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Un sitio entre historias: el Campestre Lagunero

SIGLOS DE HISTORIA

Heredera por los cuatro costados, la señora María Luján Zuloaga, viuda de Terrazas, se ostentaba como legítima dueña de la antigua Hacienda de Santa Rosa de Lima y su rango, en Gómez Palacio, hasta 1933.

Heredera por los cuatro costados, la señora María Luján Zuloaga, viuda de Terrazas, se ostentaba como legítima dueña de la antigua Hacienda de Santa Rosa de Lima y su rango, en Gómez Palacio, hasta 1933.

Enrique Sada Sandoval

(Segunda parte)

Para el año de 1883 la Comarca Lagunera vivía uno de sus momentos más importantes al conectarse el Ferrocarril Central Mexicano con el Ferrocarril Internacional, convirtiendo a la región en un punto de encuentro y de enlaces desde las márgenes del Río Nazas hasta los linderos del Cerro de Santa Rosa en donde se erigía una hacienda conocida con el mismo nombre: Santa Rosa de Lima, justo en donde actualmente se ubica el Cerro del Campanario y la colonia El Campestre de Gómez Palacio, misma que abarca hasta donde antaño fue la antigua villa de San Fernando (hoy conocida como Ciudad Lerdo). La vida de la región se vio enriquecida por la constante llegada de mexicanos de otros estados que llegaban atraídos por la pujante bonanza del algodón y de la uva que se daban de manera casi natural; esta circunstancia a su vez logró atraer también la mirada y el interés de varios países que pronto introdujeron una serie de novedades, adelantos, negocios y costumbres que al paso de poco tiempo se entremezclaron con las de los habitantes radicados a ambos márgenes del río que separaba a Coahuila de Durango, configurando un mosaico de gustos, modas, en una estepa o semidesierto en donde antes sólo abundaban los huizaches, los mezquites y las matas de gobernadora.

Sin embargo así como el ferrocarril y el afluente permitieron vislumbrar en la distancia la modernidad y el progreso, también llegó la guerra. Con el estallido de la Revolución Mexicana en el país, con sus muy distintas fases y caudillos, muchos de los ingenios personales, empresas, fortunas y vidas se vieron sacudidos violentamente por este movimiento social que no reparó en estamentos ni en clases sociales a la hora de afectar a todos, mexicanos o extranjeros, los que se encontraban radicando en el país entre las décadas de 1910 y 1920. Una de las familias que de alguna manera vieron el revés de la fortuna fueron los Terrazas en el norte de México. Asentados desde la primera mitad del Siglo XIX en el estado de Chihuahua, a través de una serie de lazos de parentesco que les permitió hacerse de grandes extensiones de tierra en los estados colindantes de Durango y de Coahuila, esta familia se hizo de tierras para cultivo del algodón en las riberas del Río Nazas al mismo tiempo que fijaban sus ojos en adquirir vivienda pero en la capital del país: justo en donde los acontecimientos políticos solían marcar la pauta para todo, desde las relaciones sociales hasta los grandes negocios fraguados a la sombra de la autoridad central. Una de estas familias o ramificaciones lo fue el matrimonio formado por los Luján Zuloaga (descendientes del General y Presidente Félix Zuloaga). Como era la tradición, la fortuna de la familia además del gran negocio resultante de las empresas empacadoras de carne establecidas en su estado, también se asentó en buena medida gracias a la siembras, cosecha y comercialización del "oro blanco" tanto en Chihuahua como en la Región Lagunera, siendo precisamente la hacienda de Santa Rosa una de sus propiedades destinadas para este efecto. Sin embargo, la ubicación de dicho inmueble en las estribaciones del Cañón del Huarache, márgenes del río y el Cerro de las Calabazas convirtieron el mismo en un sitio estratégico a disputarse a la hora en que las fuerzas federales y las distintas huestes revolucionarias se disputaban la ciudad de Torreón, en cuatro ocasiones, desde 1911 hasta 1916. Mientras esto acontecía, el matrimonio formado por Marta Zuloaga Irigoity y Ramón Remigio Luján buscaban afanosamente el abrirse paso en la Ciudad de México junto con sus ocho hijos, siendo la menor de ellas María Luján de Terrazas.

