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Erin Go Gragh: fulgor y suerte del heroico batallón de San Patricio

Busto o vera efigie del General John O'Riley, mejor conocido como  John Riley o Juan Reiley: cabeza del Heroico Batallón de San Patricio.

Busto o vera efigie del General John O'Riley, mejor conocido como John Riley o Juan Reiley: cabeza del Heroico Batallón de San Patricio.

Enrique Sada Sandoval Investigador histórico

Un capítulo glorioso en la memoria mexicana, aunque desdeñado por la "historia oficial" lo es sin lugar a dudas aquél que se refiere a ese puñado de hombres que atrajo tras de sí lo mismo a compatriotas suyos que extranjeros para luchar bajo el pabellón trigarante en justa guerra, contra la nación de las barras y las estrellas, durante la invasión de 1847. De aquí que la asombrosa historia del Heroico Batallón de San Patricio como parteaguas es, sin duda alguna, tanto ejemplar para varios países como un motivo de orgullo para muchas generaciones venideras.

Tras la derrota ominosa de Santa Anna en la batalla de San Jacinto y la firma de los llamados Tratados de Velazco en 1836, México había permanecido indolente ante la pérdida de la provincia de Tejas, misma que abarcaba desde el Río Nueces hasta la Louisiana. Lejos de adoptar una política inteligente como lo hiciera Gran Bretaña al reconocer a Tejas como país (en aras de evitar su anexión a los Estados Unidos) o de recuperar por la fuerza lo que por legítimo derecho correspondía a la nación, la clase política gobernante se mantuvo cruzada de brazos hasta que sucedió lo previsible: en 1845, Tejas se anexa como una estrella más de la Unión Americana. Este hecho hizo que las relaciones entre México y los Estados Unidos se volvieran más tirantes y prepararon el camino inevitable hacia una guerra que solo necesitaría cualquier provocación mínima para detonar. En este caso, dicha provocación sería provista por el esclavista presidente James N. Polk, para justificar por medio de la agresión más vil sus pretensiones expansionistas sobre México.

Por si esto fuera poco, en consecuencia de lo anterior, estalló en San Luis Potosí la revolución monarquista del general Mariano Paredes y Arrilaga, quien veía como una traición inminente cualquier negociación o intento de arreglo territorial con el vecino país; para evitarlo, pretendía restablecer una Monarquía Constitucional que sustituyera orgánicamente a la muy débil y desacreditada república mexicana, bajo el impulso liberal del Infante don Enrique de Borbón quien, con apoyo militar de España, Inglaterra y otras potencias europeas, pondría en teoría un alto a la voracidad criminal de la nación de las barras y las estrellas. Sin embargo, el arribo de Paredes a la presidencia de la República fue tan breve que justo cuando convocaba a un Congreso para analizar el cambio de sistema de gobierno, pese al consenso popular a favor en este mismo sentido, fue derrocado por la rebelión federalista de Valentín Gómez Farías quien contando de antemano con el apoyo económico de Washington y al grito de "¡Contra el Príncipe extranjero!", mandó a traer de vuelta a Santa Anna del exilio. La intervención norteamericana fue tan evidente en este vergonzoso episodio que el mismo gobierno estadounidense no solo le flanqueó el bloqueo naval para que pudiera ingresar al país: asumió todos los gastos para hacer volver al infame jalapeño a México, a través de Alejandro Atocha, con todas las fatales consecuencias que habrían de acontecer posteriormente.

Mientras esto ocurría, para enero de 1846 en el extremo norte, el general Zachary Taylor marchaba al suroeste de Texas por órdenes del presidente Polk, donde comandaba un ejército estadounidense de 3 900 hombres (algunos incluso veteranos destacados de las guerras napoleónicas), de los cuales la mitad habían nacido en Irlanda, Gran Bretaña o Europa occidental. Los hombres de Taylor construyeron como provocación una fortaleza sobre la ribera izquierda del río Bravo, frente a Matamoros, donde existía una base militar mexicana de modo que para el 25 de abril de 1846 una unidad de la caballería mexicana atacó a una estadounidense que se introdujo en territorio mexicano, dando muerte a once angloamericanos, hiriendo a seis y tomando prisioneros a 63. Taylor envió esta noticia urgentemente a Washington, donde Polk usó el incidente que él mismo había preparado para declarar la guerra que tanto deseaba.

Cuando se supo del campamento estadounidense sobre el río Bravo, el general Pedro de Ampudia, comandante del Ejército Mexicano del Norte, llegó rápidamente a la zona con refuerzos de 2 400 soldados, no sin antes ordenar la impresión de varios volantes impresos en inglés que pasaron de contrabando al campamento estadounidense. Dirigido "A los ingleses e irlandeses del ejército del General Taylor", Ampudia protestaba contra la injusta agresión estadounidense e invitaba a los soldados a desertar en los siguientes términos: "Recuerden que nacieron en Gran Bretaña, que el gobierno estadounidense mira con frialdad la poderosa bandera de San Jorge y está provocando hasta que truene al pueblo guerrero al que pertenece; el presidente Polk está manifestando con desafío el deseo de tomar posesión de Oregon, como ya ha hecho con Tejas. Así pues, vengan con toda confianza a las filas mexicanas".

