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SIGLOS DE HISTORIA

De los territorios de la nueva vizcaya

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Gildardo Contreras Palacios

Noticias sobre la Estadía de los Sacerdotes Jesuitas en su Residencia del Colegio de Parras.

Parte IX. (Última parte).- Acontecimientos que se dieron en Parras en el Siglo XX.

El año de 1878, el Obispo de Linares, a cuya Diócesis pertenecía la ciudad de Saltillo, ofreció a la Compañía de Jesús una casa de su propiedad en la citada ciudad. Dicha propiedad comprendía una capilla y una huerta y era muy adecuada para establecer un colegio. Para ello se envió al P. Ignacio Velasco para que preparara el terreno, poco después se auxilió del P. Francisco Barragán, del escolar Alberto Cuscó y Mir y del hermano Manuel Martínez. Ellos en conjunto fundaron el colegio San Juan Nepomuceno, centro educativo que abrió sus puertas el 3 de noviembre de 1878, con 29 alumnos inscritos. En 1879, había 70 alumnos y en 1882, eran ya cerca de 90. Con el tiempo el colegio de San Juan, adquirió fama en el norte mexicano y a él acudieron alumnos de los estados circunvecinos. Por sus aulas pasaron alumnos que con el tiempo llegaron a ser ciudadanos muy distinguidos, allí estuvieron Francisco I. Madero y algunos de sus hermanos, los también hermanos Alessio Robles y Carlos Pereyra, entre otros. En 1903, cuando el colegio cumplió sus Bodas de Plata, se había dado educación a 1429 jóvenes. (Gutiérrez… Jesuitas en…). Sin embargo llegó la época revolucionaria y en una de sus etapas, en el año de 1914, cerró sus puertas para siempre.

Con anterioridad a esta última fecha, el 26 de febrero de 1895, el obispo de Saltillo, Mons. Santiago de la Garza Zambrano, ordenó al entonces párroco de Parras P. Fortino Hurtado, que entregara a los jesuitas el templo de San Ignacio; la recepción la hicieron los P.P. J. Paderne y Ceferino Martínez. (Churruca… Presencia…). Con la creación de la Diócesis de Saltillo en octubre de 1891, Parras dejó de pertenecer a la de Durango, a la cual perteneció desde su creación en el año de 1614 y con anterioridad a dicho año perteneció a la de la Nueva Galicia (Guadalajara).

Los jesuitas regresaron a su antigua residencia, situada hacia el sur de la iglesia del Colegio, la cual durante años había sido utilizada para otros fines que no iban muy de la mano con sus orígenes. Allí estuvieron los insurgentes en 1811, en otro tiempo fue cuartel de los franceses en la década de los sesenta y cuartel de los republicanos cuando aquéllos dejaron la población; sin embargo los Padres al volver poco a poco lograron regresarla a su fisonomía primitiva.

Durante esos últimos años del Siglo XIX y principios del XX, los jesuitas siguieron conviviendo con los padres diocesanos en la impartición de su ministerio en la ciudad de Parras. Al llegar la Revolución, la situación de la iglesia con el gobierno se hizo tensa, y en 1914 los padres de la Compañía fueron expulsados nuevamente del territorio nacional, y sólo quedaron en Parras algunos de los padres diocesanos. En 1920, en otra nueva etapa de aquella revuelta nacional, los jesuitas empezaron a hacer labor de misión en Parras, en ese año acudía a la población en forma ocasional el P. Pablo Lauvent; en 1925 los padres de la Compañía abrieron una escuela apostólica, y en 1926, se dio la persecución religiosa auspiciada por la llamada Ley Calles. Por lo que las autoridades eclesiásticas decidieron cerrar los templos, y el Gobierno federal prohibió toda manifestación en el interior de los mismos. Fueron tres años de intensa persecución de religiosos y creyentes practicantes. Esta etapa de nuestra Patria es más conocida como la Guerra Cristera. Parras no fue ajena a dichos acontecimientos y en enero de 1927, fueron fusilados en Parras un total de nueve jóvenes obreros que luchaban por sus creencias religiosas. Ocho fueron llevados al paredón en la barda frontal del Panteón de San José hacia el lado norte de la entrada principal y otro fue acribillado en la esquina de Ocampo y Treviño, de dicha población. Milagrosamente uno de los primeros sobrevivió al "tiro de gracia" y vivió muchos años para poder contar aquel tremendo suceso.

