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SIGLOS DE HISTORIA

El Díaz de Creelman (Parte III)

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DR. LUIS ALBERTO VÁZQUEZ ÁLVAREZ

Al fin llegué al abrigo de un muro en donde el centinela apostado en el parapeto de la iglesia no podía verme, a menos que se inclinara completamente. Caminé con firmeza y descansé, deteniéndome a escuchar si había surgido alguna alarma. Aquí estaba yo en gran peligro, porque la construcción estaba en declive y muy resbalosa a causa de las fuertes lluvias. Un momento mi pie resbaló torpemente hacia las hojas de una ventana que hubieran ofrecido muy poca resistencia. De hecho, casi caí hasta abajo.

"Para llegar a la calle de San Roque, en la que esperaba descender, tenía que pasar por una parte del convento que se usaba como habitación del capellán. Hacía poco tiempo que este individuo había denunciado a unos prisioneros políticos que en un esfuerzo poco fructuoso de escapar habían cavado un pasaje hasta esta habitación. De resultas de esta denuncia fueron sacados de sus celdas al día siguiente y fusilados. Por consiguiente, yo necesitaba ser muy cauteloso para no despertarlo.

"Casi sin aliento alcancé a llegar al techo de la casa del capellán, justo cuando un joven que seguramente vivía allí entraba por la puerta. Probablemente venía del teatro, porque canturreaba alegremente. Esperé hasta que hubo entrado a su cuarto. Poco después salió con una vela encendida y caminó directamente hacia donde yo estaba escondido, pero afortunadamente no me vio. Después de un intervalo, volvió a la casa; probablemente todo esto fue sólo cuestión de unos minutos, pero en esas circunstancias a mí los minutos me parecían horas. Cuando calculé que había pasado ya bastante tiempo y que el joven debería haberse metido en cama y quizá quedado dormido, caminé hasta la esquina de San Roque a la que por fin llegué.

"Exactamente en esta esquina hay en el techo una estatua de San Vicente Ferrer que había pensado usar para asegurar en ella mi cuerda. Pero desgraciadamente, el santo se tambaleó cuando lo toqué. Pensé, sin embargo, que probablemente tuviera un soporte de hierro en algún sitio para sostenerlo, pero para mayor seguridad até la cuerda solamente alrededor de la base del pedestal, que formaba el ángulo del edificio y me pareció que había quedado lo bastante fuerte para sostener cualquier peso.

"Temía que pudiera ser visto por algún transeúnte si descendía directamente a la calle en esa esquina. Así, decidí bajar por el lado de la casa más lejano de la calle principal, lo que me daría la ventaja de algo de sombra. Pero ¡ay!, cuando había llegado al segundo piso, mis pies perdieron el apoyo en la pared, y deslizándome del lado del jardín caí en una zahúrda.

"La daga se desprendió de mi cinturón y cayó entre los puercos. A mi vez, yo resbalé y caí también entre ellos los cuales alarmados por la intrusión armaron tal chillería que si alguien hubiera ido a ver qué pasaba me hubiera descubierto. Tan pronto me hallé ya sobre mis pies, me escondí, pero tuvo que esperar hasta que los puercos se tranquilizaron de nuevo para aventurarme a salir al jardín. Entonces, para alcanzar la calle, trepé una barda baja y tuve que hacer una rápida retirada, porque un gendarme pasaba haciendo su ronda y examinaba en ese momento las cerraduras de la puerta que estaba exactamente debajo de mí. Cuando se fue me dejé caer a la calle y aspiré nuevamente el aire de la libertad.

"Sudando y casi exhausto de fatiga, corrí a la casa donde esperaba hallar a mi criado, un guía y mi caballo (Díaz había logrado previamente comunicarse con sus dos aliados) y llegué al lugar sin ningún otro contratiempo.

"Estando ya a cubierto en la casa, los tres cargamos nuestras pistolas, montamos en los caballos y, después de evitar una patrulla, también de a caballo, salimos de la ciudad. Estaba casi seguro de que seríamos detenidos en la garita por la guardia y estaba resuelto a pelear para salir, pero afortunadamente la puerta estaba abierta, había una luz en la caseta y un caballo esperando fuera.

"Pasamos trotando y una vez fuera de la ciudad, para ganar tiempo emprendimos un galope veloz".