El intento de Ampudia hizo eco en muchos, siendo uno de los primeros desertores en cruzar el río Bravo un irlandés llamado John O'Riley, conocido a la postre como John Riley o Juan Reily, quien se convirtió en leyenda viva tras debutar como el organizador del Heroico Batallón de San Patricio.

Si en algo coinciden todas las fuentes de la época respecto a Riley es en describirlo como un hombre alto, musculoso y de hombros anchos de un metro con ochenta y siete centímetros, cabello oscuro, ojos azules y tez rubicunda que había servido a la carrera de las armas en los ejércitos de tres países: Gran Bretaña, Estados Unidos y México. Un domingo 12 de abril, Riley consiguió permiso de sus superiores para asistir a una misa ofrecida por un sacerdote de Matamoros, pero nunca regresó a su unidad y fue reportado como desertor. Dos años y medio después, Riley refirió que se le había dado a elegir entre unirse al Ejército Mexicano del Norte o ser fusilado, por lo que escogió la primera opción y fue comisionado como primer teniente de la artillería mexicana. En ese mismo momento recibió su espada, símbolo distintivo y principal arma portada por los oficiales de rango: "Desde abril de 1846, cuando me separé de las fuerzas norteamericanas […] he servido constantemente bajo la bandera mexicana. En Matamoros formé una compañía de 48 hombres". Para julio de 1847 los integrantes del Batallón de San Patricio habían ascendido a más de 200.

Aunque la unidad estaba compuesta en su mayoría por desertores del ejército estadounidense -tanto nacidos en Estados Unidos como inmigrantes europeos-, entre sus miembros se incluían extranjeros residentes en México, ciudadanos británicos y también, como hemos dicho, veteranos de las guerras napoleónicas. Este Batallón peleó bajo una bandera con diversas variantes según parece: Riley refirió que la bandera verde esmeralda tenía una imagen de San Patricio emblasonada de un lado con un trébol y la mítica arpa de Erin del otro; un corresponsal norteamericano la describió hecha de seda verde, con un arpa bordada y el escudo de armas mexicano con las palabras "Libertad por la República Mexicana", y bajo el arpa la leyenda "Erin go Bragh" (Irlanda por siempre). Por otra parte, Samuel Chamberlain, la recordaba como: "Una hermosa bandera de seda verde ondeaba sobre sus cabezas; en ella brillaba una cruz plateada y un arpa dorada, bordadas por las manos de las bondadosas monjas de San Luis Potosí".

La primera experiencia de batalla de los san patricios ocurrió cuando estaban apostados en el pueblo de Matamoros sobre el río Bravo, de donde marcharon posteriormente para asistir a la defensa de la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Mientras Taylor ocupaba Monterrey, la defección de sus tropas alentadas por el ejemplo de los san patricios se convirtió en un serio problema, tal como refirió el mayor Luther Giddings respecto a cincuenta desertores: "A éstos el enemigo [los] recibió con alegría y alistó rápidamente en sus filas, donde sirvieron con un coraje y fidelidad que nunca habían exhibido en las nuestras. Sin duda el más humilde del batallón de San Patricio fue honrado con mucha consideración por los mexicanos". En buena parte, fue el propio Ejército de los Estados Unidos el culpable de estas deserciones en tanto practicaba una política de discriminación brutal y extensa en contra de los católicos. Se sabe que los oficiales protestantes animaban la profanación de imágenes religiosas y el vandalismo contra las parroquias y templos católicos en territorio mexicano. Además, las violaciones de mujeres y el pillaje de las propiedades de los católicos era ampliamente permitido por los oficiales del Ejército invasor.

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Distinguiéndose como Presidente de la República por su probidad (nunca quiso cobrar su sueldo), el General Mariano Paredes y Arrillaga se levantó en armas desde San Luis Potosí para oponerse a cualquier capitulación de territorio ante Estados Unidos en 1846.
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Como medida desesperada, los patriotas y mexicanos monarquistas con Paredes pretendieron reestablecer la Monarquía Constitucional bajo la figura del Infante liberal don Enrique de Borbón para agenciarse auxilio europeo y vencer a los Estados Unidos en 1846.
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Ataviado con levita de republicano federalista, en contubernio con el gobierno estadounidense a través de Gómez Farías, Santa Anna volvió de su exilio tras el derrocamiento de Paredes en la Ciudad de México.
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