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Los jefes de la División del Norte (1911-1914)

SIGLOS DE HISTORIA


Tras fracasar en adherir a los federales en el Distrito de Iturbide (Chihuahua), Orozco tuvo que contratar a guerrilleros y mercenarios.

Tras fracasar en adherir a los federales en el Distrito de Iturbide (Chihuahua), Orozco tuvo que contratar a guerrilleros y mercenarios.

Enrique Sada Sandoval, investigador histórico

(Quinta parte)

Para el inicio del Siglo XX, en el mes de febrero del año de 1901, González Salas recibió su primera comisión de importancia por parte del Gobierno Federal, emprendiendo viaje a la península de Yucatán, sirviendo a la institución bajo las órdenes directas del general José María de la Vega, destacándose en las campañas militares contra el alzamiento de los indios mayos en la región, y agradó tal que en virtud de su valentía fue rápidamente ascendido al rango de Coronel de Infantería Permanente, recibiendo a su vez el mando del Segundo Batallón de Infantería en una zona identificada como sumamente conflictiva.

Posteriormente, de conformidad con las ordenanzas propias de la milicia se incorporó a la Primera Zona Militar, quedando fijo como el principal responsable de la Segunda Línea de Defensa. Esta experiencia muy en lo particular le brindó a nuestro personaje la oportunidad de desempeñar su destreza estratégica, siendo trasladado posteriormente hasta el extremo noroeste de la República para incorporarlo a las famosas campañas de pacificación emprendidas para contener la rebelión de los indios yaquis en el estado de Sonora. En este apartado de la historia regional terminó siendo asignado para presidir como el jefe de las columnas expedicionarias, destacando nuevamente por sus triunfos en las batallas de Bacatete, del Aguaje, de San Lorenzo, El Tunal, Los Arrayales y el de Cañón de los Algodones, sumando cerca de ocho combates emprendidos en un medio sumamente hostil para cualquier mexicano, incluso hasta para los oriundos de la entidad en aquel entonces, entre 1906 y 1908. En este mismo año, tras anotarse una serie de éxitos en su carrera militar, González Salas intentó conferenciar nada menos que con Luis Buli, cabecilla de los yaquis sublevados, con miras a que estos últimos depusieran las armas y se sometieran respetuosamente ante el Gobierno Federal. Sin embargo, los resultados esperados por la senda de la paz no prosperaron por negativa de los sublevados.

Ciertamente, como hombre de batalla que era, acostumbrado a ganar, tenía que fracasar por naturaleza en la búsqueda de la conciliación, quedando de algún modo sumamente arraigada esta experiencia en lo particular por el carácter que le era propio. En los primeros estertores de la revolución en el norte, fungiendo como Comandante del Segundo Batallón de Infantería fue ascendido por el gobierno central al rango de General de Brigada, causando su alta al interior de la plana mayor del ejército mexicano al mismo tiempo que se le asignaba como titular interino del Departamento de Infantería entre el inicio de la primera campaña electoral para las elecciones de 1910 y tras la firma de los Tratados de paz de Ciudad Juárez en el verano de 1911. Entre tejes y manejes, llegó a servir por espacio de algunos meses como el Jefe de Armas encargado de la plaza de Morelia, Michoacán; hasta que fue designado como Subsecretario de Guerra y de Marina, hasta que fue nombrado al poco tiempo nada menos que Secretario en funciones de dicha dependencia y como miembro del gabinete del presidente Madero, recibiendo casi de inmediato el rango de General de División para poder ocupar dicho cargo con el decoro correspondiente, no tanto porque González lo requiriera personalmente. Así pues, en este mismo contexto, fue que el propio militar solicitó a Madero su dimisión provisional de la cartera de Ministro de Guerra y de Marina para el mismo tomar como propio el combate a los "colorados" orozquistas el 4 de marzo de 1912, siendo autorizado casi de inmediato en menos de 24 horas de haber extendido su solicitud. Seguramente pensaba que la vida de campaña y de batalla al aire libre era por mucho más emocionante que el hallarse confinado entre burócratas inactivos y reuniones de Consejo, pues ni el oropel de la vida de palacio, ni las fiestas de gala parecían retribuirle tanto como lo había hecho el haber accedido al generalato en regiones tan inhóspitas como retadoras y extremas. El trabajo de escritorio lo asfixiaba, y la posibilidad de hacerse de nuevos laureles en el campo de batalla, se presentaba ante sus ojos como la ocasión única en donde podría escribir nuevas páginas de oro en su historia personal. Esto puede inferirse por lo pronta que fue su resolución una vez enterado de que el levantamiento contrarrevolucionario de orozquistas y zapatistas compartían, de cierto modo, un mismo origen en común.