Apenas había Díaz empezado a organizarse y a librar una serie de combates desesperados, cuando un mensajero de Maximiliano vino a decirle que el emperador estaba dispuesto a ponerse en manos de los liberales y para, al mismo tiempo, intimar a Díaz a que si trocaba su lealtad, podría ser nombrado comandante en jefe de los ejércitos del Imperio. La respuesta de Díaz fue la de siempre: su único objetivo era hacer al emperador prisionero y sujetarlo a la ley de la República. Una y otra vez arrasó a las fuerzas imperiales enfrente a él.

El fin de la Guerra Civil dejó entonces a los Estados Unidos libres para defender la Doctrina Monroe: Napoleón III fue advertido por el gobierno norteamericano de que su intervención armada en los asuntos del continente no sería por más tiempo tolerada y él retiró sus tropas, dejando a Maximiliano solo en México.

Díaz tomó Puebla después de terrible matanza y mientras ponía sitio a la ciudad de México, Maximiliano fue capturado en Querétaro, condenado en consejo de guerra por su bárbaro decreto ordenando que los soldados mexicanos fueran exterminados como bandidos, y fue, con sus dos generales Miramón y Mejía, fusilado.

La capital se rindió y Juárez volvió para encontrar la bandera de la República ondeando sobre un mar de bayonetas de los soldados de Díaz. Éste pronto se retiró de la escena para convertirse en granjero. Más tarde, volvió como soldado a tomar las armas contra Juárez, porque éste había fallado en llevar a cabo sus promesas de reforma. Juárez murió y fue sustituido por Lerdo, quien intentó sofocar la revolución de Díaz mediante la formación de un gran ejército. Díaz se retiró a los Estados Unidos, navegó disfrazado hacia el sur de México desde Nueva Orleáns y, habiendo sido reconocido en Tampico, saltó al mar, fue perseguido y capturado en el agua, y logró de nueva cuenta escapar. Ya una vez en el Sur, su poder se acrecentó y con su ejército obtuvo victoria tras victoria. En noviembre de 1876, entró con 12,000 soldados triunfante en la capital y unas semanas más tarde fue electo presidente por primera vez.

Para explicar su capacidad de controlar el poder y su visión de gobierno, Díaz comenta: "Tuve en mi juventud duras experiencias que me enseñaron muchas cosas. Cuando tuve a mis órdenes dos compañías de soldados, hubo un tiempo en el que por seis meses no recibí de mi gobierno ni instrucciones, ni consejos, ni ayuda económica. Tuve que ser yo mi propio gobierno. Encontré entonces que los hombres eran iguales que hoy. Creía en los principios democráticos como todavía ahora creo, a pesar de que las circunstancias me han obligado a tomar medidas severas para asegurar la paz y con ella el desarrollo, que deben preceder a un gobierno absolutamente libre. Meras teorías políticas, por sí solas, no crean una nación libre.

"La experiencia me ha convencido de que un gobierno progresista debe buscar premiar la ambición individual tanto como sea posible, pero debe poseer un extinguidor, para usarlo firme y sabiamente cuando la ambición individual arde demasiado para que siga conviniendo al bien común".

"Sin embargo, a pesar de que yo obtuve el poder principalmente por el ejército, tuvo lugar una elección tan pronto que fue posible y ya entonces mi autoridad emanó del pueblo. He tratado de dejar la presidencia en muchas y muy diversas ocasiones, pero pesa demasiado y he tenido que permanecer en ella por la propia salud del pueblo que ha confiado en mí".

Los grandes logros económicos; aunque como patriota y en recuerdo de su adolescencia, Díaz se había propuesto que entre México y Estados Unidos no debería existir ningún ferrocarril. La República debía estar a salvo de una futura invasión gracias a sus desiertos. Contra la más acre oposición y afrontando las más acerbas acusaciones que ponían en duda su lealtad a la República; un día dio la bienvenida a las grandes líneas de ferrocarril construidas con capital norteamericano y les brindó generosos subsidios, asegurando:

"El ferrocarril ha jugado un papel importante en la paz de México. Cuando yo llegué a presidente, había únicamente dos líneas pequeñas: una que conectaba la capital con Veracruz, la otra con Querétaro. Hoy día tenemos más de 19,000 millas de ferrocarriles. El servicio de correos que entonces teníamos era lento y deficiente, transportado en coches de posta, y el que cubría la ruta entre la capital y Puebla, era asaltado por facinerosos dos o tres veces en el mismo viaje, de tal manera que los últimos en atacarlo no encontraban ya nada que robar".

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