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Los jefes de la División del Norte (1911-1914)

SIGLOS DE HISTORIA

Gracias a la labor diplomática de Madero y al patriotismo de Díaz, abdicando para evitar más sangre, fue que la División del Norte del Ejército Libertador Revolucionario se anotó su primer triunfo con el 'Apóstol de la Democracia' como jefe.

Gracias a la labor diplomática de Madero y al patriotismo de Díaz, abdicando para evitar más sangre, fue que la División del Norte del Ejército Libertador Revolucionario se anotó su primer triunfo con el 'Apóstol de la Democracia' como jefe.

Enrique Sada Sandoval, investigador histórico

La paz y el orden tan anhelados por todos los mexicanos parecían de algún modo haberse conciliado tras la abdicación irrevocable de Don Porfirio y su viaje sin retorno a bordo del Ypiranga en el puerto de Veracruz. Sin embargo, contrario a los anhelos de Díaz y a la buena voluntad de Madero, nadie esperaría que bajo la superficie de aquellas aguas mansas, sobre las que se apostaba por el progreso de la República, descansaba la hidra del descontento y anidaba la semilla de la escisión. Tras la firma de los Tratados de paz en Paso del Norte, el caudillo lagunero había apercibido ya los elementos propios de la discordia, lo mismo por la pronta manifestación de la ambición desmedida así como por la indisciplina que había que esperarse entre algunos miembros de aquel cuerpo de batalla por la rápida obtención de un triunfo tan rotundo como prontamente obtenido por parte de los revolucionarios, hecho que tan sólo meses antes hubiera sonado poco creíble para todos, al menos a corto o mediano plazo.

Los primeros visos de indisciplina, deslealtad y ambición desbordada se manifestaron en las personas de Pascual Orozco y de Francisco Villa, quienes tras el vértigo de la toma de Ciudad Juárez ansiaban por cuenta propia asesinar al federal encargado de defender la plaza tan sólo por saciar su instinto de sangre. Sin embargo, Madero mismo se opuso enérgicamente pese al amago de tan torvos personajes, quienes quedaron sumamente resentidos. A lo anterior habría que sumarse también la sorpresiva designación de Carranza para el Ministerio de la Guerra que el propio Madero, en su carácter como presidente provisional conforme al espíritu y la letra del Plan de San Luis, terminó manifestando de forma controversial para la gran mayoría de los ahí presentes. La razón de dicho descontento radicaba en la muy gravosa dilación del ex senador porfirista para sumarse al movimiento abiertamente, pretextando cuestiones de "alta política". Sólo cuando la opinión pública le obligó de algún modo a definir su posición respecto al maderismo, y cuando estuvo plenamente convencido de que ningún beneficio podría ya esperar ni de Bernardo Reyes ni del régimen, fue que se presentó en el campo de batalla, tardíamente, cuando la balanza se inclinaba visiblemente en favor de la Revolución.

Como era de esperarse, tal parece que en algún momento dado ambos cabecillas intentaron insurreccionarse contra su jefe, movidos por el resentimiento y tomando como pretexto fútil el que Madero hubiera perdonado la vida al General Juan N. Navarro, encargado de la defensa de esta ciudad y a quien el "Apóstol" defendió frente al amago que recibiera por parte de los dos insubordinados ya referidos, llevándolo personalmente en un automóvil hasta el otro margen del Río Bravo para que pudiera escapar con vida. Como posible razón para el encono que Orozco y Villa reservaban hacia el federal encargado de defender la guarnición de Paso del Norte estaba el hecho de que los maderistas habían sido forzados a tomar esta plaza debido al ataque sorpresivo que el mismo, de manera artera, hizo al disparar sobre los revolucionarios mientras éstos se bañaban en el río.

No obstante lo anterior, Madero obró enérgicamente, confrontando a ambos personajes a quienes recriminó severamente y ante la vista de todos por querer conspirar en su contra. El resultado de este enfrentamiento por parte del caudillo respecto a sus subordinados tuvo como efecto no sólo una muestra de disciplina pública sino también una ruptura un tanto dual en la confianza que gozaban tanto Villa como Orozco, mostrando Villa una especie de arrepentimiento -con visos histéricos- en donde con lágrima viva admitía su falta en tanto pedía a Madero ser fusilado; Orozco, por su parte, guardó silencio sepulcral como resulta de este episodio, fermentando en lo privado un rencor que con el tiempo iría creciendo al igual que marcando distancia respecto a quien, al poco tiempo, sería presidente constitucional al poco tiempo de convocarse a elecciones.

Sin embargo, lo que pudo haberse ganado en los campos de batalla en el desierto chihuahuense estuvo por perderse gracias a las actitudes personales que acompañaron a León de la Barra durante el tiempo que duró su interinato, pues tal parece que este individuo alineó su posición y sus energías con miras a barrenar el prestigio del caudillo en cuestión para que el triunfo de la Revolución quedara reducido a una victoria pírrica, como dirían algunos estudiosos y contemporáneos.

Así pues, en tanto se desarrollaban los acontecimientos en la capital del país y Madero se postulaba como candidato nuevamente, los elementos de la discordia empezaban a marcar su propia línea tal como resultaría con los hermanos Vázquez Gómez, distanciados de Madero tras la ruptura de la fórmula electoral contendiente (en donde se eligió al yucateco José María Pino Suárez para la vicepresidencia). Esta escisión fue aprovechada por los enemigos de la Revolución para empezar a cuestionar desde el talento del llamado Apóstol hasta su lealtad a la causa, una vez que el mismo se aprestó rápidamente a licenciar a todos aquellos combatientes e irregulares que le habían apoyado decididamente.

Así pues, a los descontentos de antaño se sumó Emiliano Zapata (elemento aparentemente revolucionario) que exigía la ratificación de su rango de general junto con una serie de demandas personales de carácter territorial-patrimonial, sin dejar de mencionar al propio Carranza (no muy complacido con Madero en su anterior anhelo de verse convertido en gobernador de Coahuila) que anhelaba el Ministerio de Gobernación, y el propio Pascual Orozco quien, con todo y su generalato, quedaba de algún modo reducido a jefe de los irregulares en su propio estado.

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