fueron acaparados por coleccionistas norteamericanos; así se borraron de nuestra memoria ricos capítulos de la historia de México. El Convento de la Enseñanza tenía su biblioteca y corrió el mismo fin. (Sor Juana Inés de la Cruz. Las Trampas de la Fe. Autor: Octavio Paz. Fondo de Cultura Económica, Primera Edición. México, 1982)

Después de la exclaustración de las monjas en 1861, Benito Juárez aprisionó entre sus muros a los principales imperialistas al triunfo de la república en 1867, fungió como Palacio de Justicia en el Porfiriato, albergó a la Escuela de Ciegos, fue sede de las Juventudes Socialistas Unificadas durante el sexenio cardenista y en la actualidad ahí funciona el Colegio Nacional que da su frente a la calle de Luis González Obregón. Una de sus secciones -por Donceles- sirvió de recinto al Archivo General de Notarías del Distrito Federal hasta 1988, donde estuvieron guardados entre otros antiquísimos, amarillentos y pajizos documentos los testamentos de Sor Juana Inés de la Cruz, Leona Vicario y Lucas Alamán.

LA IGLESIA DE LA ENSEÑANZA.

Para la construcción de la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar de La Enseñanza, aledaña al convento, fue contratado el talentoso arquitecto Francisco de Guerrero y Torres, quien entre otras hermosas y señoriales fincas del México colonial edificó el Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso (Edificio Banamex), localizado en una de las esquinas del crucero que forman las calles de Isabel La Católica y Venustiano Carranza; la mansión de los Marqueses de Jaral del Berrio (Palacio de Iturbide), por la calle de Madero y que hoy es recinto de Fomento Cultural Banamex; así como la Capilla del Pocito en la Villa de Guadalupe en la capital del país. Guerrero y Torres fue exitoso aprendiz de Lorenzo Rodríguez, el creador de las artísticas y gallardas tallas churriguerescas en cantera que lucen las fachadas del Sagrario Metropolitano de la Catedral de México, él lo instruyó en las maravillas del barroco estípite (pirámide truncada con la base menor hacia abajo).

En el altar mayor de La Enseñanza fue entronizada una estatua de la Virgen del Pilar, obra en madera tallada que fue heredada por sor María Ignacia de su madre Ignacia Javiera De Echeverz, Segunda Marquesa de Aguayo. Salvador Novo, excronista de la ciudad de México, refirió que "este templo -joya del barroco- a punto estuvo de verse demolido. Lo salvó de tan triste suerte, para la buena nuestra, la gestión conyugal de otra dama llamada doña Carmen Romero Rubio de Díaz". (México. Autor: Salvador Novo. Ediciones Destino. Barcelona, 1968).

El templo de La Enseñanza fue uno de los últimos ejemplos del churrigueresco mexicano del siglo XVIII. Se puede decir que su decoración interior es más rica en detalles barrocos que la exterior sin demeritar a ésta, los óleos que enmarcan el altar principal son debidos al fantástico pincel de Francisco Antonio Vallejo, la autoría de sus magníficos retablos se atribuyen a la factura de Joaquín de Sáyagos. (La Ciudad Antigua de México. Siglos XVI-XX. Edición patrocinada por Bancomer. Editorial a Todo Color, S.A. de C.V. México, 1990).

DEL FINAL DE SU VIDA

La monja María Ignacia no alcanzó a ver concluido el templo de La Enseñanza, las obras terminaron en 1778 y las supervisó la priora nacida en Bruselas, Ana Teresa Bontset, su amiga y acompañante en el viaje de regreso a la Nueva España. Su malestar físico comenzó a finales de marzo de 1767, con un fuerte dolor de costado, falleció el día 6 de abril en sus habitaciones conventuales rodeada de sus hermanas congregantes. Su cuerpo fue colocado en un sencillo ataúd de cedro y fue velado por dos días, en sus honras fúnebres estuvieron presentes sus sobrinos El Conde de San Miguel de Aguayo y el Conde de San Pedro del Álamo, así como importantes personajes del México virreinal; fue sepultada delante del comulgatorio de la iglesia.

El historiador Alfonso Toro, en uno de sus tantos escritos, refirió el olvido en el que se tiene relegada la personalidad de la coahuilense María Ignacia de Azlor y Eheverz, esforzada educadora de niñas y adolescentes en la Nueva España. Y sus frases fueron reclamantes: "Esta mujer de energía sobrehumana, no sólo no tiene ningún monumento entre nosotros, pero ni siquiera se conserva su recuerdo en el nombre de una escuela o de una calle como lo pide la justicia".

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