A los estertores de la guerra civil y de la persecución religiosa siguió una relativa calma dentro de lo que desde la visión oficial de la historia se tuvo a considerar como la fase estabilizadora de la "revolución institucional". El mundo a su vez se levantaba tras sacudirse el polvo de la Primera Guerra Mundial y el de la Gran Depresión económica que había trastocado todo el orden social y político a la vez. El despertar fue lento durante estas primeras tres décadas del Siglo XX para los mexicanos en general, pero al golpeteo de la acción beligerante sobrevivió aquella región del norte en donde la idea del Orden y el Progreso porfirianos siguieron dando frutos mientras la senda de hierro del ferrocarril seguía cruzando las aguas broncas del Nazas. Consecuentes con los nuevos tiempos que se antojaban modernizadores, una nueva generación de hombres emprendedores le brindó un nuevo impulso a la Comarca Lagunera; no improvisando algo nuevo ni destruyendo con furor ideologizado, hasta las cenizas, sino todo lo contrario: construyendo sobre los hombros ( o incluso, sobre las ruinas) de lo que ya se encontraba preexistente y asimilando la experiencia de su propia visión de mundo, que comprendía Europa, Sudamérica y los Estados Unidos, para brindarle solidez o consistencia a una serie de proyectos e instituciones que pudieran vincularse desde ese momento hacia lo que ellos estimaban sin lugar a dudas como la posibilidad de un mejor futuro.

Esta condición se las proporcionó no sólo el entorno contrastante del paisaje lagunero en donde las llanuras se prolongaban interminables desde la antigua Laguna del Mayrán hasta el Desierto de Chihuahua, sino también la sensación de que por su conveniente distancia respecto a la Ciudad de México y la cercanía con todo lo que se presentaba como extranjero desde la frontera norte, oriente y occidente (con el mar prácticamente equidistante) avizoraba la posibilidad no sólo de un nuevo renacimiento de todo lo precedente sino la sensación de que todo lo mejor en estas tierras aún estaba por hacerse.

Fue así como un grupo de hombres con iniciativa como Agustín Zarzosa Jr., Antonio de Juambelz, y José F. Ortiz, entre otros decidieron establecer un club o asociación en la Comarca Lagunera, con fines recreativos y de esparcimiento, pues este tipo de espacios no existían aún en buena parte de México salvo en la capital del país. Como miembros distinguidos del primer Auto Club de la región, se propusieron la traza de dos avenidas principales tales como lo que hoy son el bulevar Miguel Alemán (por los que Zarzosa y el Ingeniero J.F. Allen pagaron renta a su dueña en 1926 para la construcción del mismo) junto con el legendario puente plateado sobre el Nazas que unirá a las ciudades vecinas de Torreón, Gómez Palacio y Lerdo; siguiendo el mismo espíritu emprendedor, se propusieron para este efecto el establecer contacto con quien fuera propietario de la vieja hacienda de Santa Rosa para adquirir por medio de compra una extensión que se alargaba pródigamente como una planicie o valle entre el Cerro de las Calabazas y el del Campanario, hasta las márgenes del río y los confines de lo que alguna vez fue la antigua hacienda de San Fernando.

La propiedad como hemos visto, terminó siendo vendida por parte de la ya señora María Luján Zuloaga, acaudalada viuda de Terrazas, quien más ocupada por embellecer su casa en la Ciudad de México, accedió a las negociaciones y terminó por vender nada menos que 63 hectáreas correspondientes a la finca referida -que para aquél entonces ya se hallaba semiderruida o en franco abandono- por la generosa suma de 10 mil pesos en aquel entonces. De modo que lo que alguna vez fuera parte del legendario campo de batalla en donde se derramara fuego y sangre cuando la toma de Torreón por parte de Francisco Villa y Felipe Ángeles, al mando de la División del Norte en 1914, ahora cobraría un nuevo giro al convertirse en sitio de paz, verdor y esparcimiento familiar al aire libre.

Por su esplendor y ubicación privilegiada, en 1936 Lázaro Cárdenas eligió las instalaciones del Club Campestre Lagunero para emprender el llamado reparto agrario en la región: sin duda una de las medidas más emblemáticas de su régimen

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Por su esplendor y ubicación privilegiada, en 1936 Lázaro Cárdenas eligió las instalaciones del Club Campestre Lagunero para emprender el llamado reparto agrario en la región: sin duda una de las medidas más emblemáticas de su régimen.
Por su esplendor y ubicación privilegiada, en 1936 Lázaro Cárdenas eligió las instalaciones del Club Campestre Lagunero para emprender el llamado reparto agrario en la región: sin duda una de las medidas más emblemáticas de su régimen.

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