El día 13 de febrero de 1929, un miércoles de ceniza, se dio en Parras un lamentabilísimo acontecimiento, en el que el jefe de la partida militar federal acantonada en Parras, sufrió un grave atentado que la causó la muerte en el interior de la casa residencia de los padres jesuitas. El teniente coronel Fernando Villarreal, murió de un disparo en la nuca que la salió por la frente. Él acudió a la residencia de los padres porque recibió la noticia de que el padre David Maduro S.J., estaba realizando la impartición de la Ceniza en dicho domicilio, entre algunos fieles que habían sido convocados en forma "discreta" para ello. Lamentablemente se le hizo cargo al P. David Maduro S.J. de dicha agresión, a pesar de que en apariencia nada había tenido que ver en dicho acto delictivo. El padre fue apresado al día siguiente se le llevó al cuartel militar de la población y allí se le fusiló a media mañana, después de haber sido sometido a un sumarísimo juicio militar. Se le sepultó en San Antonio en forma precipitada para evitar toda manifestación en su favor por parte de la población. El 14 de febrero de 1938, se exhumaron sus restos y ante una muy sentida muestra de dolor por parte de la población parrense, sus restos se trasladaron a la cripta de la familia Madero en el panteón de los Cipreses, en donde descansan actualmente. De aquel lamentable hecho jamás se ha sabido la verdad, los que pudieron haber aportado datos más fehacientes desgraciadamente ya murieron.

En esta década de los años treinta, el templo de San Ignacio fue restaurado, ya que el 16 de abril de 1911, toda el área de su campanario había sido dinamitada por parte de los revolucionarios maderistas que ocuparon ese día la población.

En el año de 1934, los sacerdotes diocesanos se retiraron de su parroquia de Parras y la administración quedó en manos de los jesuitas, quienes desde esa fecha han tratado de colaborar con las necesidades espirituales y materiales de la población de Parras. El último párroco diocesano de Parras fue el padre Pudenciano Villalobos, quien en noviembre de 1894, fungió como primer párroco de la iglesia de Guadalupe de Torreón. (Churruca… Presencia…).

A partir de esa fecha los sacerdotes ocuparon en forma permanente su residencia de Parras. Los miembros de la comunidad regularmente son cambiados a los diversos lugares en donde tienen residencias. En lo personal, me tocó convivir muy de cerca con dichos a sacerdotes a partir de la década de los años cincuenta. Mi familia siempre fue muy allegada a dicha comunidad jesuita y de allí mi cercanía con ellos. En mis años infantiles conocimos de pies a cabeza la casa residencia y la iglesia del Colegio, porque las "vacaciones grandes" allí la pasábamos en forma cotidiana un grupo de niños, participando en algunas actividades recreativas que organizaban los sacerdotes jesuitas. Me tocó palpar en forma personal el grado de modestia con que vivían los sacerdotes, nada de lujos, ni en su comida, ni en el vestido ni en sus aposentos, ni mucho menos en su comportamiento hacia las personas. Eran medidos y recatados en todos sentidos y muy rigurosos para cumplir con las reglas que la Orden les exigía.

Me tocó conocer y tratar a algunos de ellos, fue así como conocí a los P.P. Ignacio López, quien corregía a los muchachos a base de "coscorrones", sin que hubiese quejas por parte de los afectados; Eduardo I. Margain, Enrique Ureña Uribe, Ramón Torres, Gustavo Rojas (el padre "Rojitas"); y un poco ya más grande a los P.P. Zermeño, Federico Chávez Peón, Luis Cavazos, y más recientemente al P. Agustín Churruca Peláez, (cuya vida y obra trataremos en capítulo aparte). Claro que no fueron los únicos que estuvieron allá en Parras, sino que fueron con los que tuve algún tipo de trato.

Sin olvidar aquella norma de la educación y preparación académica en pro de la niñez y juventud, en la década de los años cincuenta, fundaron la escuela primaria Hernando de Tovar para niños de escasos recursos. Y a principios de la década de los sesenta el padre Federico Chávez Peón S.J., creó la Escuela Secundaria y Preparatoria Parras. Dichos centros educativos hoy en día siguen funcionando con toda normalidad. A pesar de su larga ausencia, en suelo parrense, los padres jesuitas siempre han ido de la mano con la vida cotidiana de la población, la gente los respeta y los acepta. Su influencia es mucha en la conciencia de gran mayoría de los parrenses.

Su formación siempre los ha conducido por un camino apartado de la doctrina liberal convenenciera, cuyos postulantes desconocen realmente el significado del derecho Divino de la Libertad, por el que los sacerdotes jesuitas han propugnado siempre. Y actúan también, apartados de los intereses mezquinos de algunos jerarcas eclesiásticos que se dan a la molicie y a la consecución de lujos personales y que en ocasiones se convierten en comparsas de las autoridades civiles corruptas y explotadoras. Su postulado es claro y preciso, "la Libertad a base de educación, de esfuerzo, de respeto y de trabajo en busca del bien común".

Ya para cerrar, agregaremos: "que por lo general se ignora o al menos se ha olvidado, que fueron los misioneros jesuitas quienes llevaron a las lejanas regiones del Noroeste las primeras semillas, los primeros árboles frutales y más aún las hermosas flores de Castilla. El primer trigo que se sembró en las márgenes del Colorado lo envió el P. Eusebio Kino. Fueron los jesuitas los que abrieron los primeros caminos en la costa del Pacífico. Ellos eran exploradores, cartógrafos, etnólogos, lingüísticas. Ellos, en fin, fundaron la civilización sobre gran parte del territorio de México. ¿Dónde están los monumentos que nos recuerden sus nombres, que indiquen nuestra gratitud? (Trueba… La Expulsión…). Desgraciadamente nuca los veremos.

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P. Ignacio López.
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