Una vez ratificado en su solicitud pudo encabezar la jefatura de las fuerzas militares regulares que se encontraban activas en los estados circunvecinos de Coahuila, Chihuahua, Durango y Zacatecas para que, una vez organizados sus elementos, se avocarían a la conformación de un cuerpo que inició con 2,150 hombres y terminó constituyendo a 8,000 efectivos (distribuidos en una brigada de infantería y dos de caballería) a los que una vez llegando a concentrarse en la ciudad de Torreón el día 18 de marzo de 1912 habría de designar simplemente como la División del Norte, quedando en consecuencia el propio González Salas como cabeza o jefe de esta misma fuerza que en su espíritu y en su denominación retomaba de algún modo aquella primera jefatura con la que Madero vino a distinguirse como caudillo de sus propias fuerzas cuando partió de Bustillos, una vez curado de sus heridas, para ocupar Paso del Norte, precisamente, un año antes.

Partiendo de la ciudad que unía el ferrocarril central mexicano con el internacional en los Estados Unidos, tomaron la vía rumbo al norte, con la mira fija en ocupar la ciudad de Chihuahua y otras posiciones circunvecinas, a través de grandes extensiones yermas que bajo el sol del día concentraban el calor en tanto de noche hacían sentir a los viajeros todos el rigor del frío que es muy típico del desierto. Una vez cercanos a la población de Jiménez, Chihuahua, sus subalternos recomendaron al General que mandara a un contingente de expedicionarios para explorar el terreno, sugiriéndole que desmontara los durmientes de la vía, kilómetros adelante, para evitar algún tipo de sorpresa desagradable. Pero González Salas se negó a acceder a dicha recomendación, que era lo más natural o el procedimiento a seguir cuando se combate contra una guerrilla de irregulares. Pensaba sin duda en sus años de combate contra los inquebrantables yaquis de Sonora, en un clima igual de extremoso y hostil, pero nada comparado con el infierno húmedo y selvático que caracterizó sus campañas contra los levantiscos mayas en la Península de Yucatán.

En estos pensamientos se hallaba, evocando sus glorias pasadas, el 24 de marzo de 1912 cuando la vía del ferrocarril marcó el kilómetro 1313 respecto a la distancia en que se hallaban de la Ciudad de México, en la estación de Rellano, cuando en el horizonte se divisó una locomotora aproximarse a gran velocidad por la pequeña pendiente. Sin tener tiempo de emprender medida alguna, los que divisaron aquella escena comprendieron con temor lo que se les acercaba. Era una "máquina loca", repleta de explosivos, que Pascual Orozco les había mandado con el fin de diezmar o descarrilar a las tropas que iban en su búsqueda. El choque fue inevitable, y los efectos de la explosión se hicieron sentir una vez que tan improvisado proyectil llegó a su objetivo, resultando en gran número de bajas por parte de las fuerzas federales y orillando a la División del Norte, ante el ataque inminente de los orozquistas que sorpresivamente se abalanzaron sobre los federales desde ambos flancos -en medio del desierto, como fantasmas salidos de la nada- obligando a este emblemático contingente, ya bastante vulnerado, a emprender la retirada, retomando el rumbo hacia Torreón.

La derrota y el desconcierto calaron muy hondo en el ánimo de quien se vislumbraba a sí mismo como un militar victorioso a quien la fortuna había sonreído siempre, y la sensación de fracaso personal y desolación terminaron por causarle mayor daño cuando el propio General González escuchó a uno de sus subalternos quejarse, sin referirse directamente a él, con la lastimosa frase: "¡Y todo por no querer quitar los durmientes!", como la razón del fracaso. La inocencia de tan natural exabrupto era por demás comprensible dadas las circunstancias entre la tropa, pues son los subalternos quienes terminan por padecer con mayor rigor, y dado el grado de exposición al infortunio que enfrentan por mucho, más que sus superiores. Sin embargo, este comentario fue tomado más como un reclamo directo que como una ocurrencia hacia quien dirigía esta expedición de carácter punitivo, y fue la última gota que derramó el vaso. Herido en su pundonor militar, González Salas no pudo soportar más la vergüenza propia y en la estación de Bermejillo, Durango; encerrándose en el vagón particular que por rango le correspondía, tomó su pistola reglamentaria -la misma que le había regalado el presidente- y se suicidó ante el desconcierto de todos los que le sobrevivieron a este episodio de vértigo.

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Hombre de pundonor militar, el General José González Salas renunció al gabinete de Madero como Secretario de Guerra para combatir a los orozquistas, encabezando la División del Norte en 1912.
Hombre de pundonor militar, el General José González Salas renunció al gabinete de Madero como Secretario de Guerra para combatir a los orozquistas, encabezando la División del Norte en 1912.
Batido por los orozquistas en el fatídico kilómetro 1313, por exceso de confianza, González Salas terminó suicidándose en su pullman tras emprender la retirada hacia Torreón.
Batido por los orozquistas en el fatídico kilómetro 1313, por exceso de confianza, González Salas terminó suicidándose en su pullman tras emprender la retirada hacia Torreón.

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